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-Echaba de menos el trabajo- dijo John. Le había costado un poco incorporarse a la rutina. Cuando lo hizo y todo volvió a la normalidad se dió cuenta de un detalle: su pequeña Frances no era tan pequeña y la guerra ya no era guerra. Sus compañeros estaban hablando de sus futuros y Alexander estaba estudiando leyes mientras mantenía su puesto militar. Todos querían volverse a la política.

John ya se había acostumbrado a la vida en el cuartel. Le gustaba. Prefería estar alejado de la sociedad refinada y Frances era feliz creciendo entre militares. Todos jugaban con ella y la querían como una hija propia.

Alexander terminó los estudios, Washington se convirtió en el presidente y los chicos que habían estado como ayudantes de campo tomaron papeles importantes en la política al lado de Washington. John fue el único que se negó, prefería mantener su puesto y tal vez podría ir a ayudar al general Kościuszko, pero este ya estaba por marcharse a Polonia.

John no se veía en capacidad de estudiar medicina o algo similar teniendo que trabajar y cuidar a la pequeña. Tal vez esperaría unos años, no quería ser un padre ausente. Pronto ella crecería y haría su propia vida lejos de su padre y entonces lamentaría no haber pasado tiempo con ella.

Frances pasaba todo el día yendo por el campamento de arriba a bajo. Limpiaba cañones y le enseñaba a disparar a los nuevos soldados. Al principio nadie tomaba en serio lo que decía porque era una niña, una chica y encima joven. Sin embargo sacó el carácter de su padre y la mala leche. Su pequeña ya no era tan pequeña.

—Ven aquí— dijo John sentándose en un banco que había en el campamento y la niña se sentó a su lado. —No quiero que te enfades conmigo por lo que te voy a decir.

—Papá, yo no me enfado contigo.

—Creo que no voy a dejarte que andes por aquí. Yo sé que eres capaz de hacer lo que quieras, pero no todos te conoces y hay hombres malos que pueden hacerte daño. He pensado que podrías ayudar en labores de enfermería.

—Pero, papá, yo no quiero hacer eso— dijo la joven. —Yo quiero alimentar a los caballos y limpiar los mosquetes. Sé de artillería mucho más que tú batallón.

—Lo sé, pero si a veces se revelan contra mí, ¿crees que no lo harán hacia ti?

—¿Y si te ayudo en vez en estrategia?— Dijo la joven. —No sé mucho, pero tú me vas a enseñar, ¿verdad?

—Cariño, no— le contestó.

—¿Qué? ¿Por qué?

—He metido la pata enseñándote algunas cosas. Ya tienes doce años y eres prácticamente una mujer. Mira dónde te tengo, este no es un sitio para ti. Tú abuelo tenía razón— le dijo. —¿Cómo te explico ahora a ti que lo que la gente espera es que seas una buena esposa, educada, fina y que no te quejes nunca?

—¿Y si no quiero?

—Te toman por una loca, tienes que hacerlo— dijo. —La esposa de Hamilton podría ayudarte.

—¿Quieres mandarme con ella?— Preguntó asustada. —¿Lejos de ti? No, no, no.

—¿Y qué hago? No tengo una carrera, no puedo trabajar de otra cosa ahora mismo y no puedes seguir aquí— afirmó.

—¿Y por qué pasa esto ahora? Nunca habías querido mandarme fuera, papá.

—Porque mi trabajo peligra y no sé qué voy a hacer. ¿Y si me mandan a Francia? ¿Otra vez a la guerra? ¿Yo que hago contigo? No quiero que me veas preocupado por mí trabajo, quiero que seas una señorita.

—¿Quieres que sea una señorita o crees que es lo mejor para mí?— Preguntó y John no le contestó. Era demasiado tarde, su hija era mayorcita y tenía su genio, su carácter y su opinión. —Papá, no me hagas esto, por favor. Primero mamá y ahora tú, no quiero que me dejéis sola.

—Lo siento.

—Aguantaré aquí y si te tienes que ir a Francia mándame donde quieras— dijo de brazos cruzados. —No pienso moverme de aquí— contestó.

—El general Kościuszko se marcha a finales de año. No tendremos a quien servir. No hay un Comandante General del ejército que nos pueda llevar a otro estado. Vamos a tener que buscar la gloria en Francia.

—¿Y si volvemos con el abuelo?

—¿A qué? ¿A molestar al tío Harry con su trabajo? El abuelo está muy mayor ya— dijo John y Frances suspiró. Aún no le había dicho la grave situación médica de Henry. No quería que lo viese tan enfermo.

—Podemos ir a cuidar al abuelo como nos cuidaba a nosotros— dijo la niña. —Yo le quiero mucho. Hace cuatro veranos que no le vemos.

—Lo sé, pero le escribimos todas las semanas.

—Y papá, ¿los abuelos de mamá dónde están?

—En Inglaterra— le dijo. Nunca le había preguntado por el resto de su familia —pero están muy enfadados conmigo y no quieren vernos.

—¿Por qué?

—Porque estás aquí y no allí— aseguró.

—Pues no se me ocurre nada más— dijo Frances. —¿Y si vamos a dormir y mañana pensamos?

—No pienses en eso que tú eres muy joven para machacarte la cabeza.

—Pues a ti te van a salir arrugas de tener el ceño fruncido todo el día. Aquí estamos bien, ¿ves, papá? Mira, podemos pasear por el bosque.

—Crees que esto es una buena vida porque no te he dejado vivir otra. Soy un egoísta.

—No digas eso que me pones muy triste.

—Lo siento.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora