Parte 1

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Todo empezó con un trozo de periódico.

Suena trivial, ¿verdad? Un simple periódico donde la gente publica las noticias de la escuela. Pero déjame decirte que, en este caso, mi gaceta no era solo un boletín común y corriente; era un tesoro codiciado por muchos en el pequeño pueblo de Marina de Azahar.

Vivía en una comunidad apacible donde nunca pasaba nada y donde todos se conocían. Todos, excepto los Castillero. Sus integrantes, Emma y Tomás, eran reconocidos por su creatividad y genialidad en el mundo artístico. Sus obras estaban expuestas en Nueva York y otras grandes galerías del mundo. Sin embargo, eran todo un misterio para su comunidad donde apenas interactuaban.

La familia Castillero vivía en una casa antigua y encantadora, resguardada por un frondoso bosque. Si bien eran apreciados por su talento, eran bastante reservados y no interactuaban mucho con los vecinos. La curiosidad y el deseo de conocer los secretos detrás de sus obras maestras siempre flotaban en el aire.

Fruto del amor entre la pareja nacieron Pedro y Javier, que asistían a la misma escuela que yo en el pueblo. Los hermanos Castillero eran notoriamente discretos, siempre rodeados de un aura de misterio que generaba especulaciones entre los estudiantes. Algunos decían que poseían habilidades extraordinarias, mientras que otros aseguraban que eran portadores de secretos ancestrales de la familia. Sea como fuere, ambos eran el mayor deseo de todas las jóvenes que acudían al instituto del pueblo.

Mis encuentros con Pedro y Javier eran escasos, pero su presencia no dejaba indiferente a nadie. Caminaban por los pasillos con un aire de solemnidad, como si fueran los mismos dueños de la escuela.

Pedro Castillero, el capitán del equipo de fútbol de la escuela, se destacaba por su físico imponente y su actitud líder. Sus pasos resonaban en el pasillo con confianza, y su mirada firme transmitía determinación. Era admirado por muchos en la escuela, no solo por sus habilidades en el campo de juego, sino también por su dedicación académica. A pesar de ser una figura destacada en el deporte, Pedro llevaba consigo un aura de misterio que despertaba la curiosidad de quienes se cruzaban con él.

Javier Castillero, por otro lado, era el jefe del equipo de ajedrez y se movía con una gracia y serenidad que contrastaba con la energía de su hermano. Su mirada penetrante y su capacidad para anticipar movimientos en el tablero de ajedrez lo convertían en un enigma dentro de la escuela. Javier, aunque menos visible que Pedro, ejercía una influencia silenciosa y respetada entre sus compañeros de clase.

Yo, siendo una joven aspirante a escritora, directora del periodico de la escuela, no podía resistir la tentación de desentrañar los misterios que envolvían a los Castillero. Me juraba no estar bajo los efectos de sus encantos aunque una parte de mi no podía dejar de escribir sobre ellos en mi diario.

-¡Gala! -me llamó una chica de primero mientras dejaba el libro de matemáticas en la taquilla-. Hemos leído tu artículo sobre el señor Rodríguez. No me puedo creer que se fuera a África a enseñar español.

-¡Oh, gracias! Sí, fue una historia fascinante. Me alegra que lo hayáis disfrutado -respondí con una sonrisa, agradecida por el interés en mis artículos. Dejé varios libros en la taquilla y cogí mi diario. Las chicas de primero intercambiaron miradas emocionadas y luego, con un toque de timidez, una de ellas preguntó:

-Gala, ¿cuándo vas a publicar algo sobre los hermanos Castillero? Hemos oído tantas historias sobre ellos, y estamos ansiosas por conocer más.

Justo en ese momento, Pedro y Javier Castillero pasaron por nuestro lado en el pasillo. Las chicas de primero se quedaron embobadas, sus ojos siguiendo cada uno de sus movimientos con admiración. Pedro, el capitán del equipo de fútbol, iba acompañado de uno de los jugadores del equipo, ambos riendo entre bromas y chistes.

-¡Ey, Pedro, no puedo creer que hayas metido ese golazo hoy! -exclamó el jugador, entre risas. Pedro le dio un golpe amistoso en el hombro y respondió con humildad:

-Fue suerte, amigo. Pero sabes que cuando estamos en el campo, somos imparables.Ambos rieron a carcajadas mientras continuaban su camino por el pasillo. Mientras tanto, Javier, el hermano de Pedro, caminaba con una animadora del equipo de porristas. Ambos charlaban animadamente. La animadora jugueteaba con su pelo mientras Javier la escuchaba con atención.

-Javier, tienes que enseñarme algunos de esos movimientos de ajedrez algún día. Deben ser tan estratégicos como tus conversaciones -dijo la animadora, riendo.

-Claro, con gusto. Será un intercambio de habilidades: tú me enseñas a animar, y yo te enseño a mover las piezas en el tablero -respondió Javier con una sonrisa.

Parecía que ninguno se había percatado de nuestra presencia, apoyadas en la taquilla. Pero cuando el grupo pasó por delante nuestro, Pedro levantó la mirada, una mirada de una milésima de segundo, casi imperceptible.

-¿Ves? ¡Son tan misteriosos y guapos! -comentó una de ellas, con una chispa de emoción en los ojos. Antes de que pudiera responder, mi mejor amiga Anastasia llegó corriendo hacia nosotras.

-¡Gala! ¿Quedamos mañana para hacer el trabajo de inglés juntas? No entiendo nada de Shakespeare, y tú eres mi salvación.

-¡Claro, Nastia! Nos vemos mañana en la biblioteca a las seis, ¿te parece? -respondí, volviendo mi atención a las chicas de primero.

-¿Enamorando a las masas con tus artículos, Gala? -preguntó Anastasia con una sonrisa traviesa.

-No exactamente, solo compartiendo historias interesantes.

-¿Qué les pasa?- preguntó Anastasia observando a las muchachas que se habían quedado petrificadas ante la presencia de los hermanos que ya doblaban por el pasillo.

-Ya sabes, el efecto Castillero.

-¿Te han pedido otro artículo sobre ellos?

-Como siempre. ¿Quién podría resistirse a los misteriosos hermanos Castillero? -le respondí irónicamente.

-¡Nosotras!- contestó Nastia y nos reímos mientras continuamos nuestro camino por los pasillos de la escuela.

-Si alguna vez caigo en el efecto Castillero, déjame de hablar de por vida.

-Gala, en serio, ¿Qué les ven todas a esos chicos? -preguntó Nastia, frunciendo el ceño mientras hojeábamos las páginas de "Romeo y Julieta".

-Ni idea, Nastia. Parece que tienen un imán que atrae a todas. Quizás sea el aura de misterio, o tal vez solo sea su atractivo físico. Pero algo está claro, los hermanos Castillero son el enigma de la escuela -comenté, riendo mientras continuaba metiendo libros en la taquilla.

Con una risa, Anastasia y yo nos despedimos, abandonando la escena donde las chicas de primero aún suspiraban por la presencia de los hermanos Castillero. Anastasia se encaminó hacia su club de matemáticas con una expresión llena de determinación, lista para sumergirse en los desafíos numéricos que le esperaban.

Por mi parte, me dirigí hacia la sala del periódico estudiantil. El murmullo de los pasillos se desvaneció a medida que me adentré en la tranquilidad del lugar, buscando inspiración entre las paredes llenas de creatividad. La puerta se cerró tras de mí, sumergiéndome en el ambiente silencioso y concentrado del espacio donde la magia de las palabras cobraba vida.

Rumores en papelWhere stories live. Discover now