Mil pensamientos por hora

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Acabando la videollamada con Eric, a Christopher le invade un sentimiento de soledad, no tiene a quién recurrir. La persona a la que ha acudido siempre que las cosas salen mal y necesita consuelo, le acaba de decir que ya no lo quiere en su vida. El reloj corre, decidir quedarse o irse, todo pasa por su cabeza, se comienza a preguntar si Louise sería capaz de dejarlo, si está hablando en serio cuando habla sobre llevarse a sus hijas.

Se pregunta si siquiera eso es legal. Se pregunta si debería llamar a un abogado, pero también sabe que en cuanto lo haga todo el mundo lo sabrá y aparecería en todos los encabezados. Sus hijas no podrían perdonarle eso, pero se pregunta si sería más duro aceptar haberse dado por vencido antes de siquiera intentarlo o si es mejor ser un dingo perdedor que supo el momento indicado para retirarse.

Se pregunta si debería convencer a Louise de que se quede, de que puedan seguir juntos, pero también sabe que no puede hacer una propuesta atractiva para hacer creíble la premisa de que todo será distinto.

Christopher, hundido en sus pensamientos, sale en modo automático de uno de los muchos cuartos de la propiedad que podrían ser dignos de ser la oficina de un alto ejecutivo, y para su mala suerte, cruza miradas con sus hijas, quienes se encuentran a unos cuantos metros del comedor.

—¿Así que las clases ahora son desde casa? —les dice Christopher.

—Mami ya no nos deja ir a la escuela, extraño a mis amigas, pero me gusta tener clases con Pam y la abuela y Boss —responde Laysha.

—¿Les parece que el día de hoy lo tomemos para nosotros tres? —Christopher se asombra de lo que acaba de decir.

—¿Mami no vendrá? —pregunta Laysha.

—No, amor, ella tiene... otras cosas por hacer —Christopher no puede disimular su incomodidad.

—¿Este es acaso tu plan para recuperar el tiempo perdido en cuestión de días antes de irte Christopher? —dice Pam.

—¡Pamela, ya basta!

—Tan solo dinos cuándo te irás —dice Pam.

Christopher y Pam comienzan a discutir. La conservación es dura, tensa, con una base profunda llena de reclamos y gritos. Pam cita muchos hechos del pasado y enlista las promesas más recientes sin cumplir.

Laysha no entiende lo que pasa, no entiende por qué su hermana parece tan enojada, pero al mismo tiempo las lágrimas quieren asomarse por sus ojos. No entiende por qué la llegada de su padre le provoca dolor a todas las personas que habitan en la casa cuando debería ser algo que provoque felicidad.

—No me interesa tener esta conversación —Christopher observa los elementos que tiene alrededor en la casa y se le ocurre una manera de cerrar aquella estruendosa conversación—. Podemos ir a nadar en la piscina o ver una película aquí. Esta casa es enorme, no se parece nada a nuestro primer departamento.

—No lo recuerdo, Christopher, espero que recuerdes que ya no tengo cinco años —dice Pam esquivando su mirada. No le sorprende la táctica evasiva de su padre, se dice a sí misma: <<no tengas expectativas, maldita sea>>.

—Yo quiero nadar, vamos, Pam. Papi, pero quiero que venga mamá —insiste Laysha.

—No es posible, amor. Ve a ponerte tu traje, por favor —Christopher espera que con esa respuesta la pequeña deje ir el tema.

—¿Sabes que tiene tres años y que no puede ponerse un traje por sí sola, Christopher? Le hablaré a mamá.

—Yo iré contigo, Laysha, no le hables a tu madre —dice Christopher rápidamente para evitar que llamen a su esposa. Quiere comprobarse que también puede ser padre, así que toma la pequeña mano de su hija, quien lo guía a su habitación, y justo detrás de ellos, los sigue la fiel mascota de Laysha.

—Amor, no es por nada, pero tu perro está un poco... extraño —dice Christopher mirando al can.

—¿Por qué extraño, papá? Es mi mejor amigo —dice la pequeña con un tono de decepción en su voz.

—Olvida que mencioné eso, así que veamos, ¿dónde están tus trajes de baño? —pregunta Christopher, pero ella sólo le responde con un gesto que da entender que no tiene idea.

—Deja le pregunto a mamá, ¡mamá!

—No, nena, por favor detente, podemos solucionarlo. Tú busca en tus cajones de allá y yo en los de acá —le ordena Christopher, está harto de que cuestionen su capacidad.

Christopher y Laysha llegan a una alberca gigante, donde fácilmente podría entrenar un equipo entero de profesionales. Christopher ve a Pam escuchando su música con audífonos en uno de los camastros que se encuentran en la orilla, sabe que lo vio, pero es evidente que su hija mayor se incomoda con su presencia.

—¿Pam, por qué no te has cambiado?

—No quiero nadar —responde Pam.

—Esta alberca tiene el tamaño suficiente para que puedas practicar hasta que vuelvas a tu escuela.

—Christopher, mamá no...

—Hablaré con ella, adoras nadar, debes hacer lo que te gusta —Christopher la interrumpe—. Volverás a hacerlo nena, lo prometo.

Esas dos palabras son una herida para Pam; da un breve viaje hacia el pasado recordando cuántas veces las ha escuchado y cuántas veces resultaron en una decepción. Se siente tonta porque a pesar de haberle fallado tanto, al escucharlo decir eso, tiene una pequeña esperanza de que sí suceda.

Louise logra verlos a través de la ventana de su habitación que da a la piscina, la imagen de ellos tres solo logra lastimarla más, como sal a una herida abierta. Nuevamente se cuestiona si está dispuesta a renunciar a eso, aunque sea tan breve y esporádico.

Se repite otro de sus mantras: <<La vida se basa en decisiones y él no te eligió>>.

Abre su computadora, respira y revisa sus correos. Ve que la solicitud de su internamiento ha sido aceptada y pagada, le dan una fecha de llegada. Eric se movió demasiado rápido para arreglar todo, es evidente que es urgente que ella esté lejos. Logra ver que en el correo pusieron la cantidad que se pagó, es demasiado grande, se le aprieta el pecho, siente una vergüenza de que aun cuando esto es para alejarse de Christopher, necesita de su apoyo para hacerlo.

Nadie le habló sobre el gran monstruo que es la dependencia económica, solo le habían enseñado desde pequeña que no debes morder la mano que te da de comer, aunque esa misma mano pueda hacerte daño. Cómo quisiera poderlo pagar ella misma, comprobarse que sigue siendo capaz de vivir sin él.

Se le viene a la mente el día que Christopher la convenció de que ella se quedara en casa y tomara un descanso del trabajo en el periódico, recuerda cómo recalcó que sería temporal, pero ahora que lo piensa fue tan ingenua en no querer ver algo que de manera tan notoria tenía una etiqueta en letras mayúsculas y rojas de ser definitivo.

Recuerda que en serio adoraba ese trabajo, incluso siente algo de vergüenza de aceptar que le gustaba de una manera casi igual al trabajo de ser madre. Extraña ser esa mujer, esa mujer que fue antes de Christopher, y se pregunta si sigue dentro de ella, o si de manera definitiva, es otra persona que no conoce. 

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora