Capítulo 6

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¿Alguna vez una mujer se había acercado tan ansiosamente a su perdición?

Rebecca colocó las mantas en el puesto, lleno de heno fresco. Freen estaba apoyada en la entrada, observándola expectante construir el lugar donde ella dormiría. El honor de hacer eso por la reina alimentaba nueva hambre dentro de sí misma, un hambre que era específica de Freen. Si la reina quería que se hiciera algo, hacía que sucediera, le gustara o no. Y, definitivamente, no le gustaba la idea de que durmiera en heno sobre mantas indignas de su suave piel, pero se dijo que le estaba dando a la reina lo que quería.

Hacerlo la hacía ponerse dura. Insoportablemente dura.

Así como verla bailar y reír le hizo darse cuenta de lo mucho que la ama, la amaría hasta el día en que déjese esta tierra. Freen era gracia, bondad y luz.

Trató de no pensar en el hecho de que las cosas cambiarán a la mañana. Por supuesto que lo harían, dos príncipes llegarían y, sin duda, competirían por la mano de su belleza. Sabiendo lo que traería la mañana, sería muy difícil no reclamarla esa noche. Todo su ser estaba gruñendo de celos, protección y necesidad, ¿Cómo iba a pasar las próximas horas sin hacer el amor con ella? Solo una vez. Solo una vez para recordar y repetir eternamente.

Eso se ve perfecto. —Dijo, su elogio hizo que su miembro palpitara.

Miró hacia atrás para encontrar a la reina desnudándose. Se quitó el vestido, las zapatillas y las medias, hasta que no quedó nada.

Ese pequeño y endeble camisón que se aferraba a su cuerpo, contando todos sus secretos. Sus pezones estaban en puntos jugosos contra la tela fina como el papel, la sombra de su feminidad hacía babear a la de ojos chocolate.

Y, Cristo, sus piernas. Rebecca pensó que deberían tener poesía escrita sobre ellas, eran largas y flexibles, perfectas para envolver sus caderas.

«Estoy jodida. Estoy terriblemente jodida»

Pensé que estábamos desterrando nuestras preocupaciones hasta mañana. —Murmuró Freen, sentada frente a ella. Qué fácil sería poner a la reina de espaldas y...

Podemos desterrar nuestras preocupaciones esta noche, Su Majestad — señaló. —Pero eso no significa que podamos crear preocupaciones futuras.

Se inclinó hacia atrás, sobre sus manos, provocando que el material sobre sus tetas se apretara, tanto que la castaña pudo juzgar el tono exacto de sus pezones. —¿Cómo lo haríamos? —Preguntó, inclinando la cabeza.

Lo sabes muy bien —el susurro fue casi inaudible. —Ya lo hemos discutido. No puedo...

Hacerme el amor. Lo sé. —Su aliento se aceleró. —Pero ¿y si pudieras?

Ah, Jesús, Freen —dijo entre dientes, cubriendo su cara con las manos. — Estaría en celo día y noche. Lo sabes, amor. Te tendría en cuatro antes de que esos ojos se abrieran por la mañana, estarías inclinada tan a menudo que las huellas de tus palmas estarían en cada mueble del palacio. Nunca esperé que mirases en mi dirección y lo que ya me has dado... lo que me has permitido... —Tragó con fuerza. —No, no seré codiciosa.

Miró hacia atrás y se encontró unos ojos profundos, bien abiertos.

Lo siento, mi reina. —Las puntas de sus orejas ardieron. —No debería hablarte tan groseramente. Es inexcusable de mi parte.

Algo travieso parpadeó en los ojos de Freen. Era la única advertencia que recibió la de ojos chocolate antes de que la reina se pusiera de rodillas, caminando hacia ella hasta que pudo sentarse a horcajadas sobre su regazo, sus manos posadas sobre sus hombros pálidos. Ah, Dios. Rebecca sabía que debería detenerla, pero no pudo. Todo lo que pudo hacer fue sentarse y dejar que su obsesión presionara su feminidad sobre su propia erección, moviéndose un poco para estar cómoda. —¿Rebecca? —Ronroneó en su oído, su lengua tocó el lóbulo solo ligeramente, lo suficiente para hacerla gemir. —Por la presente, te ordeno que me hables groseramente.

𝐋𝐚 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐚 [+𝟏𝟖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora