Capítulo 41

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Damara Zrasny León

Toda mi vida, incluso siendo humana, he disfrutado de la música zansvrika tradicional. Pocas veces me he identificado con la angustia que genera en mi hijo Moisés, pero mis pensamientos durante la hora que transcurre se hacen más agobiantes como agudas se vuelven las notas que los músicos tocan en el salón de junto para ambientar nuestros aposentos. Fragmentos de mi pesadilla vívida más reciente se mezclan con los recuerdos recientes de la reunión que acaba de concluir. El coro de voces de pronto parece convertirse para mí en un murmullo misterioso que no sé si vaticina desgracias o victorias.

—Silencio... —susurro como pidiendo compasión.

Los músicos continúan. No pueden oírme porque de entre todos los muros que conforman la estancia solo uno es de material común, ese que colinda con el pequeño recinto donde ellos están.

La melodía se vuelve más estridente porque el himno así lo exige. En otro momento me hubiera contagiado el frenesí de esa rapsodia de sonidos que desde antes de mi conversión me hacía soñar con Montemagno y su historia, pero ahora mismo me estresa pues siento que me acorrala contra presagios sólidos, y como dije, no sé si interpretarlos como himnos festivos o funerales.

—¡Silencio! —me deslizo hacia la pared, le pego con mi puño —¡Ordené silencio!

Escucho como vibra la roca con mi golpe. Es un muro compuesto por bloques de piedra antigua, cae triza del otro lado. El ruido se detiene.

—¿Qué te agobió? —pregunta Daniel, abandonando el balance fiscal que decidió atender antes que aquello que dejamos a medias.

Inhalo profundo, agradeciendo la paz que se instaura por fin y me da esperanzas de que mi mente también se calme.

—La incertidumbre— contesto yendo hacia él —No cuestionaré delante de nuestros hijos las responsabilidades que les darás para desafiarlos, pero en privado tengo que preguntarte si estás seguro de tus decisiones —me siento sobre sus muslos —¿Evaluaste esta idea con la sensatez necesaria?

Respira al ras de mi pecho, arrastrando su nariz contra mi piel, de antemano sembrando dudas en torno a la respuesta.

—Hace rato dijiste que confiabas en mí —me acaricia metiendo su derecha bajo mi vestido.

—Así es, si estás seguro de que esto no terminará en desastre.

—Es un festival.

—El primero que pretende que los vampiros olviden lo que pasó la última vez. Uno que se celebra en el Montemagno que es administrado casi enteramente por la familia de un Zethee, sin una corte establecida. Los descendientes de la corte antigua y que todavía esperan justicia no tolerarán que se priorice el entretenimiento sobre la indemnización que se les debe. Vendrán, Daniel, tú mismo lo has dicho. Estarán aquí exigiendo equilibrios.

—Equilibrio hay, más del ya existente no puede ser. Si no los beneficia o no los incluye es porque carecen de competencia.

—Está claro, ¿Pero ellos lo entenderán? Si unos pocos se levantan en nuestra contra recibirán castigos conforme a la severidad de su traición. Sin embargo, si centran su campaña en convencer a los vampiros de que no les conviene una dinastía como la que estamos construyendo, será caótico. Quiero esto, tanto como tú. Lo sabes. Pero tengo miedo de que demos un paso en falso.

—¿Crees que no considero todos los posibles futuros?

—El pasado también lo deberías considerar— detengo su mano dejando caer pesadamente la mía sobre mi falda o no llegaremos a ningún lado con la conversación.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora