30 de junio - CAYETANO

24 6 3
                                    


CAYETANO


No estoy seguro de que es a lo que Olaya se refiere, pero quiero creer sus palabras a pies juntillas. Todo va a salir bien. Aiden me ha dicho lo mismo que Olaya al final: debo acercarme a Sara, pedirle una cita, hablar con ella... El no ya lo tengo, debo ir a por el sí.

¡Y voy a hacerlo ya, ahora mismo!

—¡Volvamos a la heladería! —digo de repente.

—¿Vale? —murmura Olaya, entonces la cara se le enciende, abre mucho los ojos y hace aspavientos con las manos—. ¡El helado, me he dejado el helado!

Corre de vuelta a las escaleras del hotel y coge la tarrina que se ha dejado. El helado se ha deshecho y sólo queda una crema pastosa poco apetecible, de un color amarillo pis, con un barquillo reblandecido y un mosquito ahogado.

—Lo siento, Oly —digo cuando llego a su lado.

Ella tira la tarrina a la papelera más cercana sin miramientos y me hace un gesto.

—Me debes un helado.

—No va a ser el de piña con no sé qué.

Olaya me mira con sus enormes ojos castaños y las cejas fruncidas, abre la boca para responder, acaba cerrándola y dándome otro empujón, esta vez menos cariñoso.

—¡Eh! —me quejo.

—¡Será de lo que yo quiera!

—Vale, vale. ¡Que agresiva te pones!

Me saca la lengua y acelera el paso para regresar a la tienda, así que troto hasta ella y me uno a su velocidad.

Giramos el hotel y cruzamos hasta la heladería. Trago saliva. Olaya me mira una última vez y abre la puerta. Vuelvo a tragar saliva. Me sudan las manos y me las seco en el pantalón. Miro hacia la mesa de Sara y... no están.

No está ninguno. El grupo entero se ha ido. Sara se ha ido.

—Vaya —murmura Olaya.

—Mierda —maldigo yo.

—¡Olaya! —saluda Hikari desde la barra—. ¿Ya te lo has comido?

Olaya se acerca a hablar con ella y le explica que se le ha derretido por mi culpa; en otro momento habría saltado y me habría defendido, en ese no. Estoy demasiado ocupado preguntándome dónde han podido ir. En dirección al hotel no, así que seguramente hayan vuelto a por sus bicicletas.

—¡Olaya, vamos! —grito saliendo por la puerta.

Igual, si corremos, les alcanzamos y puedo decir algo a Sara.

Giro hacia el otro lado de la calle, hacia donde está la moto, pero cuando llego veo que es tarde. También se han llevado sus bicicletas y sólo queda el vehículo de mi amiga.

Olaya llega también y me pide que deje de hacerle correr. Se acerca a la moto y saca los cascos, pasándome el que suelo usar, y se sube a ella mientras se coloca el propio.

—Vamos a dar una vuelta, igual los encontramos —propone.

Más animado me coloco el casco. Es negro y tiene una flor hawaiana en blanco, súper hortera, a Olaya le encanta; me lo regaló antes de comprarse la moto siquiera, diciendo que iba a necesitarlo mucho. A ella su madre le regaló uno rosa, peor aún que el mío; cuando lo ví decidí no quejarme.

Mi amiga arranca la moto y gira hacia la izquierda, subiendo la calle, en la segunda que cruza gira hacia la derecha. No me hace falta preguntarle a dónde va, está claro que se dirige al Club Náutico.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora