Hora de la actuación

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Toda la habitación me da vueltas, y creo que me voy a desmayar en cualquier momento en los próximos diez segundos. Noto que tengo ganas de vomitar y, cuando me levanto del asiento, me obligo a agarrarme al respaldo con la intención de no caer al suelo. Ahora mismo, más que nunca, debo de permanecer estoica y con las ideas claras, no puedo derrumbarme por esto (que es mucho, pero igualmente), y continuar haciendo vida normal. 

Claro está que tengo que convencer a miles de millones de personas sobre lo loca que estaba en el momento que todo el mundo piensa que le dije a Katniss que sacase las bayas. ¿Realmente hay gente tan rebuscada que, en vez de pensar que ha sido un abrazo para despedirme de ella, se trate de unas palabras para comenzar una rebelión? Por dios, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Y lo peor no es que lo piensen los ciudadanos de otros distritos, sino que el mismísimo Coriolanus Snow sea quien afirme esta idea. ¿Ahora todo es mi culpa? Porque parece que sí, que no fue idea de mi mejor amiga, sino mía. 

Completamente mía. 

¿Cómo es posible que acabe en estos problemas yo sola? Ni siquiera cuando no me lo merezco ni hay manera para que suceda, pasa. Parece que el mundo está en mi contra cuando las cosas parecen querer sonreírme. 

No sé cuanto tiempo llevo así, observando a la flor que aún no me he atrevido a tocar, apoyada en la silla y en completo silencio. Ninguna de mis estilistas ha llegado, así que no me preocupa mucho, la verdad, continuar por un tiempo más aquí, sin hacer nada, sopesando todo lo que acaba de pasar e intentar llevarlo lo mejor posible. ¿Pero cómo hacerlo? Seguramente ahora irá camino de la casa de Katniss, o a la de Luckas y Peeta. Sea como sea, nos quiere mantener a raya, y a mí la primera de todas. Observo como si me fuera atacar al darle la espalda a la rosa blanca, con un nudo en la garganta y aún una sensación de inestabilidad en mi cuerpo. ¿Si la toco me envenenará? Seguramente, porque sino no entiendo el por qué de haberla dejado aquí, delante de mí, como si fuera un obsequio. Y sé que no lo es. Por eso mismo no quiero jugármela, creo que voy bien servida con la arena en sí. 

Escucho pasos muy cerca y, antes de que pueda reaccionar, encuentro a Mark al otro lado, observándome como si acabase de ver un desconocido. 

- ¿Estás bien? ¿Qué quería el presidente Snow? - pregunta con rapidez, acercándose a mí. - Llevas casi una hora y media aquí metida. 

¿Una hora y media? 

- No es nada. No sale en la televisión, pero Snow siempre viene a felicitar a los tributos en persona. - intento excusarme, pero conozco a mi hermano, y él no es de las personas que creen ciegamente en algo. 

Necesita pruebas, y yo actualmente no las tengo. 

- ¿Te dejó eso? - señala la rosa, y de inmediato, todo mi cuerpo reacciona y parece que las energías provocadas por el miedo me devuelven a la normalidad. 

- Mark no... 

Antes de que pueda acabar la frase y frenarlo, ya tiene la flor entre las manos, sosteniéndola sin pudor alguno, mientras observa con delicadeza sus pétalos blancos como la nieve que adorna el suelo hoy. Enarca una ceja y me dedica una mirada por varios segundos, para volver a apreciar la flor que tanta desconfianza me da. Y me doy cuenta de que hay un papel perfectamente doblado debajo de esta, ahora descansando a plena vista. 

- Es muy bonita. - dice de repente, dejándola en el mismo lugar. - Modificada, pero bonita. 

No sé qué responder, porque solo estoy intentando encontrar algo que me confirme que era un arma para matarme, y no una ofrenda de la falsa paz que acabamos de firmar con simples promesas, las cuales, como todos sabemos, acaban siendo simples farsas encubiertas. 

En Llamas {Peeta y tu}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora