Capítulo 2

340 33 12
                                    

Pugnaz (adjetivo):
1. Dispuesto a luchar.
2. Belicoso.
3. Pendenciero.

«Sé ser pugnaz cuando me arrinconan».

Del diccionario personal de Louis Tomlinson.

                         

  𖥸𖥸𖥸𖥸𖥸

Harry Styles no tenía muy claro qué idea se había formado sobre la apariencia del omega, pero seguro que no era esa. Había creído que sería dulce, coqueto y manipulador, pero el omega que tenía enfrente estaba muy erguido, con los hombros bien derechos, y lo miraba directamente a los ojos. Y tenía la boca más interesante que había visto en su vida. No se le ocurría ninguna manera de describirlo, aparte de que el labio superior se le curvaba de la manera más deliciosa y...

—¿Qué le parece si apunta esa pistola hacia otra parte? Harry dio un respingo y salió de su ensoñación, consternado por haber perdido la concentración.

—Eso le gustaría, ¿eh?

—Pues, sí, la verdad. Les tengo cierta manía a las armas, ¿sabe? No es que me molesten, son buenas para según qué cosas, como cazar, pero no me gusta especialmente que me apunten con una y...

—¡Silencio! Él cerró la boca.

Harry lo miró detenidamente un momento. Había algo en él que no encajaba. Carlos de León era español, bueno, medio español al menos, y este muchacho parecía ingles de la cabeza a los pies.Su pelo no se podía describir como rubio, pero era sin duda castaño claro, y hasta en la oscuridad veía que sus ojos eran de color azul turquesa. Por no hablar de su voz, que tenía el característico acento de la clase alta británica. Pero él lo había visto salir de casa de Oliver Prewitt, al amparo de la oscuridad de la noche, estando todos los criados fuera con la noche libre. Tenía que ser Carlos de León. No había ninguna otra explicación.

Él y el Ministerio de Guerra, que no lo empleaba exactamente, sino que le daba órdenes y de tanto en tanto un cheque, llevaban casi seis meses detrás de Oliver Prewitt. Las autoridades locales sabían desde hacía un tiempo que este sacaba y traía cosas de contrabando desde Francia, aunque solo últimamente habían comenzado a sospechar que usaba su pequeño barco tanto para los cargamentos habituales de coñac y seda, como para transportar a espías de Napoleón, que iban y venían con mensajes diplomáticos secretos. Dado que el barco de Prewitt salía de una pequeña cala situada al sur, entre Portsmouth y Bournemouth, al principio el Ministerio de Guerra no le prestó demasiada atención. La mayoría de los espías atravesaban el Canal de la Mancha desde Kent, que está mucho más cerca de Francia. La cala desde donde salía su barco, un lugar que parecía inconveniente, se prestaba a las mil maravillas para el ardid, y el Ministerio de Guerra temía que las fuerzas de Napoleón lo estuvieran utilizando para enviar sus mensajes más arriesgados. Un mes antes habían descubierto que el contacto de Prewitt era un tal Carlos de León, medio español, medio ingles, y cien por cien letal.

Él había estado vigilando la casa durante todo el atardecer, desde el instante en que supo que a todos los criados les habían dado la noche libre; un gesto muy inusual en un hombre notoriamente tacaño como Oliver Prewitt. Estaba claro que tramaba algo, y sus sospechas se confirmaron cuando vio al muchacho salir de la casa al amparo de la oscuridad.

De acuerdo, era algo más joven de lo que había supuesto, pero no permitiría que su disfraz de inocencia le impidiera cumplir su misión. Lo más seguro era que cultivara esa apariencia inocente; ¿quién podría sospechar que un jovencito tan encantador fuera culpable de alta traición? Llevaba el cabello peinado hacia atrás, tenía la cara limpia, las mejillas sonrosadas y... Y su mano, de delicada estructura ósea, iba acercándose lentamente a su bolsillo. Su bien aguzado instinto tomó el mando. Movió el brazo izquierdo con la velocidad del rayo, desviándole la mano, y se abalanzó sobre él. Lo golpeó con todo su peso y los dos cayeron al suelo. Lo sintió suave debajo de él, a excepción, lógicamente, de la dura pistola que llevaba en el bolsillo de su capa. Si había tenido alguna duda acerca de su identidad, ya no le quedaba ninguna.

To Catch an HeirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora