-Vamos, Carlos. Fóllame, por favor. Fóllame muy duro.
.
Ante las palabras desesperadas de Lando, a Carlos no le quedó otra que darle lo que quería a su pervertido ángel. Sexo. Estiró su mano hacia el cajón para agarrar un condón extra fino y el bote de lubricante. Le metería una follada brutal, pero la protección y una buena preparación eran esenciales. Por lo menos con Lando. Su niño.
—¿Estás seguro?
—Muy seguro... Creo.
—¿Crees?— cuestionó alzando una ceja y separándose para poder verle. No tocaría a su ángel si no estaba 100% seguro de ello.
—Carlos, sólo hazlo. Quiero ser tuyo—suplicó con aquellos ojitos verdes, opacados por sus dilatadas pupilas negras. Sus manos tomaron las mejillas de Carlos para atraerle y besarle con ternura. Estaba algo asustado al ser su primera vez, pero quería que fuese con el español.
Aquel beso le dolió, sentía cada sentimiento de Lando a través de sus caricias, besos y los latidos de su corazón y aunque él sentía lo mismo, no podía corresponderle. Era mejor sacar la tirita del tirón. Romperle el corazón de golpe era mejor que rompérselo lentamente y en pedazos que nunca podría volver a unir. Ni siquiera sabía en que momento habían pasado de ser los mejores amigos en el paddock a estar a punto de tener sexo. O sea, si lo sabía, ¿pero en qué momento se le ocurrió que eso estaba bien y debía dejar que pasase?
El estúpido y egoísta pensamiento de Carlos prevalecía sobre cualquiera idea razonable que pudiese salir mejor. Como la de estar juntos y ser felices, por ejemplo. Se amaban.
—¿No quieres hacerlo?—preguntó viendo que Carlos estaba en su propio mundo, pero sin dejar de acariciar su masculino rostro.
Su erección había bajado al ver un comportamiento extraño en su novio y el no sentir sus caricias lo había dejado temblando ligeramente de frío. Si el español no quería hacer el amor, lo comprendería. Quería que su primera vez fuese con él, pero si tenía que esperar, lo haría; quería que todo fuese perfecto y mágico. Todo lo mágico que podía ser hacer el amor con Carlos debido a... bueno, sus tendencias bruscas. Aunque sabía que terminaría con el culo completamente roto. Seguro que al madrileño le gustaba el sexo duro. Pero duro, duro.
—Sí, sí quiero, Lan. ¿Cómo no podría querer hacerte el amor?—lo abrazó con fuerza, buscando su calor—te quiero. Te quiero, Lando Norris. Prométeme que nunca te vas a olvidar de eso—suplicó sabiendo todo lo que pasaría después. Amaba a Lando y por mucho que le fuese a hacer daño, quería que lo tuviese presente, que lo recordase. Quería que supiese que sus sentimientos eran reales. Tan reales como su egoísmo.
Acarició con cariño sus mejillas llenas de lunares. Quería transmitirle todo con caricias, que nunca pudiese olvidarle aunque fuese a odiarlo. Sus palabras serían mentiras pronto, pero sus caricias serían reales por toda la eternidad, porque el amor que sentía por el británico era real.
—Ven aquí—tomó a su niño para atraerlo y poder besarlo con ternura. Lando no dudó en corresponder, abrazándolo por el cuello—te quiero, Lan.
—Y yo a ti, Carlitos—respondió con una sonrisa que derritió el gélido corazón del español—mi amor...
—Sí, soy tuyo, Lan. Tu amor.
Las manos del piloto de Ferrari se deslizaron por los muslos del menor, empujándolo de vuelta a la cama y abriéndolo ligeramente de piernas para acomodarse entre ellas. Los besos subidos de tono no se hicieron esperar y la sangre de ambos volvió a bajarles a la cabeza.
La de abajo, por supuesto.
El español bajó por el cuello de su niño, lamiendo con lentitud y sensualidad, buscando sonsacarle aquellos jadeos que amaba escuchar. Su cuerpo cosquilleaba ante los nervios que el experimentado español tenía encima. Todavía no se creía que sus sueños estaban a punto de hacerse realidad. Haría todo lo mejor que pudiese para que fuese mágico, no solo por Lando, sino también por el mismo. No sería su primera vez, pero si sería su primera vez con el británico y eso lo ponía nervioso y feliz a partes iguales.
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Hecho a medida 『Carlando』
Roman d'amourCarlos sabía que tenía un diamante en bruto. Un diamante que tenía que ser pulido. Un diamante que él se encargaría de hacer a medida. Lando era suyo.