Latente

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Maldita sea la noche en la que todo esto empezó

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Maldita sea la noche en la que todo esto empezó.

Siempre, los viernes a las 2:30 de la mañana entrabas a aquel cuarto amplio en el que guardaban el oro y lo encontrado en sus aventuras. Los viernes eran los días que le tocaba vigilar, por lo tanto, el hecho de que no esté en la habitación de los chicos no era cosa rara.

Te avergonzaba. Te avergonzaba admitir que el que te volvía loca no era tu novio, Sanji. Sino más bien el hombre que pronto cruzaría esa puerta. Aunque era un tarado a veces, había...algo...

Sonreía pícaro y complacido al entrar por la puerta, cerrándola con suavidad para que no fueran escuchados.

Era un infierno, un infierno que te encantaba. Era al hombre al que veías y te provocaba escalofríos de solo pensar en sus caricias. Lo habías negado por mucho tiempo, demasiado, pero ya no podías mantenerte alejada o al margen.

Tus pies descalzos te guiaron hasta donde estaba él, esperando por su abrazo y su beso. Su abdomen frío y su pecho amplio era todo lo que necesitabas para estar segura. Sus brazos te acogieron sin discriminación, apretujando tu espalda y cintura hasta levantarte del suelo. Reíste bajo cuando quedaste cerca de su rostro y tus piernas tuvieron oportunidad de abrazarlo. Tus manos pasan a su cuello, finalmente dándole permiso de acercarse por un beso corto. Toda la semana te extrañaba, y los viernes se desquitaba de sus celos por tu relación, la cuál (incluso antes de que le gustaras) no le parecía una buena relación. Sus besos recorrieron a tus mejillas, proporcionándoles el cariño suficiente para hacerlas enrojecer. Su nariz metálica y fría te daba cosquillas, por lo que nunca faltaba una risilla.

Ahí, en sus brazos, eras feliz.

Los besos se humedecen en tu cuello, dejando a la lengua y a los dientes jugar y pellizcar. No podía dejarte marcas, bien lo sabía, después de tantos regaños y peleas no lo volvería a hacer. Almenos, no hasta que finalmente fueran algo exclusivo.

Caminó un par de pasos hasta llegar a donde guardaban algunas telas caras y otras para los mástiles. Te recostó allí, debajo suyo, donde sus enormes extremidades podían acariciar tu cuerpo. Al separarse de tu cuello podía ver lo que sus manos provocaban en tu cuerpo.

Te conocía tan bien que sus toques sobre tu camiseta te hacían soltar suspiros pesados que rogaban por más. Tus senos cabían y sobraban en sus manos al igual que el resto de tu cuerpo. Buscabas la misma diversión de siempre, aunque bueno, nunca era lo mismo. Hoy, inició por levantarte la camiseta en lugar de quitarla, y atrajo tu cuerpo al suyo levantando tu torso del suelo sin ningún tipo de problema por el peso.

Tus pezones fueron mordidos y chupados por su boca, quería ver aquel rostro que no sabía decidirse de si sentir dolor o placer. No era necesario decir mucho, aunque en definitiva era un hombre ruidoso. Le gustaba elogiarte y escucharte reír, aunque a veces solo iban directo al grano.

Te volteó, dejando que tu trasero quedara levantado en su dirección. Bajó sólo lo necesario, estaba con las bolas azules desde la última vez. Odiaba ver que todavía Intentabas llamar la atención completa del cocinero el cual solo te prestaba atención si no había otra mujer cerca.

Cuando se introdujo en tí hundiste el rostro entre aquellas telas de múltiples colores. Ahogaste el ruido de tus gemidos allí. Era del tamaño perfecto para hacerte voltear los ojos unos segundos a la mera entrada. Tus manos fueron puestas en tu espalda, siendo sostenidas por una mano suya.

-Saca el rostro de ahí, bebé- Podías escuchar aquel tono juguetón que solo hizo que tus piernas temblaran. Obedeces, dejando ahora la mejilla contra la superficie. Los gemidos fluyen en bajo tono, llegando a ser chillidos a causa del esfuerzo de tu garganta por no liberarte de más.

-Que buena chica...- Mientras se empujaba dentro tuyo, la mano que no sostenía tus brazos de posó en tu nalga, apretándola con fuerza al no poderle estampar un bofetón. Pellizcaba aquel gran pedazo de carne hasta asegurarse de que cuando lo soltara quedara rojo.
-Aunque también una muy sucia...- Jadeó, acelerando sus embestidas.

-C...Cállate...- Murmuras.
-No e...es el momento p...para ser sincero-.

-¿Qué? No te gusta admitir que no dejas al cocinero solo porque te gusta tener dos pollas para tí sola, ¿o me equivoco?- Ríe al ver que tu rostro se ponía rojo a causa de la ligera rabia que estaba causando.

-Cállate...- Chillas en una súplica que conocía, no querías que te siguiera recordando que no le gustaba ser el otro. Y que tenías que apurarte antes de que algo más pasara o él abriera la boca. Ese amor no permanecería latente por mucho tiempo.

-¿A quién le dices cállate, eh?- La mano que antes jugaba con tus posaderas cubrió tu cabeza, hundiéndola en las telas.
-Yo no soy el que juega dos bases, bebé- Ríe.
-Ahora discúlpate por hacerme tener que venir otro viernes a este cuartito-.

Te liberó de aquella presión. Jadeas ante sus raudas embestidas las cuales provocan que tu mandíbula se aprete.

-Lo siento...- Gimes, sintiendo como su fuerza te hizo quedar dependiendo de las rodillas, con los senos colgando y rebotando en tu torso suspendido en el aire.
-Lo siento mucho..., Flam...- te hizo repetirlo hasta el cansancio. Tu mano diestra busca sostener la que la mantiene prisionera.

Solo querías que te hiciera sentir amada. Apesar de tus pecados.

Cuando uno de sus dedos se estiró para abrazar tu mano ahogaste un gemido largo. Tarareando la sensación de tu coño liberándose sobre su polla.

Aquel apretón lo mandó a recostarse sobre tu cuerpo y espalda. Abrazando tu cintura y dejando sus caderas saltar sobre tu mojada entrada hasta vaciarse. Su respiración agitada en tu oreja te hizo sonreír ampliamente entre tus esfuerzos de recuperar el aire.

-¿Te cansaste?- Ríes bajo volteando el rostro nuevamente hacia él, pudiendo verlo casi por el rabillo del ojo.

-Eres dinamita a veces, mocosa- Se levantó saliendo de tu interior y recostándose a tu lado. Te acomodas la ropa con dificultad al estar temblorosa y le abrazas el cuello quedando sobre su ancho torso.

-Te amo-

-No me mientas, nena.-

Tú sabes que me necesitas.

_____________________Perdonen mis gustos cuestionables

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Perdonen mis gustos cuestionables.

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Cutty Flam [Franky] ~{ONE SHOTS}~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora