La extraña criatura, sin hacer caso de los gritos de las niñas, me agarró por la cintura y me tiró al suelo.
—Zurdi, ¡suéltame! —le grité furioso—. No te hagas el gracioso.
Se partía de risa y se creía muy chistoso.
—¡Te engañé! —chilló—. ¡Caíste en la trampa!
—No nos asustaste —dijo Erin—. Sabíamos que eras tú.
—Entonces ¿por qué gritaron? —preguntó Zurdi.
Erin no pudo responder. Empujé a mi hermano y me puse en pie.
—Qué tonterías haces, Zurdi.
—¿Cuánto tiempo has estado esperando dentro del armario? —preguntó April.
—Bastante rato —le contestó Zurdi. Iba a ponerse de pie, pero Nieve corrió hasta
donde él estaba y se puso a lamerle la cara frenéticamente. Le hacía tantas cosquillas
que Zurdi se cayó de espaldas, muerto de risa.—También asustaste a Nieve —le dije.
—Claro que no. Nieve es más inteligente que ustedes —respondió Zurdi, quitándose de encima al perro.
Nieve comenzó a husmear la puerta situada al otro lado del pasillo.—¿Adónde conduce esa puerta, Max? —preguntó Erin.
—Al ático —le dije.
—¿Tienen ático? —exclamó Erin, como si fuera algo del otro mundo—.
¿Qué hay allá arriba? Me encantan los áticos.—¿Sí? —le dije incrédulo en medio de la oscuridad. Algunas veces las niñas son
rarísimas. Quiero decir, ¿cómo pueden gustarle a alguien los áticos?»Ahí sólo hay los trastos viejos de mis abuelos —proseguí—. Esta era su casa y
mis padres dejaron en el ático muchas de sus cosas. Rara vez subimos allí.—¿Podemos subir y echar un vistazo? —preguntó Erin.
—Supongo que sí —le dije—. No creo que sea nada emocionante.
—Me encantan los trastos viejos —dijo Erin.
—Pero está tan oscuro —susurró April. Creo que estaba un poco asustada.
Abrí la puerta y busqué el interruptor de la luz. Se encendió una lámpara del
techo que arrojó sobre nosotros una luz amarilla tenue. Nos quedamos mirando
fijamente los escalones empinados de madera.—¿Ves? Allá arriba sí hay luz —le dije a April. Yo empecé a subir y los escalones crujieron bajo mi peso. Se proyectaba mi sombra alargada—. ¿Vienen?
—La madre de Erin llegará en cualquier momento —dijo April.
—Sólo un segundo —dijo Erin, empujando suavemente a April—. Ven.
Nieve pasó entre nosotros mientras subíamos, meneando la cola con emoción; las uñas de sus patas arañaban los escalones de madera. Cuando habíamos llegado a la mitad de la escalera, el aire se hizo caliente y seco.
Me detuve en el escalón más alto y miré a mi alrededor. El ático era
alargado y estaba lleno de muebles viejos, cartones, vestidos raídos por el tiempo, cañas de pescar, pilas de revistas amarillentas y toda clase de trastos.—Huele todo a viejo —dijo Erin, pasando delante de mí y dando unos pasos por
el gran espacio. Tomó una bocanada de aire—. ¡Me encanta este olor!—Mira que eres rara —le dije.
La lluvia golpeaba el techo, resonando escandalosamente en la habitación.
Parecía como si estuviéramos debajo de unas cataratas.
Los cuatro nos pusimos a caminar por el ático, explorando. Zurdi seguía lanzando su pelota contra las vigas de madera del techo y la recogía cuando rebotaba hacia abajo. Me di cuenta de que April no se separaba de Erin. Nieve husmeaba con
insistencia a lo largo de la pared.—¿Crees que aquí hay ratones? —preguntó Zurdi con una endiablada sonrisa en
su cara. Vi que a April se le abrían los ojos como platos—. ¿Ratones gordos a los que les encanta subirse por las piernas de las niñas? —añadió Zurdi para molestar.Mi hermano pequeño tiene un gran sentido del humor.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó April, algo impaciente y dirigiéndose hacia la
escalera.—Mira estas revistas viejas —exclamó Erin sin hacerle caso. Tomó una y la
empezó a hojear—. Miren esto. ¡Los vestidos de las modelos son divertidísimos!—Oye, ¿qué está haciendo Nieve? —preguntó de pronto Zurdi.
Seguí su silueta con la mirada hasta la pared más alejada. Detrás de una pila de cartones, veía la cola de Nieve agitándose. También lo oía escarbar furiosamente.
—Nieve, ¡ven aquí! —le ordené. Ni caso. Se puso a escarbar con más fuerza.
—Nieve, ¿qué haces?
—Estará despedazando un ratón —sugirió Zurdi con malicia.
—¡Yo me voy de aquí! —exclamó April.
—¿Nieve? —Di la vuelta a una mesa vieja de comedor y crucé el atestado
Ático. No tardé en caer en la cuenta de que mi perro estaba escarbando en la
parte inferior de una puerta—. Miren —les grité a los demás—. Nieve ha descubierto
una puerta escondida.—¡Qué maravilla! —exclamó Erin apresurándose a alcanzarme.
Zurdi y April venían detrás de ella.
—Yo no sabía que esto existía —dije.
—Tenemos que indagar qué hay al otro lado —propuso Erin.
Y así fue como empezaron los líos.
Ahora entienden por qué digo que Nieve tuvo toda la culpa, ¿o no? Si el tonto de
mi perro no se hubiera puesto a husmear y a escarbar por ahí, quizá nunca habríamos encontrado la puerta escondida del ático.
Y nunca habríamos descubierto el emocionante, y aterrador, secreto que nos aguardaba detrás de esa puerta de madera.
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¡Invisibles!
HororEl día de su cumpleaños, Max encuentra en el ático de su casa una especie de espejo mágico. Éste puede convertirlo en invisible. A partir de ese momento, Max y sus amigos empiezan a practicar el juego del escondite. Pero Max se da cuenta de que está...