Epílogo

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Cinco años después...

La reina Freen se encontraba recogiendo un ramo de flores silvestres en la colina, viendo el sol sumergirse en el océano, cuando oyó a su esposa acercarse con su hijo. Estaban en medio de una de sus serias charlas, así que no los llamó. 

Rebecca regresó a casa de su entrenamiento con el nuevo y mejorado ejército de Downsriver para recibir los últimos rayos de sol, así que serpenteó por la parte trasera de la nueva torre de vigilancia de piedra, con la intención de darles un tiempo de unión. Al menos hasta que su conversación terminara.

Mi tutor dice que la pereza es un pecado, ¿Lo es, mamá?

No una vez que todo lo importante está hecho. —Respondió Rebecca. — O si es domingo. No hay tal cosa como la pereza en domingo.

Ohhh. —Pudo ver a su pequeño hijo asintiendo solemnemente. Actualmente, estaba en una fase en la que hacía aproximadamente noventa y nueve preguntas por minuto y ambas estaban intentando ser muy pacientes con ello. —¿Qué más es un pecado?

Oh... robar. Matar. Mentir es el peor, sin embargo.

¿Por qué la mentira es la peor? —Preguntó el pequeño.

Una persona puede robar para alimentar a su familia o matar para salvar a un inocente. Esos son pecados que pueden ser perdonados, pero la mentira le quita el honor.

¿Alguna vez has mentido?

Una vez torcí la verdad. —Dijo Rebecca, con un escalofrío en la voz. —Y casi me cuesta a tu madre. Casi me cuesta mi felicidad, mi vida.

El pequeño jadeó. —Maldito infierno, mamá.

Rebecca contuvo la risa. —Cuidado con la lengua.

Lo siento —su hijo murmuró. —¿Qué estarías haciendo sin ella?

¿Qué crees que estaría haciendo? —Rebecca dijo, como si la respuesta fuera obvia. —Todavía estaría ideando formas de recuperarla, ¿Y eso por qué?

Porque nunca, nunca deberías rendirte.

Así es. —Respondió, calurosamente. —Ahora lleva tu montura a los establos y ocúpate de su cuidado. Lo hiciste muy bien hoy.

Adiós, mamá.

Sonrío y Freen se inclinó contra la torre, escuchando el sonido de las pezuñas, golpeando en la dirección opuesta. Su corazón suspira por el vínculo entre ella, su reina y su hijo. Suspiraba por tantas cosas en esos días. Un matrimonio que desborda de amor. Un reino floreciente.

Alisó una mano sobre su vientre embarazado. Una nueva vida.

En su periferia, vio a Rebecca acercarse al borde del acantilado y cruzar las manos detrás de su espalda, levantando su cara hacia el atardecer. Absorbió la vista de ella con entusiasmo, maravillada por la confianza que lleva como una segunda piel ahora, haciéndola aún más sexy de lo que era al principio, cuando admitieron por primera vez su amor por la otra. Aquella mujer no solo gobernaba Downsriver con una autoridad justa, pero firme, la valoraba como su socia igualitaria. Su cogobernante y reina. Su consejera en todas las decisiones.

«Tengo hambre de ella, constantemente»

Especialmente ahora, con la prueba de su virilidad creciendo en su vientre.

Todo lo que tenía que hacer era susurrar su nombre y Rebecca giraría la cabeza, el placer y el amor cubriendo sus rasgos para encontrarse apoyada contra la torre de piedra. —Dios, eres un espectáculo, Freen. —Señaló, acercándose a ella, con los ojos hacia abajo, hasta que sus pechos se hundieron en el escote de su vestido. —Toda cubierta por la luz dorada. Un ángel.—murmuró, bajándola para darle un beso.

Le dio la clase de lengua que normalmente se reservaba para su alcoba, al anochecer. Abriendo mucho sus labios, lamiendo su labio superior como una libertina, y Rebecca la tomaba con hambre, su aliento se cortaba, su erección tardó solo unos instantes en estirarse y pinchar la parte inferior de su estómago de embarazada. —¿Necesita mis servicios, Majestad? —Dijo roncamente. —Será un honor para mí ver su placer.

Le rozó con la mano su sexo abultado y escucho cómo ahogaba su nombre. —Siempre tan ansiosa por servir, ¿no es así?

Su gemido se mezcló con el golpe del agua en las rocas de abajo. — ¿Servirte? Sí.

Aumentó la presión. —Pobre mujer. Esto necesita ser vaciado, ¿no?

Sí. Por favor. —Rozó su mano con desesperados movimientos de sus caderas. —Permítame vaciarlas entre los muslos de mi bella reina.

Ambas bocas chocaron, ansiosas de unión. Contacto. Conexión.

Eran iguales cuando se sentaban en sus tronos. O tomaban decisiones por su hijo.

Pero en la alcoba, Rebecca era su sirviente, ella era su gobernante, y ambas disfrutaban de sus roles. Anhelaban la oportunidad de escabullirse en ellos en cada oportunidad. Como ahora, cuando se dio la vuelta y aplastó las palmas en la torre. —Tienes mi permiso. —Susurró, con los ojos cerrados, rozando descaradamente los pezones contra la piedra.

Se quedó sin aliento. Excitada.

«Hambrienta de mi esposa» 

Rebecca puso la boca abierta a un lado de su cuello, recogiendo luego el dobladillo de su vestido, apretándolo a su cintura. Hizo una pausa, sin respirar. —No llevas ropa interior, mi reina. —Gimió, palmeando su trasero desnudo. —Estás tan ansiosa por mí.

—respiró. —No me hagas esperar.

Un rápido crujido de ropa fue seguido por la gruesa cabeza del eje de Rebecca, presionando su apertura. Pulgada tras deliciosa pulgada se deslizaba dentro de ella, Rebecca se plantó con fuerza con un gruñido. — ¿Mi miembro es de tu agrado, mi reina? —gruñó, rastrillando su cuello con sus dientes.

Es perfecto —susurró, superada de repente por el momento. De pie en la luz rosa-naranja, celebrando su amor por la otra. —Todo es perfecto.

Con sus cuerpos fuertemente unidos, Rebecca rodeó con sus fuertes brazos a su alrededor, ambas bocas se encontraron para un beso sobre su hombro derecho. —Perfecto— está de acuerdo, derramando un amor tan feroz que la sacudió en el beso. —Perfecto, duradero, para siempre. Te amo con todo mi corazón y mi alma, Freen.

También te amo —jadeó, con sus ojos humedecidos. Luego empujó las caderas hacia atrás en un movimiento apretado, haciéndola sisear, golpeando con una mano llena de cicatrices la torre para mantener el equilibrio. —Ahora demuéstramelo, mi reina.

Fin.


𝐋𝐚 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐚 [+𝟏𝟖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora