Ginny Weasley.

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Harry no podía evitarlo. La veía de mañana, tarde y noche; la veía sonreír, quejarse, murmurar e incluso pelear con sus hermanos. Aquella chica, con su cara tierna y adorable, no era para nada una "dulce princesa" de un cuento infantil. Era madura y segura de sí misma y distaba mucho de ser aquella niña que se ponía nerviosa cada vez que se encontraba cerca de el. Harry odiaba no pasar más tiempo con Ginny; la señora Weasley los tenía limpiando aquella casa todos los días. El trío de oro había encontrado un escondrijo de puffskeins con algunos cadáveres de esas agradables criaturas.
—Qué lástima, son muy tiernos —Expresó Ginny al enterarse de aquel suceso—. Me gustaría tener uno algún día.
—¿Vivo, no? —dijo Ron, mirando extraño a su hermana más pequeña.
Ginny rodó los ojos y, Hermione le dio un leve golpe a Ron en el brazo espetandole un:
—Obvio, tonto —y siguió intentando quitar el polvo de los estantes viejos.

Después de un rato, la señora Weasley volvió con una charola repleta de bocadillos y jugo de calabaza.
—Iré al Callejón Diagon —dijo, mientras los cuatro chicos almorzaban como podían.
—Ron —se acercó a su hijo con un tono maternal y le puso las manos en los hombros—. A Percy le dimos un regalo cuando lo nombraron prefecto en Hogwarts —se detuvo un momento, conteniendo el llanto. Harry no comprendía por qué, pero se dio cuenta de que al mencionar el nombre de "Percy", Ginny había hecho una mueca de asco, y ahora que lo pensaba, no había visto a Percy Weasley en todos los días que había estado en Grimmauld Place.

Ron pareció entender hacia dónde iba su madre con aquella charla, así que sonrió.
—¿Qué te gustaría, cariño? —preguntó Molly, con más firmeza.
—Mmmm, tengo que pensarlo, madre —respondió Ron, dudoso y algo abochornado.

Ron no estaba acostumbrado a aquellas atenciones. La verdad es que hasta ahora no había destacado en nada, y dado que tenía seis hermanos más, sus padres quizás no le dedicaban el tiempo que se merecía, ni festejaban sus logros tanto como lo ameritaban. Sin embargo, era un excelente mago y buen estudiante; no por nada lo habían elegido como prefecto.
A Harry le hubiese gustado tener ese honor también, pero después de unos días, le parecía increíble que sus dos mejores amigos fueran prefectos. Le alegraba que, por fin, Ron tuviera un reconocimiento propio y no solo por ser "el amigo de Harry Potter", como su amigo pensaba que todos lo veían.
Aparte, tenía cosas más importantes en las que pensar: la inminente visita al Ministerio, lo que Dumbledore haría a su favor y, por supuesto, aquella figura de cabello rojo que revolvía los viejos cojines a su izquierda.

Un “Viejo, ahora que pido” lo sacó de su ensimismamiento.
—No lo sé —dijo Harry, sacudiendo la cabeza y regresando a la limpieza después del bello trance que se formaba a siete metros de él.
—¿No harás las pruebas, Ron? —dijo el bello trance que había acortado distancias hasta quedar a centímetros de Harry, que se quedó congelado.
—De Quidditch, tonto —remarcó Ginny.

Dos figuras parecieron invocarse al escuchar "Ron, pruebas, Quidditch", pues, de un puff, los gemelos aparecieron con gestos burlones en sus caras.
—¿Escuchamos bien, Fred? —preguntó George.

—¿Acaso dijo...? —respondió Fred.
—Que Ronnie está pensando... —Prolongó George.
—¿Entrar al equipo de Quidditch? —terminó Fred, mirando de frente a Ron, que se hizo pequeño ante la cercanía de su hermano.

—¡Ron, eso es fantástico! —dijo Harry, feliz y animando a su amigo. Sin embargo, su cerebro dejó de funcionar con coherencia. Sintió que todo su sentido común desaparecía mientras se giraba despacio y soltaba un— O. ¿Tú qué piensas, Ginny?

No solo Ginny lo miró raro; toda la sala se extrañó. Quizás la chica no comprendía cómo a esas alturas era posible que Harry le pidiera una opinión, como si fuera a preguntarle a su esposa sobre una camisa. El resto de los chicos tampoco entendía el porqué de aquel movimiento tan errático, sobre todo uno que jamás había ejecutado antes. Quizás por eso era tan extraño.

Es cierto que Ginny pasaba tiempo con los chicos en Hogwarts, pero Harry y ella tampoco tenían una relación tan cercana hasta ahora. Ginny lo admiraba desde pequeña; para ella, él era su más grande héroe. Este vínculo se reforzó aún más cuando Harry, a los doce años, la rescató de las garras de Tom Riddle luchando valientemente contra aquel basilisco en la Cámara Secreta. Era el mismo año en que Ginny le envió una carta de amor anónima e inocente por el Día de San Valentín; pero solo había acabado en eso.

Harry, por su parte, nunca había mostrado nada más por Ginny que no fuera un sentimiento de hermano mayor, hasta que llegó a Grimmauld Place.
Todo había cambiado ese verano, desde el regreso de Voldemort, el Ministerio en su contra y los duendecillos de Cornualles en su estómago cada vez que veía a Ginny.

Trató de disimular lo más que podía ante el silencio que siguió a su pregunta a Ginny sobre la decisión de Ron, pero no podía evitar pensar que la más lista de la habitación sospechaba de aquel sentimiento que afloraba cada día más. Y, en efecto, de soslayo miró a Hermione, que reía con los brazos cruzados y una expresión triunfante en el rostro, como diciendo "te descubrí".
—Creo que...
—¿Te importa mucho lo que ella piense, Harry? —interrumpió Hermione, intrépida y con una sonrisa maliciosa dirigida a Ginny, justo cuando estaba a punto de responder.

Harry sabía que Hermione lo sabía. Mientras su cerebro pensaba en una respuesta para salir del paso, sentía que su cabeza trabajaba a mil por hora, hasta que por fin respondió, ¿convincente?
—Claro, porque, eh, ella también hará las pruebas y será... digo, podría ser parte del equipo —dijo Harry, un tanto nervioso. Sin esperar réplica de nadie, se giró hacia Ron y preguntó rápidamente—. ¿En qué posición, viejo?

Ron, sin entender nada de lo que pasaba, solo respondió:
—Guardian.
—¡Qué buena idea! —Exclamó Fred, acercándose a su hermanito y poniéndole la mano en la espalda.
—¡Si quieres perder! —Siguió George. Ambos estallaron en risas y luego desaparecieron, aunque sus risas aún resonaban en la parte de arriba de la estancia.

—No les hagas caso, Ron —dijo Hermione tiernamente.
—Si quieres volar bien, necesitarás una buena escoba —agregó Harry, ahora más calmado.
—¡Una escoba! —dijo Ron, con los ojos iluminados, como si acabara de tener una gran idea.
—Quizá una Nimbus —siguió emocionado—. ¡Bah, son muy caras! —pareció bajar las comisuras, aunque rápidamente recordó—. ¡Pero hay una barredora nueva que me encanta! ¡Sí, esa! Tengo que decírselo a mamá! —comentó emocionado y salió corriendo.
—Qué tierno —dijo Ginny con ironía, y Harry rió por lo bajo.
—Quizá el próximo año te toque a ti —le dijo Hermione, quitando una capa de polvo de una estantería.
—Disfrutaré molestarlo tanto como Peeves —soltó Ginny, contenta.

Harry les dio la espalda a las dos chicas y se dispuso a limpiar las teclas de un viejo piano cuando algo detrás de él lo sacó de su concentración.
—¿Él? —decía Hermione, sorprendida.
—Sí, creo que sí —dijo Ginny, con desgano.
—Es muy guapo —respondió Hermione, y ahora a Harry le preocupaba el tono de la conversación. ¿De quién hablaban? Por Merlín, esperaba que se refirieran a uno de los enamorados de Hermione, pero su esperanza no duró mucho, pues Ginny dijo:
—Me felicitaron.
—¡Michael Corner! —respondió Hermione, coqueta—. Es todo un galán.
—¿Quién es un galán? —preguntó Ron, llegando de sorpresa.
—Michael Corner —dijo Hermione, con voz coqueta—. El enamorado de Ginny.

Harry sintió como si dos dagas atravesaran su corazón.
—Ese imbécil —espetó Ron, visiblemente molesto—. Aún estás muy pequeña para tener un enamorado —prosiguió, con tono autoritario, dirigiéndose a su hermana.

Harry internamente le agradeció a su amigo por sus palabras. Michael Corner era un guapo y popular imbécil, y Ginny aún estaba pequeña para salir con guapos y populares imbéciles, a menos, claro, que se llamaran Harry Potter.
—Madura, Ron —dijo Ginny, igual de molesta—. ¡Yo puedo hacer lo que quiera! Tú no eres nadie para decirme si puedo o no puedo salir con alguien.
Ginny comenzó a salir del salón, dirigiéndose a la escalera. Antes de subir, se giró, miró a Ron y, con voz burlona, sentenció:
—Y no te imaginas lo mucho que voy a disfrutar besándolo — y subió corriendo.

Harry, que aún estaba de espaldas, no sabía qué preferir: si no volver jamás a Hogwarts y vivir con los Dursley un par de años más, o regresar y ver a Ginny besuqueándose con Michael Corner. Ante esas dos opciones, sin duda prefería enfrentarse a Voldemort sin varita.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora