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Estacionamos el coche frente a una cafetería, decididos a almorzar algo más sustancioso que los Doritos, el único alimento que Eos había adquirido para el viaje.

—¿No se te ocurrió comprar algo más que Doritos?—le reproché.

—No menosprecies a una parte esencial de mí. Son deliciosos, ¿Qué puedo decir? —respondió con una sonrisa burlona.

Su obsesión poco saludable por los Doritos era evidente. Le di un golpecito en el hombro, pero él apenas reaccionó. Fue un golpecito suave, sin fuerza.

Bajé del coche y caminé hacia la cafetería junto a él. A pesar de todo, el olor del pueblo me resultaba agradable, impregnado de un aroma a campo, naturaleza y vida, aunque también percibía un dejo de muerte, sangre y venganza.

Eos se disponía a abrir la puerta de la cafetería, cuando se detuvo de golpe y se quedó mirando fijamente a través del cristal oscuro, con asombro en el rostro.

—¿Qué pasa? —pregunté, intrigada.

Me señaló el interior y pude ver, con dificultad, lo que había captado su atención. Y debo admitir que me dejó helada. Dentro de la cafetería, sobre el sucio suelo blanco, yacía el cuerpo de una chica a la que no lograba reconocer claramente. Un cuchillo estaba clavado en su pecho. Pero eso no fue lo que me sorprendió; lamentablemente, estaba acostumbrada a ver escenas así. Lo impactante era lo que estaba escrito con sangre en la pared.

"¡Feliz regreso a tu hogar, Jules!"

Alguien sabía que habíamos vuelto al pueblo. Alguien nos había dejado un macabro mensaje. Alguien nos había tendido una trampa.

Parecía que pasar desapercibidos sería más complicado de lo que había anticipado desde el momento en que pisé el cementerio. Aunque, debo admitir, los obstáculos le daban un toque más interesante al asunto.

—¿Quién habrá sido? —preguntó Eos, frunciendo el ceño.

Encogí los hombros y lo miré a los ojos.

—No lo sé, pero vamos a averiguarlo.

Decidimos no esperar al sheriff. Sabíamos que no nos creería, que nos culparía y que nos detendría. Así que entramos con cuidado en la cafetería, evitando tocar cualquier cosa que pudiera comprometernos, buscando pistas, pruebas o alguna explicación. Sin embargo, no encontramos nada más que el cuerpo de la chica, el cuchillo y el mensaje.

La joven era rubia, de ojos azules. No la reconocía, pero me resultaba familiar. Quizás la había visto en alguna foto, en algún periódico, en algún lugar. Tenía una expresión de terror en el rostro, como si hubiera visto al mismísimo diablo. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Qué tenía que ver conmigo?

El cuchillo era de acero, con un mango de madera. Llevaba grabadas unas iniciales: J.D. Me estremecí al reconocerlas. Eran las iniciales de mi abuelo. Jordan De'Ath. Era su cuchillo favorito, el que usaba para cazar, para matar, para vengarse. ¿Cómo había llegado ahí? ¿Quién lo había utilizado? ¿Qué quería decirme?

El mensaje era claro, directo, amenazante. "Feliz regreso a tu hogar, Jules". Alguien sabía que había vuelto al pueblo. Alguien me había dejado un regalo de bienvenida. Alguien me había declarado la guerra.

—Esto es una locura —comento Eos, mirando a su alrededor—. ¿Qué vamos a hacer?

—Vamos a salir de aquí —dije, decidida—. Vamos a encontrar al responsable.

Cogí el cuchillo y lo guardé en mi bolso. Era una prueba, una pista, una herencia. Era mío, y nadie me lo iba a quitar.

Salimos de la cafetería, con cuidado de no ser vistos. El coche seguía ahí, esperándonos. Pero no estábamos solos. Había tres chicos apoyados en el capó de un auto rojo, mirándonos con curiosidad.

Eran los Darks, los hijos del gobernador del pueblo. Los conocí cuando era pequeña, eran una de las familias que siempre vivían en el pueblo. Son guapos, muy guapos, les sentó bien crecer porque de pequeños su aspecto físico no era el más agradable.

Tienen el cabello negro, los ojos oscuros, la piel pálida. Son altos, fuertes, atractivos. Y peligrosos, muy peligrosos. Tenían fama de ser rebeldes, arrogantes, violentos. Su familia eran amigos de mi abuelo, pero sus hijos y yo nos llevábamos mal desde siempre.

Pasé de largo de ellos y me dirigí al coche, seguida por Eos. No quería problemas, no con ellos. No ahora. Tenía otras cosas en las que pensar.

Pero ellos no nos dejaron en paz. Se acercaron a nosotros, con una sonrisa maliciosa en los labios. El mayor, Kier, se interpuso en mi camino, impidiéndome el paso. El mediano, Seth, se colocó al lado de Eos, desafiándolo con la mirada. El menor, Thomas, se quedó detrás, observando la escena.

—Hola, Jules —dijo Kier, con voz seductora—. Cuánto tiempo sin verte. ¿Qué tal te va la vida?

—Quítate de en medio —expresé, con voz fría—. No tengo nada que hablar contigo.

—Vamos, no seas así —insistió, acercándose más a mí—. Sé que me extrañabas. Sé que te mueres por mí.

—No digas estupideces —espete, empujándolo lejos de mí—. No me interesas. No me interesas lo más mínimo.

—¿No? —pronuncio Kier, fingiendo sorpresa—. Pues deberías. Soy lo mejor que te puede pasar en este pueblo. Soy lo mejor que te puede pasar en tu patética vida.

—No, gracias —declaré, con desprecio—. Prefiero morirme.

—Cuidado con lo que deseas, Jules —dijo, con un tono amenazante—. Tal vez se te cumpla.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, alerta.

—Nada, solo que me alegro de que hayas vuelto. Así podré divertirme un poco contigo. Así podré hacerte sufrir.

—¿Sufrir? —repetí, confundida.

—Sí, sufrir —afirmo, y susurrando en mi oído respondió—. Como lo hizo tu abuelo.

Me quedé paralizada. ¿Qué sabía él de mi abuelo? ¿Qué tenía que ver con su muerte? ¿Qué estaba planeando?

—¿De qué hablas? —pregunté.

—Ya lo sabrás, Jules —dijo Kier, alejándose de mí—. Ya lo sabrás.

Me miró con una mirada de odio, de rencor, de venganza. Luego se dio la vuelta y se fue, seguido por sus hermanos. Me dejó ahí, confundida y furiosa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Eos, acercándose a mí.

—No lo sé, Eos —dije, sacudiendo la cabeza.

Me di la vuelta para echar un último vistazo al lugar, y vi que la puerta estaba abierta de par en par. El cuerpo de la extraña chica había desaparecido, dejando solo un rastro de sangre en el suelo. El sheriff no había llegado, y no sabía si lo haría. Algo extraño pasaba en el pueblo.

Me subí al coche, sin hacer caso de nada más. Llevaba el cuchillo en el bolso, como una prueba de lo que había ocurrido. El mensaje de la cafetería me atormentaba, y el abuelo me dolía. Esta vez conduje yo, y arranqué el motor con fuerza. Salí de allí a toda velocidad, con Eos a mi lado, rumbo a la mansión De'Ath.

¿Qué estaba pasando? ¿Quién estaba detrás de todo esto? ¿Qué quería de mí?.

No lo sabía, pero lo averiguaría. Y lo haría pagar con su propia sangre.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora