Capítulo 6: 17 de septiembre de 2003

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Esta vez me había prometido que no vacilaría. Ahora que conocía un poco más sobre Lukas, esperaba que conversar con él no se tornara en una actividad con aires de desafío, particularmente sabiendo que su actitud podía ser contrarrestada con simple paciencia y persistente coraje. Llenarme de confianza era lo único que necesitaba para lidiar con alguien como él.

«Hazlo por mamá» me recordé.

Asentí para mí misma y, con la cabeza en alto, opté por dirigir mis pasos hacia la lujosa fachada de aquella gran mansión.

Aproximarme un par de metros bastó para notar que, a diferencia de las veces anteriores, la puerta se encontraba entreabierta. Segundos después, la aparición de una mujer lo aclaró todo para mí: se trataba de la cocinera, la misma señora de cabello negro y cara regordeta que, hacía unos días, casi consigue pillarme en medio de una vergonzosa tarea de espionaje.

—Volveré en poco tiempo —le decía a alguien que permanecía en el interior de la casa—, y tendrás que haberte tomado ese batido para cuando regrese.

—No voy a hacerlo —contestaron, y entonces estuve segura de que se trataba de Lukas—, no tengo hambre.

La mujer resopló con pesadumbre antes de añadir:

—Tarde o temprano tendrás que comer algo, ¿comprendes?

Ella casi chocó conmigo cuando se dispuso a cruzar por el umbral.

—¡Caramba! Lo lamento mucho —se disculpó entre sobresaltos, moviéndome un poco para abrirse paso hacia los escalones.

Pegué mi espalda contra la entrada justo a tiempo para evitar que la puerta se cerrara por completo, mas fue el sonido de tal impacto lo que también hizo que Lukas se girara de golpe hacia mí.

—Ah —se tranquilizó a sí mismo—, solo eres tú.

—¿Te asusté? —inquirí en tono de burla.

—Así es, niña. —Suspiró profundo—. Tu presencia sigue incomodándome sin importar la frecuencia de tus visitas.

Mis ojos se desviaron hacia el vaso de cristal que sujetaba entre manos.

—Aún diciéndome algo como eso, no te librarás de mí tan fácilmente —le enfaticé con resignación, asegurándome de cerrar la puerta tras de mí.

Se volvió hacia el interior de la casa en cuestión de segundos, por lo que me vi en la obligación de acelerar mis pasos con tal de darle alcance a sus zancadas.

—¿Vas a decirme adónde vamos? —traté de indagar.

No contestó. En su lugar, se limitó a guiarme a través del eterno pasillo de las esculturas, pasando por la sala principal para finalmente detenerse al pie de las escaleras. Al principio supuse que subir al segundo piso sería su intención, aunque verlo encaminar su marcha hacia el pasillo izquierdo me hizo cambiar de parecer. Asomé la cabeza hacia el fondo del nuevo corredor: más puertas de apariencia misteriosa y muros repletos de lo que parecían ser retratos o colecciones de fotografías. Por desgracia, haber avanzado unos pasos en esa dirección fue suficiente para que Lukas se diera prisa en interponerse en mi camino.

—No es por allí, niña —me reprendió.

—Perdona, te vi parar y creí que ibas...

—Solo vine por esto. —Me señaló un anaquel que estaba fijo en la pared, una especie de repisa de donde colgaban cientos de llaves. Se tomó un momento para elegir la correcta antes de volver a alzar la voz—: Tu mamá solía preferir que utilizáramos el estudio.

Las cosas parecieron cobrar más sentido tras esa breve explicación. Asentí para hacerle saber que estaba de acuerdo con visitar aquel sitio y, una vez contó con el permiso que buscaba, me indicó que volviera a seguirlo.

Mi secreto es inhumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora