Son las cuatro y media de la mañana, todavía no sale el sol, pero Christopher ya se encuentra despierto. Es un hábito que no puede quitarse desde hace años, le gusta tener la sensación de ser el primero en despertar, le hace sentir control. Recuerda que Louise detestaba eso, si algo distinguía a su esposa, era su amor por un sueño completo de ocho horas. Se reclama por volver a recordarla.
Mary le pidió a Christopher que las niñas durmieran con ella, son tiempos inestables y sabe que Mary no confía en lo absoluto. Christopher se dirige a la cocina por un café, pidió que le llevarán un empaque de su marca favorita, ruega porque no se les haya olvidado. Justo cuando se dirigía a lo que pensaba que sería un momento pacífico y a solas, se da cuenta que Mary ya se encuentra despierta.
Ambos notan la presencia del otro y se quedan callados. Años atrás podría decirse que hasta eran buenos amigos. Mary era una suegra llena de orgullo por lo que hacía Christopher, lo consentía de más. Siempre se encargaba de que a su regreso se le cocinara su comida favorita. Ahora no quiere siquiera pasarle un plato. Recordar esto hace cuestionarse a Christopher el momento en el que todo cambió.
—Buen día, Mary.
—Hola, Christopher —dice Mary sirviéndole una taza de café, lo mira a los ojos y se la entrega—. ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—Una semana, supongo. ¿Tan desagradable te resultó el matadero? Te serviría un poco de sol.
—¿Estás loco?, ¿sabes lo que estará sintiendo Louise en estos momentos?
—No, Mary, no lo sé. Por si no te has dado cuenta, tu hija no me cuenta últimamente sus planes —Christopher huye de lo que está por convertirse en una conversación incómoda.
—Hay que seguir conforme a lo que es legal —Mary desconfía si ha dicho correctamente su comentario.
—¡Tu hija acaba de exponernos frente al mundo y estoy seguro de que tú sabías que lo haría!
—Quiero que me prometas que no le harán daño —dice Mary bajando la voz porque cree que las niñas están despertando.
—Tu hija se condenó a sí misma, si le hacen daño será su responsabilidad. No voy a rogarle que se quede, no me importa en lo absoluto. Voy a tomar mi café en silencio, gracias —Christopher detiene sus pasos y regresa hacia la dirección de Mary—. Para que sepas, voy a investigar qué sucedió con Johnny. Acabaré con su estúpida historia y verás que su muerte fue natural. Tu hija es una perra demente, ¿qué estaban pensando?
—Dime, Christopher, ¿cuándo pagarás tú por las muertes que has provocado? ¿Esas no cuentan?
Christopher rompe en carcajada. Deja su café sobre una mesa y respira profundo.
—Dime, Mary, ¿desde cuándo comenzó a molestarte nuestro estilo de vida? No recuerdo que te molestará cuando compró la casa donde vivían tu hija y tus nietas, donde vivías tú. Tampoco cuando pagó viajes, carros, escuelas. Cuando te llevó a conocer a gente importante, te recuerdo muy feliz posando en las fotos con tus vestidos caros.
—Estoy muy avergonzada de muchas cosas que hice, entre ellas pensar que lo que estabas haciendo está bien. Si no fuera por mí, quizá Louise te hubiera dejado hace años. Todavía recuerdo el día que me dijo que quería dejarte por primera vez, la convencí de que era su deber quedarse, ¡la convencí, Christopher! ¿Sabes cuánto daría por cambiar ese momento y haberle dicho que se fuera y no mirara atrás? —Mary hace su mejor esfuerzo para que el llanto no le rompa la voz—. No eres un buen hombre, Christopher y no sé qué mierda te hace pensar que serás un buen padre.
La batalla desatada se interrumpe porque ambos se dan cuenta que Pam está viéndolos. De pronto, el sentimiento de provocarle dolor al otro se transforma en vergüenza. No tienen idea de cuánto lleva escuchándolos.
—Hola, nena, ¿dónde está tu hermana? —dice Mary acercándose a su nieta quitándose las lágrimas de los ojos, para tomarla de la mano y guiarla a su habitación, pero encuentra bastante resistencia.
—¿Hasta cuándo van a ocultarme las cosas? —los cuestiona Pam— Si no te importamos en lo absoluto, ¿por qué carajos sigues aquí, Christopher?
—Vamos a nuestra habitación querida, vamos con tu hermana, por favor —insiste Mary.
Christopher hace un análisis de cuántas palabras ha emitido en los últimos cinco minutos de las que se arrepiente en este momento. Llamó perra a la mujer que ha sacrificado todo por él a cambio de nada y de la que está perdidamente enamorado.
Llamó perra a la madre de sus hijas. Expresó que no le interesa que le hagan daño, cuando las últimas dos noches la preocupación no lo ha dejado dormir. Expresó que no le importa salir de sus vidas, cuando en realidad, le ha carcomido por dentro el saber qué puede que estos sean los últimos momentos que comparte con ellas. No tiene nada que decir, sabe que no puede corregir nada y sale de la habitación.
—Abuela, ¿por qué estabas peleando con papá? —le cuestiona Laysha en el momento que Mary está entrando a su dormitorio.
—Nada de qué preocuparte amor, tú vuelve a dormir —Mary se sienta en su cama y le acaricia el pelo.
—¿Dónde está mamá? —el rostro de Laysha solo refleja su miedo.
—Tu mamá está solucionando algunos problemas, pero todo saldrá bien, tú duerme, mi niña.
—¿Las peleas son porque mamá y papá se están descasando?
Mary sonríe con la ocurrencia de su nieta. Se queda callada, tiene miedo de cometer un error y que termine en otras diez preguntas incómodas.
—Pero ellos ya estaban descasados. No vivían juntos.
—Vamos a preguntarle todo eso cuando llegue mamá —le dice Mary arropándola.
—Se dice divorciando Laysha, y sí, están haciendo eso —dice Pam.
—Pam, tengamos esta conversación después, por favor —le suplica Mary.
—¿Cuándo, abuela? ¡Siempre esa es su respuesta para todo! Después te digo, Pam; todavía no lo puedes entender, Pam; esa no es conversación para ahora Pam. Estoy harta, abuela, ¡necesito saber qué demonios está pasando!
—Pam dijo una mala palabra, abuela —dice Laysha con una voz a punto del llanto, sabe que lo que dijo Pam es algo triste.
Mary ya no puede con la presión, quisiera gritarles toda la verdad, que a su abuelo lo asesinaron, que su madre tuvo que ir hasta el otro lado del mundo para poder exigir que saliera toda esta mierda de sus vidas, que su papá quiere llevárselas y que no es un buen hombre, que la guerra es el peor de los males y que su madre puede morir en cualquier momento. Si salen mal las cosas, se pregunta cómo van a poder vivir con ese dolor.
–Sí, sus papás se están divorciando, pero por favor, ya no me hagan más preguntas.
Mary se dirige hacia un lugar donde un cerrojo y una puerta puedan apartarla de todos por unos momentos.
ESTÁS LEYENDO
Las mujeres del héroe
General FictionLouise está segura de dos cosas: ama a su esposo de manera desmedida e infinita, pero debe dejarlo. El sacrifico que implica ser la esposa y madre de las hijas del general Christopher Williams está costándole la cordura. Su decisión será una bomba...