Una pausa en el desastre

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Christopher abandona el estudio. Decidió ignorar los últimos cinco minutos de letanía recitada por Eric. Se dirige hacia la voz de Mary y las niñas. No tiene idea de cuánto saben.

—Por favor, preparen una maleta. Asegúrense de llevar traje de baño —les dice Christopher.

—Christopher, no vayas a hacernos daño, te lo suplico —suplica Mary mientras pone a sus nietas a su espalda.

—Mary, las llevaré a la playa, no al matadero. No me cuestiones, por favor.

Mary, desconfiada, asiente; lo que está haciendo ese hombre resulta ridículo, no confía en lo absoluto, pero la resistencia la puede llevar hacia el peor escenario. Laysha corre hacia su habitación, parece que la ingenuidad y desconocimiento parecen ser el mejor vestuario dadas las circunstancias.

—¿Qué demonios haces, Christopher? ¡Esto es suicidio! Te está viendo el mundo entero desobedecer una orden judicial y llevarte a las niñas —dice Eric persiguiéndolo por el pasillo.

—Pospondré el desastre a la siguiente semana, con o sin tu ayuda. Todo cambiará. Iré a la playa con ellas, punto final, se los prometí.

—Vaya momento para decidir cumplir una promesa. Eres una joya.

Christopher entra a su cuarto a hacer su maleta y cierra la puerta para que el mensaje sea contundente y claro hacia Eric. No tiene idea en dónde podrá encontrar las prendas de playa o si tiene algunas, pero no está de humor para pedir la ayuda de alguien.

No puede evitar ver que sigue la ropa de Louise ahí, no se ha deshecho de las camisas viejas que le gusta utilizar para andar por la casa, incluso toma una de ellas. Una lágrima involuntaria sale de sus ojos. Se maldice por ser tan débil. Ve un portarretratos con la fotografía de ambos cuando se casaron. Definitivamente, se han convertido en dos personas distintas que tal vez necesiten tomar caminos separados y, a pesar de no quererlo, le duele.

Sale de su cuarto y ve que Eric está con las niñas y con Mary. Tira las maletas y se pone en una posición defensiva.

—Tranquilo, no planeo pelear con alguien que me daría una paliza. Está todo arreglado, Christopher. Toma el carro que quieras y vete por la salida sur. La propiedad es grande pero no tardan en tocar a la puerta. El día que decidan regresar, estaré a una llamada de distancia para arreglar este desastre —le dice Eric señalando el camino.

Christopher asiente, parece que otra persona está jugando la carta de la improvisación. Salen corriendo por un acceso que ni Mary ni las niñas conocían, da directo a un camino subterráneo.

—Papá, ¿a dónde vamos? —pregunta Laysha.

—A la playa amor, lo prometí, ¿no recuerdas? Sube al carro —Christopher trata de quita el sudor de la frente.

—¿Irá mamá? —pregunta Pam.

—No. Seremos nosotros cuatro, tu madre está muy ocupada en sus asuntos —Christopher mira a Mary.

—Y Boss —dice Laysha señalando a su perro—. ¿Podemos invitar a mamá? —insiste Laysha.

—No podrá venir —las manos de Christopher sobre el volante tiemblan, su voz se quiere quebrar.

—¿Podemos tener unos minutos de silencio niñas? —dice Mary—Su padre tiene mucho sin manejar y por eso está algo nervioso.

Christopher le agradece con una seña a Mary. Laysha se asoma por la ventana. Logra ver cómo se van alejando de su casa, hace tanto que no salían. En verdad era inmensa. 

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora