CAPITULO 7

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Mile miró fijamente a Apo; su mente no paraba de darle vueltas a lo que acababa de decir.

¿Sería cierto? ¿Podría atreverse a creerlo? ¿A tener esperanza después de tanto tiempo...?

— ¿Tu apellido es Alexander? —repitió, incrédulo.

— Sí —le respondió él, con una sonrisa alentadora en el rostro.

Cupido observó a su hermano con una mirada severa.

— ¿Ya tuvieron intimado ustedes dos?

— No —contestó Mile—. Aún no —y pensar que había estado enfadado por eso...

Apo había evitado que cometiera el tercer error más grande de su vida.

En ese momento lo besaría. Una sonrisa iluminó el rostro de Cupido.

— Bueno, maldita sea mi suerte... En fin, mejor no nombrar la cuerda en casa del ahorcado... Nunca he conocido a una persona que pudiese estar cerca de ti más de diez minutos sin arrojarse a...

— Cupido —le cortó Mile, antes de que soltara un largo discurso acerca del número de personas con las que se había acostado—. ¿Tienes algo más que decir que nos sea útil?

— Una cosa más. La fórmula de mami sólo tendrá éxito si Príapo no lo descubre. Si lo hace, podría evitar que te liberaras con su característica mala sombra.

Mile apretó los puños ante el recuerdo de algunas de las acciones más repugnantes de su hermano.

Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, Príapo le había odiado desde que nació. Y con el paso de los años, su hermano había dado un nuevo significado a la expresión «rivalidad fraternal».

Mile dio un sorbo a su bebida.

— No lo descubrirá a menos que tú se lo digas.

— A mí no me mires —replicó Cupido—. No soy de los suyos. Me confundes con el primo Dion. Y ahora que lo recuerdo, tengo que reunirme con mis chicos.

Planeamos hacer un gran tributo al viejo Baco esta noche —alargó el brazo y dejó la mano con la palma hacia arriba—. Mi arco, si eres tan amable.

Con mucho cuidado, para no pincharse, Mile lo sacó del bolsillo y se lo devolvió.

En ese momento percibió la extraña mirada de su hermano mayor; una mirada de afecto sincero.

— Estaré cerca por si me necesitas. Sólo tienes que llamarme; por mi nombre, nada de Cupido. Y por favor, deja eso de «bastardo inútil», ¡joder! —le miró con una sonrisa presuntuosa—. Debería haber sabido que eras tú.

Mile no dijo nada mientras recordaba lo que había sucedido la última vez que tomó la palabra de su hermano, y le pidió ayuda.

Cupido se levantó, miró a Apo y a Selena, y sonrió a Mile.

— Buena suerte con tu intento de obtener la libertad. Que la fuerza de Ares y la sabiduría de Atenea te guíen.

— Y que Hades se encargue de asar tu vieja alma.

Cupido lanzó una carcajada.

— Demasiado tarde. Lo hizo cuando sólo tenía trescientos años y no fue tan horrible. Nos vemos, hermanito.

Mile no habló mientras Cupido se abría camino hacia la puerta de salida, como cualquier ser humano normal. La camarera les trajo el pedido y él cogió la extraña comida, consistente en un trozo de carne metido en dos rebanadas de pan; pero en realidad no tenía mucha hambre. Había perdido el apetito.

LA MALDICIÓN DE UN AMANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora