Gritos

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Cuando comenzó a doler mi corazón, empezó a gritar y de tanto gritar, empezó a bajar la voz y cuando ya bajo tanto la voz que solo se escuchaban susurros de auxilio, pronto se apagó.

Así eran aquellos lamentos, tristes y desgarradores, como si hubiera perdido algo tan valioso que el mismo Dios podía escuchar aquel lamento, pues sí, perdí mi luz, mi amada luz, mi compañera incluso en días de desconsuelo. Se fue con intenciones que nunca sabría poner en palabras y mi corazón rogaba, pues aquella despedida no fue grata. Simplemente aquella amada luz decidió un día dejarme a merced de tanta oscuridad, abrazadora, causando en mi cuerpo escalofríos debido al temor que le tenía, pero con el tiempo, se volvió más acogedora, dolorosamente acogedora que no tenía más opción que aceptarla.

Y así, aquella luz, tan fiel que le fui y me abandono, nunca volvió, a pesar de que aun lloro por ella y la extraño tanto, tan fuerte es mi deseo de que vuelva tal así como aquellos amores que se vuelven hermosos pero que cuando se van, cuesta respirar sin ellos. Entonces, gracias a aquella ausencia de respiración, cedía a la oscuridad que con brutalidad golpeo y azoto mi corazón, invadiendo cada rincón de mi empobrecida alma.

¿Quien diría que mi fiel compañera me abandonaría? Hay un dicho que siempre se repite, la esperanza es lo ultimo que se pierde, pero nadie dijo lo doloroso que es cuando tus esperanzas se van marchitando. Nadie me dijo lo difícil que es la caída de tu mundo, de tu mente y con ellos, tu cuerpo. Mi amada luz, dedicarte algunas palabras que nunca escucharas, te sigo esperando con el desconsuelo de mi alma.

¿Quien lo diría? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora