• C A P Í T U L O Ⅳ •

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Grandal y la tripulación Sottum no los habían dejado demasiado lejos de la capital

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Grandal y la tripulación Sottum no los habían dejado demasiado lejos de la capital. Kiren manejaba el bote con una envidiable seguridad evitando a los enormes navíos que se dirigían al puerto.

Mientras avanzaban, Kairy contemplaba las imponentes murallas de la capital. Eran gigantes grises que desafiaban las leyes de la gravedad. La joven se preguntaba en silencio cómo pudieron construir semejantes estructuras, tan vastas y colosales.

Dejaron atrás una enorme fragata y el sol deslumbró a la chica durante unos instantes, al abrirlos de nuevo, descubrió los torreones que se erguían a los lados de la muralla y cruzó una mirada incrédula con Shiro. Eran como lanzas de piedra que se alzaban hacia el cielo, desafiando a las nubes que las rodeaban.

Era todo tan diferente de su pequeña ciudad que casi no podía creerlo. Trataba de abrir paso a su vista a través del oleaje y las embarcaciones que se lo impedían, captando fragmento a fragmento cada detalle.

Pudo ver cómo los muros se habían fusionado con el musgo a través del tiempo. El color rojizo de los torreones que en su punto más alto, eran rematados con la bandera azulada del reino. En el centro de la bandera, una llama roja danzaba en la brisa.

Le bastó con una pequeña turbulencia del bote para que su mirada se desviase hacia la derecha, donde un enorme faro bloqueó su visión en la lejanía, iluminando el mar desde lo alto.

Kairy nunca olvidaría la primera vez que vio Eries, la capital del reino.

Siguió captando cada detalle hasta llegar al puerto, donde recobró la compostura y trató de no verse intimidada por la inmensidad que se abría a sus pies. El espadachín fue el primero en bajar, llevando consigo un ligero equipaje.

—Seguidme —se limitó a decir.

Antes de bajar, Kairy notó que Kiren le arrojaba algo. Pero esta vez lo interceptó. Reconoció el objeto al instante, era la capa que Lana le había dejado días atrás.

—Póntelo, recuerda que eres más importante de lo que crees — ordenó el espadachín.

La joven ya se estaba acostumbrando a su frialdad. "Lo que tú digas", pensó. Sin mediar palabra se colocó la capa y cubrió su rostro con la capucha antes de bajar del bote junto a su fiel amigo.

A pocos metros de la embarcación, se detuvieron a pagar el amarre. Entre tanto, Shiro seguía a su amiga desde atrás. Parecía nervioso por el alboroto del puerto.

A medida que se dirigían al portón de la ciudad, numerosos comerciantes se acercaban a ellos para ofrecerles sus mejores productos. Kairy vio como su amigo se detenía en un puesto y tuvo que llamarle la atención antes de que se llevase a la boca una fruta que parecía bastante cara. La joven dio un pequeño tirón al caballo y siguieron caminando entre la multitud, al compás de Kiren.

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