Yacían los pétalos de una rosa en el suelo, pocos, el resto se escondía en la caja musical de su niñez. Hilda acariciaba la nueva flor a través de sus cortinas de tul. Debía estar agotada, pero no le llegaba el sueño y se aferraba a la tela tanto como a su deseo de ver al Santo. Olía el perfume de su anhelo, de la invitación ya una vez rechazada. Con los ojos fuertemente cerrados intentaba decir no a la resignación, pero el dolor calaba en su pecho como si ahí estuvieran las espinas que faltaban en el tallo. Quizás el Santo no correspondía a sus sentimientos, quizá no le amaba como ella creía. La delicadeza de sus labios y manos sobre su cuerpo podría tratarse de una ilusión. Quizás él no estaba listo para aceptarla y ella se había precipitado al borrarlo de su futuro. Estaba rodeada de afecto, pero la cara que la consolaba no era la de Malthus. Una lágrima solitaria fue iluminada por la luz neón del hotel al resbalar por sus pestañas. Entonces, tocaron la puerta y la copa que sostenía se estrelló contra el suelo. Era voz de hombre.
Hilda se apresuró hacia la puerta y abrió pensado que Cinturita aguardaba al otro lado, en su lugar, la muchacha se encontró con un par de iris café profundo, decididos y aterrados por igual.
—Santo— suspiró, después cerró la puerta con cuidado para no alertar a nadie. Se formaba en su rostro una sonrisa tan luminosa como las castañas del joven — ¡Viniste a verme!
Hilda rodeó el cuello de Malthus, abrazándolo, y todas las inseguridades volaron con la cálida brisa que entraba por la ventana. Ella expresó su felicidad en el tiempo justo que el cuerpo ya conocido estuvo entre sus brazos. Lo sintió temblando bajo sus inusuales prendas, aunque su mano firme la mantuvo cerca. Hilda acunó el rostro de Malthus con cariño para asegurarlo ahí con el amor que guardaba entre sus dedos.
"Quería ver cómo era tu casa" dijo Malthus con la mirada baja, probablemente apenado por hacerla esperar tanto, pero ella estaba colmada de dicha y con alegre tono lo hizo entrar. Lo primero que vio el fraile al levantar la cabeza fue un vestido blanco colgado a un lado del balcón. Imaginó la silueta de Hilda cubierta por el manto caminando hacia él en traje claro; las personas de Santana dos Ferros, que lo vieron crecer, acompañándolo; su madre sonriendo en la primer banca de la catedral con un pañuelo en la mano y su hermoso velo corto adornado con puntadas de hilo dorado. Su pobre madre, a quien prometió jamás volver a ver a Hilda, porque había dejado tan claro como el cristal que prefería morir antes que ver a su hijo darle el corazón a esa mujer.
Evitando que Malthus pudiera sentir la culpa invadirlo por completo, un ligero tirón logró que volteara hacia el tocador de madera. Hilda mencionó algo sobre sus perfumes, pero el joven se detuvo en su caja de música. Había un pequeño nicho de plata sobre la base, en el interior la imagen de una virgen en sencillez perlada. Malthus se sentó y al abrir el cajoncito revivió el olor de la rosa marchita junto a una linda melodía, su sonrisa se grabó en la mente de Hilda reemplazando los días de llanto después de quitar la primera flor. En su memoria quedaría registro de que el Santo había ido a su habitación el mismo día que lo invitó.
La meretriz acercó al Santo una botella de perfume francés para que pudiera olerlo, era el que más usaba y su favorito. Le regaló una gota para que pudiera tener una parte de ella en caso de extrañarla y él observó sus ojos de tormenta después de días en el cuarto de castigo.
—Nunca olvidé tu olor...
El tiempo que habían pasado separados, su piel abierta gracias al látigo y la tortura de saber que tenía dos hombres dispuestos a casarse con Hilda desapareció al instante. Se destruyó toda duda dejando solo un profundo placer por hacer feliz a la mujer que amaba.
—Muéstrame cómo te ves en ropas normales... Por favor, siempre he querido saber cómo sería si no fueras padre.
Con un miedo de niño, Malthus se quitó la larga gabardina descubriendo para Hilda su atuendo sencillo. Sin la sotana se veía a simple vista su cuerpo fuerte y daba la ilusión de haberse vuelto más alto. Ella sintió el latir acelerado de su corazón bajo las palmas.
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Sol y Luna para Hilda y Malthus
Fanfiction"Quizás el Santo no correspondía a sus sentimientos, quizá no le amaba como ella creía. La delicadeza de sus labios y manos sobre su cuerpo podría tratarse de una ilusión. Quizás él no estaba listo para aceptarla y ella se había precipitado al borra...