La mañana pareció transcurrir muy lentamente con la habitual ronda de citas. Por mucho que intentase concentrarse en sus pacientes y sus problemas, no lo lograba.
Una y otra vez, su mente volvía a recordar una piel blanca como la nieve y unos ardientes ojos negros.
Y una sonrisa...
Cómo desearía que Mile no le hubiese sonreído jamás. Esa sonrisa podía muy bien ser su perdición.
—...y entonces le dije: «Dave, mira, si quieres ponerte mi ropa, de acuerdo.
Pero no toques mis vestidos de diseño, porque cuando te los pones, me doy cuenta de que te quedan mejor que a mí, y me dan ganas de dárselos todos al Ejército de Salvación.» ¿Hice bien, doctor?
Apo alzó la vista del cuaderno donde garabateaba bocetos de hombres «contentos» con lanzas en ristre.
— ¿Qué decías, Rachel? —le preguntó a la paciente, sentada en el sillón justo enfrente de él.
La mujer era una fotógrafa elegantemente vestida.
— ¿Estuvo bien lo de decirle a Dave que no se pusiera mi ropa? A ver, joder, no sienta muy bien que a tu novio le quede tu ropa mejor que a ti, ¿no?
Apo asintió.
— Por supuesto. Es tu ropa y no tendrías por qué cerrar tu vestidor con llave.
— ¿Lo ve? ¡Lo sabía!, eso fue lo que le dije. ¿Pero acaso me escuchó? No. Él puede llamarse Davida siempre que quiera, y decirme que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre; pero cuando aterriza, me escucha como lo hacía mi exmarido. Juraría...
Apo miró inadvertidamente la hora... otra vez. Casi había acabado con Rachel.
— Ya sabes, Rachel —le dijo, cortándola antes de que pudiese comenzar su consabida arenga sobre los hombres y sus irritantes costumbres—, quizás deberíamos dejar el tema para el lunes, cuando tengamos la sesión conjunta con Dave, ¿no crees?
Rachel asintió.
— Estupendo. Pero recuérdeme el lunes que le hable sobre Chico.
— ¿Chico?
— El chihuahua que vive en el apartamento de al lado. Juraría que ese perro me ha echado el ojo.
Apo frunció el ceño. No era posible que Rachel insinuase lo que ella estaba imaginado que en el fondo quería decir.
— ¿El ojo?
— Ya sabe, el ojo. Puede que parezca un chucho, pero ese perro sólo piensa en el sexo. Cada vez que paso a su lado, me mira la falda. Y no se imagina lo que hace con mis zapatillas de deporte. Ese perro es un pervertido.
— Bueno —contestó Apo, interrumpiéndola de nuevo. Empezaba a sospechar que no podía hacer nada con Rachel, y su obsesión acerca de que todos los hombres del mundo se morían por poseerla—. Definitivamente, nos ocuparemos de desentrañar el enamoramiento que ese Chihuahua siente por ti.
— Gracias doctor. Es usted es el mejor —Rachel recogió su bolso del suelo y se encaminó hacia la puerta.
Apo se frotó la frente mientras las palabras de Rachel aún resonaban en su cabeza. ¿Un chihuahua? ¡Jesús!
Pobre Rachel. Tenía que haber algún modo de ayudar a esta pobre mujer.
Aunque, por otro lado, era preferible tener a un chihuahua lanzando miradas lujuriosas a tu falda, que a un esclavo griego.
— Ay —resopló—, ¿Cómo consigues meterme en estos líos?
Antes de poder hilar ese pensamiento, sonó el zumbido del intercomunicador.
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LA MALDICIÓN DE UN AMANTE
FantasyLa extraña maldición que pesa sobre Mile Phakphum desde hace 2.000 años le ha condenado a pasar la eternidad atrapado en un libro hasta que una persona le invoque para satisfacer sus deseos. Esclavo sexual, al fin y al cabo, Mile ha tenido mucho t...