23 de agosto - CAYETANO

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CAYETANO

Hemos quedado a comer con Dafne y César en el restaurante de Tony y Olaya no quiere llegar tarde, así que se levanta del sofá para volver a ponerse la camiseta. A mi me cuesta más moverme. Tengo ganas de verlos, me he llevado muy bien con ellos, pero estoy seguro de que nos van a hacer quinientas preguntas y no me apetece responderlas todas. Y no hemos consensuado hasta donde vamos a contar.

—Venga, mueve el culo.

—¿Y si les decimos que hace mucho calor y mejor nos vemos otro día?

—Ya les dijimos eso ayer.

Olaya tira de mi brazo y me pongo en pie, tengo la sensación de que he crecido durante el verano aunque me parece improbable. Cerramos el ventanal y reviso la cinta aislante que pusimos al cristal, tendremos que cambiarla dentro de poco.

Vamos hasta el restaurante montados en monopatín, siguiendo la carretera y el paseo marítimo hasta que nos bajamos porque la cuesta que llega a la plaza es imposible hacerla sobre ruedas. Nuestros amigos ya están allí, sentados en la terraza, tomando el sol como lagartijas.

—Sí, he visto las grúas esta mañana —comenta César en ese momento—, las obras están bastante avanzadas.

—¿Qué obras? —pregunta Olaya sin saludar primero.

—Están montando una urbanización a un par de kilómetros, hacia Puerto Luz.

Olaya tuerce la cara. Le gusta Alondra actualmente, le gusta el casco antiguo con sus casas viejas, el barrio de los frutales con las casas unifamiliares todas iguales y le gusta El Monte y cómo se camufla. Cree que los bloques de apartamentos que hay en el paseo marítimo son lo peor del pueblo, que el barrio de Pescadores debería mantenerse como está y que la americanización que llevó a cabo la alcaldesa debería detenerse en algún momento.

No dice nada, se muerde la lengua y se sienta en una de las sillas. Dafne la mira por encima de sus gafas de sol.

—¿Ningún comentario?

—¡Van a convertir Alondra en Benidorm! Lo siguiente será tirar el puerto viejo porque ya no se usa, ¡y el faro de Delfín! ¡No podemos dejar que tiren el faro!

—Olaya, ese faro no se usa desde hace cincuenta años, y a las naves solo vais vosotros... a hacer Dios sabe qué, aunque creo que puedo hacerme una idea.

—¡¿Cómo puede darte igual que cambien el pueblo?!

—Bueno, nuestra Alondra tampoco es la del abuelo. Algún día daré un pregón como ha hecho él y te mencionaré mucho: mi prima Olaya, obsesionada con Benidorm, gran defensora del faro de Delfín y de las cosas viejas y cochambrosas, siempre saludaba...

—¿Por qué hablas de mí como si estuviera muerta?

—No, muerta no, en la cárcel por cargarte a la alcaldesa.

—No me puedo cargar a la alcaldesa si soy yo.

—Uy, apuntas alto.

—Hasta las estrellas.

César y yo intercambiamos una mirada sin decir nada, nos encogemos de hombros y me hace un gesto con la cabeza hacia el cuello. Creía que no se notaba tanto. Me encojo de hombros y se me escapa una sonrisa, y él se ríe.

Las primas nos miran y preguntan qué nos pasa, pero en seguida vuelven a enzarzarse en su disputa sobre los cambios del pueblo y como lo mejorarían ellas.

Tony sale, nos toma nota, pedimos tres pizzas y limonada, y Dafne y César deciden probarla.

—Estáis obsesionados con el limón, ¿por qué? ¿Qué tiene?

—Está fresquito.

—La Coca-Cola también.

—No es lo mismo.

Comemos hablando de todo y de nada, saliendo varias veces el tema de la urbanización. Va a tener un nombre ridículo, Torremarfil, y son cuatro bloques de apartamentos con varias piscinas y club privado.

—Seguro que es peor que el club marítimo, se va a llenar de señores pijos.

—Cayetanos —responde Dafne.

—Por favor, no los llaméis así.

—No es mi culpa que tengas nombre de pijo, Cayetano.

Luego hablamos sobre el instituto, César asegura a Olaya que no va a dejar que le pase nada en el autobús de camino a San Juan del Río, admite que han sido unos capullos y que tenían que haber parado a Álex, y ella les responde que en cuanto se cure del todo el brazo volverá a coger la moto.

—Podrías llevarme algún día —le pide Dafne.

—Depende de si puedo contar con tu voto.

—Bueno, es que si no me llevas, no te lo doy, señora alcaldesa corrupta.

—¡¿Cómo te atreves?!

—¿Vamos luego al cine? —propone César.

Accedemos todos a pesar de no saber qué película ponen.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora