1 de agosto - CAYETANO

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1 de agosto

CAYETANO


En la nave no hace tanto calor como en la calle, lo que es extraño porque al final es una enorme construcción de hormigón, con tejado de uralita, a la que está dando el sol todo el santo día. Supongo que es por el ventanal, siempre sopla el viento y refresca cuando abrimos. Aquí, sentados en el viejo sofá, se está genial.

Olaya lleva un buen rato viendo algo en el móvil, una serie que ha descubierto a raíz de hablar con Dafne, creo. Le he dicho que no me apetecía verla porque estaba con un gameplay que me encanta, pero se ha acabado y ahora me aburro.

Me quedo observándola un momento. Sara tiene razón, es guapísima, cuando sonríe parece que todo se ilumina más, y es simpática, y divertida, y ocurrente, y... y... Creo que me gusta.

Y es una mierda.

Olaya es mi amiga desde siempre, la más antigua, la más leal. Es la persona en la que más confío, a la que más aprecio, pero no... Puede gustarme. No en el sentido romántico. He visto demasiadas películas románticas para saber que estas cosas acaban mal. O sea, sí, vale, siempre está el final feliz y la pareja acaba junta, pero por el medio hay muchísimas complicaciones.

Y Olaya cree que me gusta Sara.

Porque aún me gusta Sara, ¿no?

No es como si de un día a otro pudiera extirpar todos los sentimientos como si fuese el bazo, pasar página y a otra cosa. Conlleva tiempo, lamerse un poco las heridas, recapacitar. Es como pasar un duelo de una relación fallida, aunque esta relación nunca llegase a empezar.

Está siendo tan sencillo que me asusta. Igual Sara no me gustaba. Igual tenía razón y, como me dijo ella misma, me había montado una película sobre cómo es y la había idealizado. Igual soy como los demás tíos.

Eso tampoco me gusta.

Quiero pensar que soy diferente, que hago las cosas de otra manera, que pienso de otra manera, que tengo más autocontrol sobre mí mismo, sobre lo que siento. Me aterra darme cuenta de que soy como los otros.

Olaya cambia de postura porque no está cómoda. Me pasa una pierna por encima. Se me dispara el corazón y se me pone la piel de gallina. Necesito concentrarme en el mar y pensar en lo fría que está el agua para que se me pase el calor que me entra. ¿Dónde está el aire cuando se le necesita? ¡¿Por qué ha dejado de soplar la brisa?!

—¿Estás bien? —pregunta levantando la mirada de la pantalla un momento.

—Sí, claro.

¡No, Olaya, no estoy bien!

Ella se encoge de hombros y vuelve a cambiar de posición, se apoya sobre mí y continúa absorta con su serie. Es de caballeros medievales, gente peleando por un trono o algo así, hay muchos personajes y cambios de escena muy rápidos. Trato de seguir el argumento aunque no me entero de nada.

—¿Quieres que te explique de qué va? —se ofrece.

—No hace falta, es por hacer algo contigo.

Al cabo de unos minutos noto un hormigueo en el brazo, aunque no quiero moverlo para no molestarla. También tengo algo de hambre, pero no voy a decírselo porque no quiero que se aparte.

Y ahí regresa el miedo.

Quiero estar pegado a ella veinticuatro horas, es algo enfermizo. ¿Hacía cuánto que no me planteaba estas cosas? En serio, quiero decir. Porque sí, fantaseaba con Sara, pero siempre era algo inalcanzable. Con Olaya es diferente porque siento que podría pasar de verdad. Podría alargar el brazo y rodearle los hombros, y podría levantarle la barbilla y besarla.

¡Espera, espera, espera! ¡¿Estoy pensando en besar a Olaya?!

Vale, a ver, por pasos, poco a poco.

Es normal pensar en besar a tus amigos, ¿no? Especialmente si son atractivos. O sea, es curiosidad, los ves con otras personas y dices, ¿y por qué yo no? Si te puedes imaginar besando a tu amor platónico (Sara), a un profesor o a tu vecino, ¿por qué no a tu amiga? Al final es con quien más tiempo pasas.

Además, siempre está la remota y diminutísima posibilidad de que yo también le guste, o por lo menos el beso. Si llegase a besarla, me refiero. Cosa que no voy a hacer. Ahora. Y nunca si no quiere, claro. Pero podría querer y si quisiera pues yo no le diría que no.

—¿Seguro que estás bien? Te noto muy tenso. ¡Ay, madre, Cayetano!

Me cuesta unos segundos darme cuenta de porqué está gritando mientras me mira lo que viene siendo el paquete. Y me quiero morir.

—No es... yo... Mira, no tengo excusas. —No voy a decirle la verdad, obviamente—. Son cosas que nos pasan a los tíos, a veces, sin más.

—Sí, lo sé, en clase ha pasado un par de veces. Es sólo que no me lo esperaba. O sea, no te había pasado nunca antes conmigo.

En realidad sí, pero lo disimulaba y sobre todo, me daba cuenta.

—Por favor, deja de mirarme el pene.

—Lo siento, es que es...

—¡Olaya, ni una palabra más!

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora