prólogo

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El sol se escondía tras los imponentes y colosales edificios que, como vigilantes, observaban su desaparición en el horizonte. A la par hombres y mujeres, tal como una corriente de mar, se desplazaban en grandes números en distintas direcciones por las calles, listas para descansar del largo día.

El bullicio de pasos y habladurías se oían opacados por los numerosos coches, que transitaban con luces encendidas; casi como una marea de colores. Botaban humo desde el sistema de escape, este se esparcía por las aceras acompañado por los aromas de los puestos de comida. El olor de la hamburguesas, arepas, perros calientes y otras comidas rápidas eran abundantes.

La ciudad se hallaba pintada en tonos naranjas y amarillentos, que poco a poco pasaban a morados, azules y, por último, negro.

Entre las grandes masas, una porción se separaba con rumbo a las escaleras que llevaban al subterráneo.

Dentro de ese gentío, se hallaba Lucy Rojas, aspirante a peridosta quien, agotada, estaba lista para volver a su departamento.

A su teléfono llegó una llamada, sacando el aparato visualizo el contacto de su madre a quien le respondió.

- Hola mamá, ¿cómo estás? -contestó Lucy bajando las escaleras, a la vez apartaba sus cabellos castaños como café tostado de su rostro-. ¿Yo? Estoy bien, he acabado de cumplir una noticia de aparente grupos fanáticos de "degollantes", ¿puedes creerlo?; Este puede ser una gran noticia para mañana mostrar la junto mi portafolio-añadió con alegría a mitad de camino por el iluminado túnel hacia abajo.

Las escaleras recorrían al menos 70 escalones desde el punto de vista de la chica. En su recta final se hallaba la estación de "las doradas". Era enorme, como cualquier otra estación, con sus diversos asientos donde más personas esperaban pacientemente al metro. Algunos leían, otros veían noticias por el periódico o en sus teléfonos; unos de pie no hacían sino estar en sus pensamientos, y en los extremos más abandonados, uno que otro vagabundo pasaban la noche entre cartones, sábanas desgastadas y otros materiales para estar cómodos.

-Claro, me ha ido bien desde que llegué, mamá. Eso sí, estoy ahora agotada; tuve que llegar hasta el otro lado de la ciudad para atender el asunto. Pero ya estoy por volver al departamento -explicó a la par que tomaba asiento junto a una máquina expendedora.

Del lado contrario, un hombre de traje ya ocupaba el asiento antes de su llegada; las luces de la estación eran intensas y daban un toque frío y hasta deprimente, en contraste del atardecer que había desaparecido hace mucho. Ahora el escenario estaba decorado en tonos azules casi rozando un verde pálido.

Con esos tonos que dominaban el lugar, el hombre parecía arreglárselas para destacar con su palidez que no parecía natural, viendo la hora cada tanto mientras susurraba para sí "maldito metro" o cosas como "el tiempo se acaba, jodidos toques de queda".

La voz de su madre la despertó de sus pensamientos. Dirigió una última mirada al hombre que no paraba de golpear la suela del zapato con el suelo, y sus ojos inquietos; llenos de nerviosismo no lo hacían lucir mejor.

-Perdona, mamá, ¿qué dijiste?... Oh sí -volvió a dirigir una mirada al hombre-. Los "Degolladores" aquí traen muy mal a la gente, sí... Sé que debo cuidarme, también eso haré, te quiero - concluyo cerrando la llamada.

El tiempo pasó y poco a poco la estación se vaciaba. Al cabo de 25 minutos había pasado de estar llena como un estadio, a estar abandonada como un cementerio. Lucy esperaba al siguiente metro que la llevaba hacia su destino.

Había un silencio casi espectral que solo alargaba la espera, volviéndola casi eterna.

Lucy se levantó de su asiento y se acercó a las vías. Dirigió una mirada desde donde en teoría debía llegar el metro; absolutamente nada había allí; únicamente un profundo e intenso camino de oscuridad. Un escalofrío le recorrió la columna, tal vez las paranoias de los Degolladores ya le afectaban.

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⏰ Última actualización: Aug 31 ⏰

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