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Dos semanas antes de la noche del pasacalles.

A pesar de que él no me mira, yo aprovecho para posar mis ojos en su rostro y detallarlo lentamente. Enzo está tan cambiado físicamente desde que lo conocí, parece que cada vez se pone más lindo. Me gusta cuando pone esa cara de enojado aunque no lo esté, es como si reafirmara que sabe que es lindo y que esos gestos le quedan bien, como si supiera que de esa manera me derrite cada vez más.

No sé cómo terminamos tirados en el pasto del patio de mi abuela, pero me gusta estar acá con él, a solas. Recién cuando estabamos en la joda de Tomi casi no pudimos hablar porque siempre se encuentra con una mina con la que estuvo y le vuelven a tirar onda. A veces no me gusta salir con él únicamente por eso, me gusta pensar en una realidad donde ninguna de ellas existe y Enzo solo tiene ojos para mí.

El patio está completamente a oscuras, solo nos alumbra la luz de la luna y un poco del reflejo de los postes de luz. No le avisamos a Rosa que íbamos a venir, solo caímos y saltamos el murito para estar a solas acá. No sé por qué desde siempre encontramos paz en este lugar, quizás es la tranquilidad de la zona.

Aprovecho que está mirando hacia arriba para darme vuelta boca abajo y apoyarme sobre mis codos y así poder mirarlo mejor. Creo que nunca fui tan obvia con mis sentimientos como desde que tuvimos nuestra primera vez juntos, ahora ya no me jode que sepa que me gusta, total todo San Martin es consciente.

—Ya sé que soy lindo —mueve levemente su cabeza para mirarme a los ojos. Esa sonrisa que tiene me destruye, me lo chaparía ahora mismo.

—Se agrandó chacarita —le pongo los ojos en blanco mientras juego con el pasto bajo nosotros.

—Da, no sé qué te haces la difícil si ya me dejaste en bolas de tanto que me mirás —me estira un mechón de pelo levemente, en juego.

—Ya te gustaría, aborigen —le doy un golpe en la frente.

Me gusta la complicidad que tenemos, creo que no la cambiaría por nada en el mundo. Estar acá con él, boludeando con lo más mínimo, me hace olvidarme de todo. Acá no existen los bardos de la secu, ni las peleas con mis viejos, ni las minas que andan atrás de él, ni los mambos de mi cabeza y de casa. Acá solo estamos él y yo, y ojalá fuese así para siempre.

No sé si será el alcohol que tomé hoy, pero no puedo imaginarme una vida sin Enzo. La secundaria hubiese sido tan diferente sin él, incluso mi vida fuera de esta. A veces puede parecer que no se toma nada en serio o que jode con todo, pero cuando lo necesité siempre estuvo y no me dejó sola nunca. Me acuerdo de la vez que me acompañó a hacerme el peinado y maquillaje para mis 15, me terminaron haciendo un desastre y terminé en llanto antes de la fiesta. No me dejó sola ni un segundo, me abrazó todo el trayecto en auto intentando calmarme mientras mis viejos me cagaban a pedos por haberme limpiado la cara ya que había salido caro el salón. En momentos como ese nunca se hacia el boludo, a pesar de que esa misma noche se terminó chapando a otra mina, pero bueno, ese es otro tema.

A veces hablo de esto con Ori, las dos apostamos a que si no conocía a Enzo iba a ser el doble de bardera. Si el primer día de clases me sentaban con otra persona capaz terminaba a las piñas por todo lo que venía guardando, el hecho de que yo lo haya tratado medio mal y él me prestó el libro igual me ablandó. Siempre le voy a agradecer a la Cande del pasado por no haberlo alejado a él como a las otras personas que intentaban hablarme. Creo que Oriana y Enzo fueron claves en estos años.

Lado a Lado | Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora