Las ofrendas parte 3

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Así habló Merope Ariadna Cyrus, la de los anzuelos: «Una ofrenda de la Carrera de la Muerte debe combinar las artes de supervivencia de un mortal escorpión con la intocable majestad de una diosa virgen, manteniendo estos atributos en tensión tanto tiempo como subsistan los poderes de la Carrera. Pues una vez haya desapareció su mortal competidor descubrirá que el lugar intermedio ocupado antes por la tensión de la Carrera se ha convertido en una fuente de astucia y de recursos infinitos útiles para su nueva libertad.»

Del «Profeta Salahuddin Triton, Comentarios Familiares», por la ofrenda Pachacoya Ayyubi.

En cuanto acaba el himno, las ofrendas quedan bajo custodia. No significa que los esposen ni nada de eso, pero un grupo de guardias de la luz les acompaña hasta la puerta Templo Principal. Todo esto es por causa de Epimeteo, la ofrenda que intento escapar en el pasado durante la carrera, aunque a decir verdad, Babilonia casi nunca retrasmite esa carrera por vergüenza.

En el transcurso del camino alguien se le acerca de repente, cuando la chica mira, se sorprende ver al cocinero del Templo Principal, el padre de Amin Aslanbey. Meda no puede creerse que haya venido a hablarle; al fin y al cabo, pronto estará intentando matar a su hijo. Pero ambos se conocen un poco, y él conoce incluso mejor a Serbal, porque, cuando su hermano vende sus quesos en el Templo Principal, siempre le guarda dos al cocinero y él le da una generosa cantidad de pan a cambio. Es mucho más amable que la arpía de su mujer, así que siempre esperan a que ella no esté. Seguro que él nunca le habría pegado a su hijo por el pan quemado como lo hizo ella. En cualquier caso, ¿por qué ha venido a verme? -se pregunta Meda.
El cocinero camina, incómodo, junto a una pared con relieves de la titano maquia. Es un hombre grande, ancho de hombros, con cicatrices de las quemaduras sufridas en el horno a lo largo de los años. Le lanza una mirada de tristeza a su hijo.
Saca un paquete envuelto en papel blanco del bolsillo de la chaqueta y se lo ofrece a Meda. Esta lo abre y encuentra galletas, un lujo que su familia nunca se podría permitir.
--Gracias --responde. El cocinero no es un hombre muy hablador, en el mejor de los casos, y hoy no tiene absolutamente nada que decirle a la chica--. He comido un poco de su pan esta mañana. Mi amigo Murphy le dio un conejo a cambio. --Él asiente, como si recordarse al conejo--. No ha hecho usted un buen trato.
Se encoge de hombros, como si no le importase nada.
A la joven no se le ocurre qué más decir, así que guardan silencio hasta que la dejan en una sala. Una vez dentro el tose para aclararse la garganta.
--No perderé de vista al pequeño de Asha. Me aseguraré de que coma.
Meda siente que al oírlo desaparece parte de la presión que le oprime el pecho. La gente trata con la chica, pero a él le tienen verdadero cariño. Quizás haya cariño suficiente para mantenerlo con vida.
La sala en la que la dejan es el sitio más lujoso en el que la chica ha estado, tiene gruesas alfombras de pelo, esculturas de mármol, y sofá y sillones de terciopelo. Meda sabe que es terciopelo porque su madre le heredo un cielo estrellado a mano sobre esa cosa. Cuando se sienta en el sofá, esta suelta su niqab y no puede evitar acariciar la tela una y otra vez; la ayuda a calmarse mientras intenta prepararse para la hora que le espera. Ése es el tiempo que se les concede a las ofrendas para despedirse de sus seres queridos. Meda se concentra, no puede dejarse llevar y salir de esta habitación con los ojos hinchados y la nariz roja; no se puede permitir llorar, porque habrá más cámaras en la estación de Nibiru. "las lágrimas desperdician agua" .
Su hermano y el baba entran primero. Esta extiende los brazos hacia Serbal, y él se sube a su regazo y le rodea el cuello con los suyos, apoyando la cabeza en su hombro, como hacía cuando era un bebé. El señor Sayer se sienta a su lado y los abraza a los dos. Ninguno habla durante unos minutos, pero después Meda empieza a decirles las cosas que tienen que recordar hacer, ya que ella no estará para ayudarlos.
Serbal no debe coger ningún sacramento. Pueden salir adelante, si tienen cuidado, vendiendo la leche y el queso de la oveja, y siguiendo con la pequeña botica que lleva su padre para la gente de Banu Qurayšī. Murphy le conseguirá las hierbas que él no pueda cultivar, aunque tiene que describírselas con precisión, porque él no las conoce como la chica. También les llevará carne de caza, y seguramente no les pedirá nada a cambio. Sin embargo, deben agradecérselo con algún tipo de canje, como leche o medicinas.
Cuando termina con las instrucciones sobre el combustible, el comercio y terminar el colegio, Meda se vuelve hacia su padre y lo coge con fuerza de la mano.
--Escúchame, ¿me estás escuchando? -El asiente, asustado por la intensidad de esta. Tiene que saber lo que le espera--. No puedes volver a irte.
--Lo sé --le responde el, clavando los ojos en el suelo--. Lo sé, no lo haré. No pude evitar lo que...
--Bueno, pues esta vez tendrás que evitarlo. No puedes desconectarte y dejar solo a Serbal, porque yo no estaré para manteneros con vida. Da igual lo que pase, da igual lo que veas en pantalla. ¡Tienes que prometerme que seguirás luchando!
La chica ha levantado tanto la voz que esta gritando; esta soltando toda la rabia y el miedo que sintió cuando él la abandonó.
--Estaba enfermo --dice su padre, soltándose; también se ha enfadado--. Podría haberme curado yo mismo de haber tenido las medicinas que tengo ahora.
La parte de haber estado enfermo es cierta; después ella misma ha visto cómo despertaba a personas que sufrían aquella tristeza paralizante. Quizá sea una enfermedad, pero no se la puede permitir.
--Pues tómalas... ¡y cuida de él! --le ordena ella. ¡Él es tu único hijo varón!, ¡El perpetuara tu apellido!
--Todo saldrá bien, Meda --dice Serbal, cogiéndole la cara--. Pero tú también tienes que cuidarte; eres rápido y valiente, quizá puedas ganar.
Ella no puede ganar; en el fondo, Serbal debe de saberlo. La competición está mucho más allá de mis habilidades. Hay chicos de tribus más ricas, donde ganar es un gran honor, que llevan entrenándose toda la vida para esto. Chicos que son dos o tres veces más grandes y veloces que ella; chicas que conocen veinte formas diferentes de matarte con un cuchillo mientras que ellas trotan tranquilamente. Sí, también habrá gente como Meda, chavales a los que quitarse de en medio antes de que empiece la diversión de verdad.
--Quizá -responde Meda, porque no puede decirle a su padre que luche si ella ya se ha rendido. Además, no es propio de ella entregarse sin presentar batalla, aunque los obstáculos parezcan insuperables--. Y seremos tan ricas como Diomedes.
--Me da igual que seamos ricas. Sólo quiero que vuelvas a casa. Lo intentarás, ¿verdad? ¿Lo intentarás de verdad? --le pregunta Serbal.
--De la buena, te lo juro --le dice Meda, y sabe que tendrá que hacerlo, por el.
Después aparece el guardia de la luz para decirles que se ha acabado el tiempo, la familia se abraza tan fuerte que duele y lo único que se le ocurre a Meda es:
--Os quiero, os quiero a los dos.
Ellos le dicen lo mismo, el guardia les ordena que se marchen y cierra la puerta. Meda esconde la cabeza en uno de los cojines de terciopelo, como si eso pudiese protegerla de todo lo que está pasando... como si su madre estuviese en esos cojines.
La siguiente visita también resulta inesperada: Aśoka viene directa hacia Meda. Se quita el velo bushiyya de golpe. No está llorosa, ni evita hablar del tema, sino que la sorprende con el tono urgente de su voz.
--Mi abuelo me ha dejado venir a verte -dice--. Te dejan llevar una cosa de tu tribu en la cancha, algo que te recuerde a casa. ¿Querrías llevar esto?
Aśoka le ofrece una insignia circular de oro que hace una semana le adornaba el kimono. Aunque Meda no le había prestado mucha atención hasta el momento, nota que es una rueda zodiacal en cuyo centro se encuentra levantada una mariposa en pleno vuelo.
--¿Tu insignia? --le pregunta Meda.
Llevar un símbolo de su tribu es lo que menos le preocupa en estos momentos a Meda.
--Toma, te lo pondré en tu colorido vestido, ¿vale? --No espera a la respuesta de Meda, se inclina y se lo pone--. Meda, prométeme que lo llevarás en la cancha, ¿vale?
--Sí.
Galletas, una insignia... -piensa la chica--. Hoy me están dando todo tipo de regalos. Aśoka le da otro más: un beso en la mejilla y susurra en su oído: Mi abuelo quería que lo conservases. Después se va y esta se queda pensando que quizá, al fin y al cabo, sí fuera su amiga.
En último lugar aparece Murphy y, aunque puede que no haya nada romántico entre los dos, cuando abre los brazos esta no duda en lanzarse a ellos. Su cuerpo le resulta familiar: la forma en que se mueve, tacto a migajas de arena, incluso los latidos de su corazón, que Meda ya había escuchado en los momentos de silencio de la caza. Sin embargo, es la primera vez que de verdad lo siente, delgado y musculoso, junto al de ella.
--Escucha --le dice arrancándose el turbante--, no te resultará difícil conseguir un cuchillo, pero tienes que hacerte con una cerbatana. Es tu mejor opción.
--No siempre las tienen -responde ella, pensando en el año en que sólo había unas horribles mazas con pinchos con las que las ofrendas tenían que matarse a golpes.
--Pues fabrica una. Hasta una cerbatana de cinco centímetros es mejor que no tener nada.
--Ni siquiera sé si habrá madera -responde Meda.
--Casi siempre hay madera en ese maratón --le responde Murphy--.

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora