Jaula De Cristal

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Así continuaron los dos meses siguientes. Alex A iba y venía desde la isla a Atenas y dormía l lcon Mia cada noche, excepto los fines de semana que pasaba con su amante. O eso imaginaba Mia.

Mia se decía continuamente que no le importaba, que los sábados y domingos suponían para ella un descanso del apetito voraz al que la sometía los restantes días de la semana. Todos los sábados por la mañana llamaba a Suzanna y pasaba largo rato hablando con ella, asegurando a la niña que no la había olvidado.

Esas llamadas eran para ella muy dolorosas, y al mismo tiempo, eran el único aliciente de la semana. La niña se sentía muy sola. Mia la entendía, porque ella había sentido lo mismo durante su infancia y se pasaba los fines de semana deprimida.

Durante el día, Mia se había organizado su propia rutina: nadaba veinte largos antes del desayuno y hacía lo mismo por la tarde. Entremedias leía bastante y Mia se encogió de hombros y de repente se dio cuenta que iba a tener que admitir que le había dejado hacerle el amor cuando ya sospechaba que estaba embarazada.

-La semana pasada tuve la segunda falta en mi período. Quería estar segura antes de decírtelo.

Era una excusa estúpida, pero él no dijo nada. Simplemente la miró en silencio, con unos ojos que no dejaban traslucir nada. Pero aún así, ella creyó intuir algo en él... algo que la dejó inmóvil bajo el sol, conteniendo el aliento mientras esperaba...

¿Qué esperaba? Se preguntó confusa.

Enseguida lo supo, porque la respuesta de él fue tan dolorosa que creyó que iba a desmayarse.

-Entonces ya está.

Dicho lo cual se dio la vuelta y se marchó, dejándola allí sola, abandonada y vacía.

Una hora después, desde el dormitorio, Mia escuchó el helicóptero despegar. Con la cara pálida y los dientes apretados, cerró los ojos y los puños y oyó el ruido del motor alejarse.

«Entonces ya está». Aquellas palabras crueles no habían dejado de repetirse en su mente una y otra vez. No le había hecho ninguna pregunta sobre su salud. ¡Ninguna! De su boca únicamente habían salido aquellas tres palabras que demostraban el desprecio que sentía por ella y por su hijo. Que indicaban que aquel hombre no tenía sentimientos y que deseaba aquella isla a cualquier precio.

No había esperado algo diferente de él, pero aún así se sentía muy dolida. Y de repente, sin previo aviso, las puertas que conectaban su dormitorio con el de él se abrieron. Mia se dio la vuelta sorprendida y se encontró con Alexander.

El asombro y la confusión que experimentó fueron tan fuertes que su cabeza comenzó a dar vueltas, sin saber exactamente por qué, hasta desvanecerse.

-¿Qué demonios te ha pasado? -oyó que decía la voz ronca de él, mientras volvía en sí.

Estaba tumbada en la cama y él estaba a su lado, mirándola con expresión enfadada y preocupada a la vez.

-Creí que te habías ido -murmuró-. Me ha sorprendido verte.

-¿Creíste que me había ido? -preguntó, con una incredulidad tal que ella estuvo a punto de reír-. Acabo de llegar. ¿Por qué demonios me iba a marchar tan pronto?

-¿Por qué demonios ibas a querer entrar en mi dormitorio durante el día? -replicó ella.

Él hizo un gesto incómodo, al tiempo que se sentaba en el borde de la cama.

-Puede que sea cruel, pero no soy tan despiadado.

Fue una pequeña concesión, una insignificante, por su parte que no merecía la respuesta de ella... o no todavía.

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⏰ Última actualización: Jan 06 ⏰

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