Capítulo 5 ☄️

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Memorias 1/5

Pareciera que la vida traía los mejores tiempos, siempre fue impaciente, nunca pudo resistir un segundo alejado de su novio, cuando terminó la preparatoria, decidió que su futuro ya estaba escrito cuando conoció a ese hombre, no tenía otra misión en la vida más que esperarlo, daba igual si eran 2 o 5 años, incluso una eternidad, esperaría a su amado hasta el final de los tiempos, las ilusiones lo cegaban, el amor lo había convertido en un completo tonto. Su relación era un romance clásico, el esperaba igual que una esposa, con la cena, desayuno o comida, los brazos abiertos y una sonrisa de alegría de ver a su amado cruzar el umbral.

Aquel día era la primera vez que veía a Conway después de 2 años, comprendía sus necesidades de haberse alistado al ejército, pero siempre vivió en preocupación con temor de que algo le pasase, cuido de su hogar y todo lo que habían construido juntos, nunca dejó de pensarlo y saber que finalmente lo vería, era una hermosa ilusión.

Checo todo el tiempo su reloj, estuvo pendiente de la puerta principal y de su móvil, pero no hubo señales. A veces creía que su impaciencia se debía a que al ser más joven, tenía más hiperactividad, por lo que a su novio le costaba seguirle el paso cuando se trataba de hacer alguna actividad juntos, pero después de un tiempo, entendió que solo eran de un mundo un poco distinto en sus mentes, pero no quitaba del todo su compatibilidad.

Luego de unas horas más, finalmente el cerrojo de la puerta captó sus oídos y salió corriendo de donde se encontraba para recibir por quién tanto espero. Jack atravesó el umbral y cerró la puerta detrás de él mientras dejaba caer su pesada maleta, su sonrisa se ensanchó cuando vio al rubio dirigirse hacia el como felino a un roedor.

—¡Eres tú!

—Ven aquí muñeca.

Atrapó en sus brazos el cuerpo liviano del contrario y sus labios, se estamparon contra los rosados ajenos, duraron unos minutos procesando su llegada, mientras los besos no escaseaban y tampoco las sonrisas, solo existía el alivio de tenerse uno al otro.

—¿Por qué no me llamaste? Pude ir por ti al aeropuerto.

—No era necesario, ya me tienes aquí, ¿No?

—Ya, ya, pero quería ser el primero en recibirte, ¿Quién más te recibió?

Conway negó con una sonrisa y envolvió la cintura de Gustabo con sus brazos.-Justo como te lo prometí, tu has sido el primero. Salí del aeropuerto cagando hostias, debiste verlo, el maldito lugar estaba repleto de gilipollas llorando y festejando con carteles de mierda y globos, ¿Acaso es de celebrar que nos partimos el culo y hubo bajas? Menudos capullos.

—Joder, como extrañaba tu apatía. ¡Que yo pude haberte recibido así! Me indigna.

—Gustabo, ambos sabemos que ni de coña lo harías.

—Correcto.

Ambos rieron e intercambiaron unos cuantos besos más mientras se adentraban por completo a su hogar, Conway aún llevaba el uniforme de militar y Gustabo no dudó un segundo en ayudarle a quitárselo, no quería ver ese uniforme por un buen rato. Ambos compartieron una cena tranquila mientras Conway relataba todo lo que había vivido en su estancia en combate, cada historia más trágica que la otra, Conway era joven, a sus 29 años era un prodigio en situaciones de investigación, estrategia y combate. Estuvo en la policía nacional, empezando como alumno, fue director del FBI, llegando a puestos medianos en la CIA y después de ello, su reclutamiento era masivo, todos necesitaban a Jack Conway.

Pero Conway solo necesitaba a alguien, y ese era a Gustabo, no había noche y día que no lo tuviera presente en su corazón y mente. Había extrañado cada cosa del rubio, desde su voz, hasta sus ocurrencias y es que simplemente era el quien aportaba algo de vivencias alegres a su vida.

—Coño, todo suena como una mierda, supongo que irás si vuelven a buscarte.

—De eso quiero hablar contigo, Gustabo.

Su semblante cambio de inmediato, bajando la mirada completamente triste.—Entonces es un si.

—Shhh, escucha. . . Decidí que lo mejor es retirarme.

—No me jodas. . . ¡No me jodas viejo!

Gustabo se puso de pie de inmediato y tomo asiento en el regazo del contrario para llenarlo de besos, aquella noticia era importante y es que saber que no se arriesgaría más, que permanecería más tiempo a su lado, era una bendición.

—Estoy por subir al tercer escalón, he currado mierda como ningún otro a mi edad, creo que ya es tiempo de que ambos pasemos tiempo juntos y pensemos en nuestro futuro.

—Hostia Jack, es que no me lo esperaba, me hace feliz escucharlo. Tu no sabes todo lo que sufro cuando te vas y no sé si te recibiré vivo o en un puto ataúd.

—Yo también sufro Gustabo y no sabes cuánto, es un coñazo no saber si saldré vivo, te entiendo, yo también me preocupo por tu bienestar, eres capaz de rajarte con una puta cuchara.

—Que me ofendes he. No soy tan imbecil.

Conway sonrió, siempre que se encontraba con él, podía sonreír de manera sincera, no existía el peligro de su entorno, podía perderse en su mirada azulada por horas y besarlo hasta el fin del mundo. Ambos compartieron dulces caricias mientras se tomaban de las manos y se juraban amor eterno entre besos que los dejaban sin aliento, nunca se habían sentido tan llenos y completos, podrían volver al tiempo y volverse a encontrar y juraban que se volverían a enamorar justo como en esos momentos.

Ya era hora de retirarse a su lecho, era un lugar seguro para ellos, podían disfrutarse después de tiempo, no tenían intenciones de volver a la realidad, tampoco de perder el tiempo cuando ambos tocaban la suavidad de su cama, podían solo dormir abrazados y cálidos, platicar hasta dormir, centrarse en los programas de televisión o solo entregarse en alma y cuerpo, Gustabo adoraba cada actividad que hicieran juntos, su parte favorita siempre sería despertar y ver a su amado a su lado, regalarle cortas palabras de amor y verlo levantarse para fumar en el balcón.

Nunca le agrado el olor a tabaco, tampoco que Conway fumara, siempre intento que lo dejara, pero al ser un tanto imposible, le permitía fumar solo uno por las mañanas y uno por las tardes y Conway prometió cumplirlo. Aquella etapa del día también era su favorita, ver a su rubio en su cama, semidesnudo, radiante de pies a cabeza, su mirada siempre atenta a el, sus labios rosados apuntando a los suyos y esa piel brillosa y pálida reluciente con la poca iluminación del sol al entrar por las ventanas de la habitación.

Era un sueño, aromas de tabaco y perfumes combinados en un ambiente matutino hermoso y tranquilo.

















Remin

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