- No puedo... Yeosang, no... no, lo siento.
Recuerdo haber dicho.
La hermana de Yeo había abierto la botella de champán antes de tiempo; los demás alzaron sus copas cantando victoria. Pero, de repente, nadie estaba celebrando.
Incluso si hiciera hasta lo imposible, nunca podría olvidar el rostro de Yeosang y, más importante; su expresión.
Dios sabe cuánto deseé en ese momento no ser quien era; no tener los problemas insignificantes por los que sufría; no ser el causante del dolor de la persona que más amaba.
Él sabe cuánto quise lanzarme a sus brazos, y ofrecer consuelo.
Pero lo que vi en sus ojos me atrapó en una red de culpabilidad inmensa e ideal hecha para mi. Sus pequeños ojos me conectaron a su alma; confusión, sorpresa y negación.
De eso ya hace unos treinta minutos.
Yo, como el cobarde que siempre fui y seré, no pude dar la cara a los invitados; ni siquiera fui capaz de mirar a Yeosang una segunda vez desde que destrocé todas nuestras esperanzas en pocas palabras.
Corrí y me encerré en nuestra habitación.
Pude oírlos claramente, las paredes de esta casa, para mi desgracia, parecían estar hechas de papel.
Él había tomado la decisión de irse por hoy, de pasar la noche en casa de sus padres, los que hace menos de una hora todavía eran mis suegros.
Sabía que nuestros amigos se hubieron retirado al cabo de cinco minutos, luego de que monté la escena de mi vida; y la que les daría de qué hablar por mucho tiempo.
La familia de Yeosang, sin embargo, se quedó un poco más; esperándolo mientras armaba su maleta, en la habitación contigua a esta.
Me acerqué un poco a la puerta, y pude escuchar a su madre y su hermana hablando. Hablaban como si yo no estuviera allí, a solo un pasillo de distancia.
- Él hubiera sido un novio encantador; qué lástima que tenga la cabeza hecha mierda.
Eso fue, muy posiblemente, lo más desgarrador que oí alguna vez. La gente siempre tuvo comentarios para mi; más aún desde que fui diagnosticado con un trastorno bipolar. Pero nunca ninguno había dolido tanto como el que acababa de recibir.
- Yeo merece algo mejor.
Sí. Sin duda lo hace.
- San, no las escuches.
Él estaba allí.
Parado frente a mi, con un bolso en una mano y el otro colgado del hombro.
Con la mandíbula apretada, el cabello
perfectamente peinado, los ojos llenos de lágrimas sin salir; y el corazón roto.Mi aspecto debía ser lamentable. Él me contemplaba como si fuera su vida entera, sin embargo.
Te quiero Yeo.
Pero no lo diría; no luego de rechazarlo frente a todo el mundo. No era justo para él.
Tragué saliva, no sabía qué hacer; así que simplemente negué con la cabeza y entré de nuevo.
Él me siguió.
Yo volví a sentarme en la cama.
Me hubiera gustado fingir que la incomodidad no era palpable en el ambiente, pero, de nuevo; no era justo para él ni para mi.
Teníamos que hablar, aunque yo no quisiera hacerlo. Porque sabía que era una despedida.
Él se acercó a la gran ventana que daba al jardín. Solíamos sentarnos allí y leer en absoluto silencio. Solo los dos, disfrutando la presencia del otro.