19 de julio - CAYETANO

9 3 0
                                    

19 de julio

CAYETANO

Mamá ha ido a La Vega a entregar unos papeles, no sé muy bien qué era, no me interesa tampoco. Yo he venido con ella porque Olaya sigue triste por lo de su casco de moto, le voy a comprar otro, uno parecido al mío, pero quiero que conserve la esencia del suyo. Va a ser difícil algo que combine ambas cosas porque era espantoso, el mío es muy chulo. Tiene que llevar flores hawaianas, ser rosa y que te proteja toda la cabeza. Uno de esos integrales, por si acaso vuelve a ocurrir una desgracia.

Se me pone la piel de gallina al pensarlo.

La tienda no está muy lejos de mi casa así que me acerco andando mientras mamá va al banco. Es la misma a la que vinieron los padres de Olaya, en el escaparate tienen una vespa igual que la de mi amiga y un montón de cascos, pero han mejorado los diseños.

Unas campanitas suenan cuando entro y una chica levanta la mirada desde detrás del mostrador. Está leyendo una revista del corazón, masca chicle y lleva una diadema rosa con perlas y purpurina, no pega con la pared que tiene detrás, llena de fotos de Harleys y moteros americanos.

—¿Puedo ayudarte con algo?

—Quiero un casco.

Aparta la revista y se levanta del taburete en el que estaba sentada.

—¿Has visto alguno o te enseño el catálogo? —pregunta mientras mete la mano debajo del mostrador para sacar un libreto enorme.

—No he visto nada.

—¿Sabes cómo lo quieres?

Estoy súper nervioso y no tengo ni idea del por qué. Igual es por venir a comprar, igual es porque es para Olaya. ¿Si quisiera una camiseta también sería tan complicado? No, claro que no. Ella no se fija en la ropa, pero sí en los cascos.

—Rosa, hawaiano, hortera... Pero que sea seguro.

La dependienta me mira un momento y, cuando creo que me está juzgando, descubro que en realidad tenía la vista fijada tras de mí, perdida en el escaparate, buscando algo en especial.

—Tuvimos uno así, parece que lo hemos vendido.

—Sí, a mi amiga. —No sé para qué quiere esa información, no es relevante, y a pesar de eso no dejo de hablar—. Ha tenido un accidente, se le ha roto. Quiero uno que sea parecido, pero más seguro.

—Ya me has dicho que lo quieres más... —Se calla y abre el catálogo—. ¿Está bien?

—¿Cuál? —pregunto asomándome a las páginas.

—No, tu amiga. Si está bien.

—Ah, sí, bueno, se ha roto un brazo. No puede conducir.

—Pobre, espero que se recupere pronto. ¿Qué moto tiene?

—Una vespa como esa. Es rosa.

—Le gusta mucho el rosa.

—Qué va, ni un poquito.

La chica sonríe.

—Mira este, tiene flores hawaianas y un tono rosa, pero es muy suave y casi salmón.

—No, es demasiado... Normal.

Pasamos varias páginas, la chica es muy amable y me explica las características de cada uno, los precios que tienen, lo que incluyen, las garantías... Y no hay ninguno que cumpla todo lo que pido. Si tiene flores no tiene el color rosa que busco, si encuentro el tono perfecto le faltan las flores, si cumple ambas cosas medianamente no es lo suficiente seguro o se me escapa del presupuesto.

Cuando estoy apunto de abandonar lo veo, el casco perfecto.

—Este.

—¡No tiene flores, ni es rosa! —La chica suelta una carcajada—. Y cuesta cincuenta euros más de lo que me has dicho que podías gastarte.

—No. Es este. Le va a encantar.

Olaya se sorprende cuando me ve en la puerta de su casa con una bolsa enorme. Se aparta para dejarme pasar y me sigue curiosa hasta el salón, intentando averiguar qué es lo que llevo y si es para ella.

Se sienta en el sofá y cruza las piernas. Me mira expectante.

—¿Me vas a decir qué es o piensas hacerte el misterioso mucho más tiempo?

—Me gusta ser misterioso.

—Ya, te sale regulín. —Apoya la cabeza sobre el brazo sano—. ¿Es para Sara?

¿Sara? ¿Por qué iba a ser para Sara? Dios, ni siquiera he pensado en ella en estos últimos dos días, ni he sabido nada de su existencia más allá de alguna mención que ha hecho Olaya por verla en las redes sociales.

—No.

—¿Es para mí?

De repente se emociona, le brillan los ojos como a una niña pequeña la noche de reyes, y siento que su salón también tiene más luz gracias a su sonrisa. Tras verla llorar, quejarse y de bastante mal humor, es un cambio muy agradable.

—Es posible.

—¡Va, deja ya lo del chico misterioso! ¿Puedo abrirlo?

Apenas he acabado de asentir con la cabeza ya se ha lanzado sobre la bolsa, aunque le cuesta sacar la caja del interior. La chica de la tienda lo ha envuelto en papel de regalo, estaba casi tan contenta como Olaya cuando lo ha hecho, y aunque me ha parecido una tontería ahora se lo agradezco.

Rompe el papel sin cuidado y, al ver el dibujo del casco, grita.

—¡Son un montón de constelaciones!

—He acertado, ¿eh?

—¡Dios, Cayetano, está guapísimo!

Se me hincha el pecho de orgullo. Sabía que iba a encantarle. Cuando lo he visto en la revista ha sido un flechado: negro y elegante, con pequeños círculos amarillos y azules unidos por rayas cortas.

—Me ha costado cinco segundos caer en que eran estrellas —confieso.

—¿Sólo cinco? —se burla ella.

—¡Cayetano Durá! —exclama Rosa llevándose las manos a la cabeza—. Yo intentando alejarla del coso del demonio y tú le regalas un casco nuevo, ¡menudo amigo estás hecho!

—El mejor —responde Olaya.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora