Capítulo 24: Sin retorno

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Capítulo 24

Sin retorno

Los alquimistas desvelan secretos ancestrales de la tierra, convierten lo ordinario en sublime. Su arte reside en la búsqueda de la perfección, destilan lo esencial en un río de horas, purifican como almas en éxtasis. En sus manos, minerales y hierbas danzan al son de alambiques y athanors.

Las píldoras buscan otorgar resistencia a los elementos, potenciar habilidades físicas o sanar heridas. Pero su creación es compleja y peligrosa, con reacciones impredecibles, desde vapores brillantes hasta explosiones.

Espíritu y mente.

Naturaleza y universo.

El todo converge en estas creaciones.

Milennia se sienta en un pequeño sofá, es simple pero cómodo. El joven la había dejado en el taller de Drogmá hace ya... bastante tiempo. Resulta que la sabia maestra, tenía asuntos importantes que resolver primero.

Al inicio la mujer tuvo un sentimiento de extrañeza. Pero antes de darse la cabeza contra el piso y llorar en posición fetal por que todo se escapa de la historia original, prefiere sucumbir al efecto de ese agradable vino que acababa de tomar y concluir: "Todo esto es una mierda".

Más vueltas le daba, menos sentido tenia. A esta altura solo esperaba morir, así que si Drogmá venía con un hacha y usaba su corazón para hacer una píldora para la eternidad, qué más daba.

Si es útil, bienvenido sea.

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Milennia mientras se acomoda un poco más en el sofá, sintiendo el cansancio que la invade. El sueño la envuelve y un pequeño bostezo hace que una lágrima escape de su ojo.

—Lamento la demora.

Resuena una voz desde el costado, haciéndola saltar del susto. Se agarra del pecho para calmar el corazón que casi se le escapa. La alquimista abre sus ojos blancos de sorpresa y luego sonríe, marcando aún más los surcos de su rostro.

—Discúlpeme por haberla asustado —dice la anciana, avanzando con la serenidad y sabiduría que solo los años pueden otorgar—. Por favor, acompáñeme. Tomemos algo de té y conversemos.

Con el susto latente, Milennia se levanta y sigue a Drogmá. En pocos pasos, ingresan a una pequeña sala que ilumina la mirada somnolienta de la Santa.

Macetas de terracota albergan una diversidad de plantas y hierbas, infundiendo vida y color al espacio. Las enredaderas serpentean graciosamente por los estantes de madera, sus hojas y flores aportando frescura y vitalidad.

El centro de la sala está ocupado por una mesa de té de roble envejecido, su superficie tallada con delicadeza por los años. Sobre ella reposan tazas de cerámica pintadas a mano, mientras la tetera libera aromas tentadores. El suave aroma del té se entrelaza con las fragancias frescas y embriagadoras de las plantas que adornan cada rincón.

La anciana indica con un gesto que la mujer se siente frente a ella, y con calma vierte el té recién preparado.

Los ojos de Milennia observan el cabello blanco, los surcos en su rostro que narran la historia de las décadas. Pero lo que llamo la atención fueron los ojos de Drogmá, eran dos orbes nacarados, la blancura denotaba la pérdida de la vista. Sin embargo, a pesar de su ceguera, parecían contener una profundidad infinita, como si pudiera percibir el mundo de una manera única. Ajena a la visión convencional, de igual forma se desplazaba y movía como si en realidad pudiera verlo todo.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora