Eran las dos de la mañana, parecía un momento cualquiera, no tenía pinta alguna de que sería un parteaguas en la historia de un país. Nadie sabía que ese sería el día donde la historia de un superhéroe comenzaría a fenecer, donde la gente comenzaría a tener rabia y ganas de ver caer al gobierno, donde se darían cuenta que nuevamente todo era una vil mentira.
Una década atrás, las instituciones habían caído, lo que comenzó como una marcha pacífica catalogada de hippie, terminó en indicios de una guerra civil. La gente ya no tenía nada que perder: el salario estaba por los suelos, más de la mitad de la población ya no tenía un techo sobre sus cabezas, conseguir un litro de agua potable para jalarle al baño se había convertido en un lujo. La vida diaria se convirtió en una continua incertidumbre de mera supervivencia, lo que fue un factor determinante para que las instituciones resultaran ridículas y cayeran.
Un evento determinante para el levantamiento de armas fue que por decreto presidencial el consumo de agua potable por habitante se limitó a dos horas al día para darle prioridad a la ganadería y agricultura del país, bajo el lema de que sin comida no hay vida. Sin embargo, en las reglas operativas, en las letras más minúsculas con una sintaxis incomprensible para la persona ciudadana promedio, se había sacado del espectro de aplicación a los centros de convivencia y vivienda de alta gama, entre ellos, cientos de campos de golf.
Había gente que tenía un par de semanas sin ducharse correctamente y tenía que pagar un cuarto de su sueldo en agua para beber, pero había otro grupo de personas que podían tener albercas llenas en sus respectivos hogares.
La gota que derramó el vaso fue la viralización de un video donde aparecía como protagonista el hijo de un senador con tremenda fiesta con alberca por su cumpleaños, diciendo ebrio que él era el rey del mundo y que la solución para que dejara de faltar agua era que la gente pobre muriera. El gobierno había corrompido los sistemas de satélite para que nadie pudiera ver a través de sus celulares la cantidad de áreas verdes y sistemas de alberca que seguían pompeando agua a lo bruto alrededor del país.
Un grupo de hackers lo logró y confirmó que el decreto solo había aplicado de las viviendas de clase media hasta la baja. El presidente renunció a la semana siguiente y ahí solo empezó el caos.
Semanas después se filtró un documento con estadísticas catastróficas. El gobierno había lanzado un programa popular para que las personas pudieran vender su vivienda al país, quien les daría una renta mensual, así como el derecho a seguir viviendo en ella.
Nadie conoce cómo pasó, pero un par de años después tan solo diez personas particulares eran dueñas de la mitad de las casas en el país. Sin saberlo, se habían convertido en un imperialismo moderno, pero decían que uno hipócrita, porque las leyes seguían diciendo que todas las personas eran iguales.
Todo estaba en llamas y, en consecuencia, el grupo controlador del país se reunió para expresar su preocupación por que sus bienes estaban en riesgo, así como sus estilos de vida. Concluyeron que todas las tácticas practicadas en el pasado no funcionaban, ya que lamentablemente ahora cualquiera con un jodido celular podía saber demasiado.
La historia de una cabeza guerrillera estaba comenzando a florecer. Un hombre alto y ojos azules tenía gran aceptación, sus discursos eran atendidos por miles, hablaba sobre justicia social y otras cosas. Además, su historia era conmovedora, un huérfano físicamente atractivo, que salió adelante desde abajo, casado con una periodista que tenía cara y cuerpo tremendo, amante de cuestionar la corrupción en los medios.
Por cuestiones de marketing era perfecto. Se encargaron de cubrir toda la negociación por todos los medios. En cuestión de semanas, a través de la venta de una historia de superhéroes con final feliz, las cosas se calmaron.
Se creó un organismo conformado por gente buena encargado de regañar al gobierno si se llegaba a portar mal, presidido por ni más ni menos que Christopher Williams, la esperanza del país. Además, crearon una aplicación en la cual, a través de la comodidad de tu celular, podías vigilar lo que hacían tus gobernantes. Y la gente creyó. Era un cuento de hadas, y como la vida estaba tan jodida, las personas necesitaban refugiarse por lo menos en una ficción esperanzadora.
Meses después, el agua llegó nuevamente, nunca dijeron de dónde, pero era evidente que la trajeron de otro lado, y es lógica pura que a esa aparición mágica le corresponde una dosis de sufrimiento y carencia de otro ser, en otro lado.
Esa madrugada las grandes empresas de telecomunicaciones trataron de improvisar una caída del sistema, pero fue demasiado tarde, tan solo unos minutos después de lo que pudo haber sido una crisis controlable.
Eran en total diez videos del ejército sabio y bueno de Christopher haciendo tácticas de guerra totalmente inhumanas, una decena de personas pidiendo súplicas en un idioma que no estaba entre los identificados alrededor del mundo, pero su expresión de sufrimiento era tan entendible para cualquiera que pudiera ver.
Sin embargo, las personas que aparecían en ese video tenían una esencia distinta, una diferencia que comprobaba que algo sumamente terrorífico y nunca antes visto se estaba haciendo. Podrían haber utilizado la salida tangente de que Christopher nunca estuvo de acuerdo con eso, y así encontrar un chivo expiatorio de forma breve, pero él estaba en cada uno de los vídeos, sin hacer absolutamente nada para detenerlos. En alguno de ellos, incluso, se le ve sonriendo.
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Las mujeres del héroe
Tiểu Thuyết ChungLouise está segura de dos cosas: ama a su esposo de manera desmedida e infinita, pero debe dejarlo. El sacrifico que implica ser la esposa y madre de las hijas del general Christopher Williams está costándole la cordura. Su decisión será una bomba...