CAPÍTULO IV

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Cuando Jin y Jimin se quedaron a solas, él primero, que había sido cauteloso a la hora de elogiar al señor Kim, expresó a su hermano lo mucho que lo admiraba.

—Es todo lo que un hombre joven debería ser —dijo Jin—, sensato, alegre, con sentido del humor; nunca había visto modales tan desenfadados, tanta naturalidad con una educación tan perfecta.

—Y también es guapo —replicó Jimin—, lo cual nunca está de más en un joven. De modo que es un hombre completo.

—Me sentí muy adulado cuando me sacó a bailar por segunda vez. No esperaba semejante cumplido.

—¿No te lo esperabas? Yo sí. Ésa es la gran diferencia entre nosotros. A ti los cumplidos siempre te cogen de sorpresa, a mí, nunca. Era lo más natural que te sacase a bailar por segunda vez. No pudo pasarle inadvertido que eras cinco veces más guapo que cualquiera que había en el salón. No agradezcas su galantería por eso. Bien, la verdad es que es muy agradable, apruebo que te guste. Te han gustado muchas personas estúpidas.

—¡Minnie, querido!

—¡Oh! Sabes perfectamente que tienes cierta tendencia a que te guste toda la gente. Nunca ves un defecto en nadie. Todo el mundo es bueno y agradable a tus ojos. Nunca te he oído hablar mal de un ser humano en mi vida.

—No quisiera ser imprudente al censurar a alguien; pero siempre digo lo que pienso.

—Ya lo sé; y es eso lo que lo hace asombroso. Estar tan ciego para las locuras y tonterías de los demás, con el buen sentido que tienes. Fingir candor es algo bastante corriente, se ve en todas partes. Pero ser cándido sin ostentación ni premeditación, quedarse con lo bueno de cada uno, mejorarlo aún, y no decir nada de lo malo, eso sólo lo haces tú. Y también te gustan sus hermanas, ¿no es así? Sus modales no se parecen en nada a los de él.

—Al principio desde luego que no, pero cuando charlas con ellas son muy amables. La señorita Kim va a venir a vivir con su hermano y ocuparse de su casa. Y, o mucho me equivoco, o estoy segura de que encontraremos en ella una vecina encantadora.

Jimin escuchaba en silencio, pero no estaba convencido. El comportamiento de las hermanas de Kim no había sido a propósito para agradar a nadie. Mejor observador que su hermano, con un temperamento menos flexible y un juicio menos propenso a dejarse influir por los halagos, Jimin estaba poco dispuesto a aprobar a las Kim. Eran, en efecto, unas señoras muy finas, bastante alegres cuando no se las contrariaba y, cuando ellas querían, muy agradables; pero orgullosas y engreídas. Eran bastante bonitas; habían sido educadas en uno de los mejores colegios de la capital y poseían una fortuna de veinte mil libras; estaban acostumbradas a gastar más de la cuenta y a relacionarse con gente de rango, por lo que se creían con el derecho de tener una buena opinión de sí mismas y una pobre opinión de los demás. Pertenecían a una honorable familia del norte de Inglaterra, circunstancia que estaba más profundamente grabada en su memoria que la de que tanto su fortuna como la de su hermano había sido hecha en el comercio.

El señor Kim heredó casi cien mil libras de su padre, quien ya había tenido la intención de comprar una mansión, pero no vivió para hacerlo. El señor Kim pensaba de la misma forma y a veces parecía decidido a hacer la elección dentro de su condado; pero como ahora disponía de una buena casa y de la libertad de un propietario, los que conocían bien su carácter tranquilo dudaban el que no pasase el resto de sus días en Netherfield y dejase la compra para la generación venidera.

Sus hermanas estaban ansiosas de que él tuviera una mansión de su propiedad. Pero, aunque en la actualidad no fuese más que arrendatario, la señorita Kim no dejaba por eso de estar deseosa de presidir su mesa; ni la señora Wang, que se había casado con un hombre más elegante que rico, estaba menos dispuesta a considerar la casa de su hermano como la suya propia siempre que le conviniese.

A los dos años escasos de haber llegado el señor Kim a su mayoría de edad, una casual recomendación le indujo a visitar la posesión de Netherfield. La vio por dentro y por fuera durante media hora, y se dio por satisfecho con las ponderaciones del propietario, alquilándola inmediatamente.

Ente él y Min existía una firme amistad a pesar de tener caracteres tan opuestos. Kim había ganado la simpatía de Min por su temperamento abierto y dócil y por su naturalidad, aunque no hubiese una forma de ser que ofreciese mayor contraste a la suya y aunque él parecía estar muy satisfecho de su carácter. Kim sabía el respeto que Min le tenía, por lo que confiaba plenamente en él, así como en su buen criterio. Entendía a Min como nadie. Kim no era nada tonto, pero Min era mucho más inteligente. Era al mismo tiempo arrogante, reservado y quisquilloso, y aunque era muy educado, sus modales no le hacían nada atractivo. En lo que a esto respecta su amigo tenía toda la ventaja, Kim estaba seguro de caer bien dondequiera que fuese, sin embargo, Min era siempre ofensivo.

El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Kim nunca había conocido a gente más encantadora ni a señoritas y donceles más guapos en su vida; todo el mundo había sido de lo más amable y atento con él, no había habido formalidades ni rigidez, y pronto se hizo amigo de todo el salón; y en cuanto al jovencito Park, no podía concebir un ángel que fuese más bonito. Por el contrario, Min había visto una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placer alguno. Reconoció que el jovencito Park era hermoso, pero sonreía demasiado. La señora Wang y su hermana lo admitieron, pero aun así les gustaba y lo admiraban, dijeron de el que era un muchacho muy dulce y que no pondrían inconveniente en conocerlo mejor. Quedó establecido, pues, que el joven Park era un muchacho muy dulce y por esto el hermano se sentía con autorización para pensar en el cómo y cuándo quisiera.

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