Capítulo 4. Errores

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Nada más responder a la llamada, apareció su psicóloga al otro lado de la pantalla.

—¡Hola, Luz! —saludó, tan alegre como siempre—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal ha ido la semana?

—Pues bastante regular, la verdad —respondió, sincera. Había empezado bien, pero los últimos días habían sido dignos de película.

—¿Insomnio?

—Solo anoche. Es por otra cosa que me ha pasado.

Alba permaneció atenta a lo que la chica iba a decirle, pero como parecía estar organizando sus pensamientos, comenzó ella.

—Entiendo que tiene que ver con que ahora mismo estés en una habitación de hotel. ¿Todo bien con Natalia?

—Sí, sí, con ella genial —contestó enseguida. Suspiró. Necesitaba energía para contar lo que estaba viviendo—. No sé cómo gestionar lo que estoy viviendo. Hace dos días recibí una carta de los Servicios Sociales. Me extrañó mucho. La abrí y...

La morena comenzó a jugar nerviosa con la manga del suéter. Era surrealista todo lo que había sucedido en tan solo cuarenta y ocho horas.

—Decía que tenía dos hijos, Óscar y Alicia, y que se me iba a retirar la custodia.

—¿Tienes hijos? —Alba, que solía ocultar sus emociones con los pacientes, parecía tan sorprendida como ella al principio.

Luz asintió con la cabeza.

—Eso parece. No me lo creía, así que fui a comprobarlo al ayuntamiento. Allí me lo confirmaron. Y no solo eso. Estoy casada.

La psicóloga abrió más los ojos.

—¿Cómo te sentiste al averiguar esto?

—Perdida —respondió Luz—. Me dio un ataque fuerte de ansiedad en el coche. Es como si me hubiera dado de bruces con el pasado, uno que no recuerdo —se llevó el pulgar a la boca, intentando canalizar los nervios—. Es que no es que descubra que me dedicaba a una profesión distinta o que en esos cinco años mis padres biológicos se hubieran puesto en contacto conmigo. Es que formé una familia con otra mujer, Ainhoa se llama. Y, joder, me frustra no recordarla.

—Es normal, Luz.

—Sabes que llevo cinco años intentando recordar todo lo que he olvidado, que he aplicado mil y un técnicas y que casi nada ha dado resultado. Así que he hecho una locura —guardó silencio por un instante, pero la cara de su psicóloga permanecía impasible, esperando a que la chica hablara—. He venido a Madrid a hablar con ella.

—¿Con Ainhoa?

—Sé que es posiblemente una idea horrible, pero lo hablé con Natalia y estuvo de acuerdo —cabeceó levemente—. Bueno, más o menos. Para poder casarme con ella tenía que divorciarme de mi mujer, y no quería hacerlo a través de abogados cuando también existía la posibilidad de recuperar la memoria. Nat quiso acompañarme, pero me negué.

—Luz, eso no funciona así, lo hemos hablado —replicó la mujer, cauta.

—Ya, lo sé, pero es que —bufó, exasperada—. Llevo demasiado tiempo viviendo con este vacío mental, y por primera vez he tenido una pista de la que fue mi vida. No podía dejarla ir así como así.

—Lo entiendo —dijo—. Es como comprar un puzle y perder las piezas. No sabrás la imagen final hasta que la armes, y a veces el ansia de completarlo hace que tomemos decisiones precipitadas. ¿Te pusiste en contacto con Ainhoa antes de ir?

Después de un breve instante, negó con la cabeza, ocultando los labios. Alba dejó salir un suspiro.

—Es que, ¿qué iba a hacer? —se defendió Luz—. ¿Buscarla por redes sociales? Porque no las tengo, ya lo sabes. Y si las tuviera, ¿qué iba a decirle? ¿Que había descubierto que era mi mujer pero que yo tenía ahora otra vida y necesitaba que me diera el divorcio?

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