Capítulo ocho

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Diez treinta de la mañana.

Gary y Mariet bajaron del taxi. Gary contaba el cambio mientras Mariet estiraba el cuello.

—Tienes un bonito departamento—respondió Gary viendo el edificio mientras guardaba el dinero.

—Sí, no es mucho, pero bueno. Entremos.

—Entonces, ¿me podría contar porque estabas herida?

—Sí, pero no me hables de tú, dime Mariet, no hay problema.

—Bueno, Mariet. Llámame Gary.

Ambos entraron al edificio y subieron las escaleras.

—No es una larga historia: unos tipos trataron de entrar a mi departamento, mi vecino se metió en la pelea y ambos salimos heridos, pero yo pude escapar—respondió Mariet cabizbaja.

—¿Y lo de la mochila?

—Son cosas preciadas para mí. Y esos tipos me las intentaron robar, por eso no quiero separarme de ellas.

—Entiendo, no te preocupes, están en buenas manos.

—No me preocupa eso, sólo espero que no sean insistentes para tratar de volver a robarme.

Ambos llegaron al piso y vieron que una mujer estaba pegando dos letreros en su departamento y en el de Sebastián. Era la administradora del edificio, una mujer alta y un poco gorda. Su lacio cabello marrón amarrado en bollo con varios lápices y traía unas gafas redondas de armazón negros. La administradora vestía de blusa blanca ceñida, pantalones acampanados y zapatos negros.

—¡Hey! ¡¿Qué cree que hace?! —exclamó Mariet yendo con la administradora y dejando atrás a Gary.

Mariet se puso al tú por tú con la administradora con una clara diferencia de altura. Mariet miró que los dos letreros eran de desalojo.

—¡¿Desalojo?! Pero si estoy en orden en mis pagos.

—¡¿Qué no viste todo el desastre que hiciste? Una puerta rota, marcas de disparo en el techo y en las paredes, paranoia con los inquilinos, sangre, llamada de ambulancia, ¡traer una ambulancia para evitar un muerto!, y varios muebles—respondió contando con los dedos.

—¡Oh, vamos! ¿Y mis cosas?

—Puedes recogerlas en la calle.

—Pero no puede desalojarla, así como así—respondió Gary.

—¡Dile a tu novio que no se meta en esto! —respondió molesta la administradora.

—Oiga, no, no...—entre balbuceos trató de explicarse hasta que Mariet lo interrumpió.

—Muy bien, ¿cuánto?

—¿Perdón? —preguntó la administradora.

—¿Cuánto para que quites los letreros?

La administradora la miró de arriba abajo y después la miró a la cara arqueando su ceja.

—¿Cuánto ofreces? —preguntó abriéndole la puerta de su departamento.

Mariet entró a su departamento y de la cajonera sacó una chequera y una pluma. Salió de su departamento mientras escribía.

—Vieja, hija de...—refunfuñaba mientras escribía el cheque—. Tome, pago por los dos.

Le entregó un cheque a la administradora. Era una cifra grande de cuatro ceros que al verlo agrandó los ojos de la administradora.

—¿Y tiene fondos?

Historia PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora