Bajo presión

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A pesar de que su vida en los últimos años ha sido un constante rompimiento de los límites morales y éticos, Christopher siente que ha rebasado uno que es imperdonable: el respeto y devoción a su más grande amor, su esposa. Y que peor manera que hacerlo que teniendo como testigo a su hija.

Coloca las manos sobre su cabello esperando calmar la sensación de hormigueo, pero es inútil. Viene un impulso para realizar algo que no sabe si empeorará las cosas. Sabe que Mary tiene un teléfono que tiene contacto directo con Louise. Sus pies se dirigen de manera automática a la maleta de Mary, esperando que ahí esté.

No le importó hacer a un lado todas las pertenencias que guardaba la mujer. Da con el aparato. Tarda en comprenderlo, pero tan solo marca al único número del historial de llamadas.

—Hola, Louise —dice Christopher tomando con fuerza el teléfono.

—Hola... Christopher. Este es el celular de mi madre. ¿Todo está bien? —dice Louise agitándose.

—Tus hijas piensan que te maté o que nunca volverás, ¿podrías ponerle fin a su sufrimiento, por favor?

Louise se siente avergonzada. Sabe que la probabilidad de que Christopher no haya sabido sobre su declaración es nula. No entiende cómo del otro lado de la bocina se encuentra un hombre con actitud calmada.

—Christopher, de verdad no quería...

—Ambos sabemos que sí, Louise. ¿Estás a salvo?

—Supongo.

—Bien. ¡Laysha, Pam, su madre está al teléfono!

—Christopher...

Louise no obtuvo respuesta. Escucha a la distancia la voz de sus hijas. Christopher, al entregar el celular, puede ver la felicidad que provocó esa llamada, sabe que en cualquier momento van a rastrear su ubicación con una llamada tan larga. Puede esperar dentro de las próximas horas a un montón de agentes con camionetas y hasta un helicóptero.

Odia admitirlo, escuchar la voz de esposa y saber que está a salvo le han traído una paz inmensa. Aquello que se queda dentro de la cabeza de Christopher es el miedo real que sentían sus hijas de que su mamá ya no estuviera viva, eso era una sensación normal en la guerra, no en casa.

—¡Mamá, no debiste dejarnos! —dice Pam con una voz mezclada con llanto a través del teléfono.

—Lo sé, mi amor, pero debía hacerlo, pronto nos veremos.

—Pensábamos lo peor mamá y nadie nos decía nada —dice Pam—. Ya debes regresar, ¿después de aquí ya iremos contigo?

—Todavía... no, las pondrán con su abuela en una casa, pero ahí ya podré visitarlas.

—¿No te quedarás con nosotras? —le pregunta Pam disgustada.

—No, mi pequeña, pero les prometo que todo mejorará.

—Vaya, ahora a ti también te gusta mucho hacer promesas, espero que tú sí las cumplas —Pam deja caer el teléfono al suelo y sale de la habitación.

La pequeña Laysha, temerosa, toma el teléfono, espera con todo su corazón que no haya colgado su madre.

—¿Mami?

—Hola, pequeña preciosa.

—Mamá, Pam tocó el agua y Boss también nada —Laysha se quita una lágrima de su ojo izquierdo.

Ese comentario provoca una sonrisa en el rostro de Louise, sabía perfectamente que si alguien podía hacer que Pam regresara al agua era su padre.

—Eso me da mucho gusto, amor. Quiero que sepas que te amo con toda mi alma.

Aunque al comienzo de la conversación notó una barrera que no le permitía a su hija más pequeña tener el flujo conversacional usual, en cuestión de minutos, tenía una descripción extensa sobre sus días en la playa. A pesar de querer seguir poniéndose al tanto de la vida de su pequeña, Louise sabe que tarde o temprano tendrá que pedirle que le pase a su padre. Siente que le debe una explicación.

—Hola otra vez, Christopher —dice Louise, la mano que sujeta el móvil no logra quedarse quieta.

—¿Te atreves a saludar así? ¿Cómo si nada estuviera pasando?

—Muchas cosas están pasando, Christopher y no vengo a discutir eso contigo. Vamos a necesitar llegar a un arreglo para decidir el lugar en dónde se quedarán las niñas mientras resolvemos este asunto.

—¿Te refieres al divorcio? —Christopher siente un golpe en el pecho.

—Sí, Christopher. La seguridad de ellas es prioridad y necesito tener acceso a ellas, estaban muy preocupadas.

—¿Por qué demonios no me lo dijiste? Podrías haberte ahorrado tanto.

—Lo intenté. No tenía la menor de idea de cuándo regresarías. No podía arriesgar poner en riesgo todo por creer otra vez en ti.

Louise recuerda esa vez que tenía las maletas hechas para irse. Tenía los boletos de avión. Tenía incluso una propuesta de trabajo. Llevaba meses planeando cada detalle. Incluso había preparado posibles respuestas a cualquier postura que podría tomar su marido y poder salir victoriosa con su decisión.

Christopher solo necesitó unas horas para convencerla de que se quedara y de que todo estaría bien. Solo necesitó prometerle otra vez que las cosas cambiarían. Solo necesitó decirle que la amaba.

—¡Esto es una pendejada, Louise! ¿Sabes el riesgo en el que nos acabas de poner? ¿Sabes todo lo que podrías estropear por tu maldito capricho? Yo podría haber accedido. Todo pudo haber sido diferente. No iba a rogarte, tenlo por seguro.

—Vaya. Hemos llegado hasta aquí y no eres capaz de hacerte responsable de tu basura. En fin. Mis abogados están en contacto con Eric. Esto debe terminarse en unas semanas. De ahí en adelante, no tendremos que vernos nunca más. 

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora