Ecos

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El eco de la conversación resonaba en mi mente mientras observaba el horizonte estrellado. La revelación de José sobre la situación que llevó a mi familia a considerar un matrimonio con Naín creaba una tormenta en mi interior. Mis emociones danzaban entre la sorpresa, la indignación y la tristeza, pero también empezaba a vislumbrar el porqué de la decisión de José.

A pesar de la frustración inicial, una chispa de entendimiento comenzaba a brillar en la oscuridad de mis pensamientos. José, en su dolorosa elección, no solo buscaba aliviar las penurias económicas de mi familia, sino también protegerme de un destino menos favorable. ¿Cómo no podría agradecerle por un acto tan noble aun si era en un contexto tan inusual?

Me tumbé en la cama, las sábanas abrazando mis pensamientos revueltos. Cerré los ojos, buscando encontrar calma en la quietud de la noche. La brisa fresca se filtraba por la ventana, acariciando mi rostro y llevando consigo susurros de consuelo.

Mientras me preparaba para dormir, mi mente voló pensando en que José había sacrificado sus propia vida, su propia libertad de elegir casarse con alguien que él amará, asumiendo el papel de mediador en un juego de decisiones difíciles. ¿Cuántas noches había pasado sopesando las opciones, buscando la ruta menos dolorosa para nosotros?

Incluso la figura de Naín, con toda su arrogancia y desdén, empezaba a adquirir matices diferentes en mi mente. ¿Había aceptado él también este destino por alguna razón más profunda? Quizás, detrás de su máscara de desprecio, había un hombre cuya vida también estaba marcada por elecciones difíciles.

Agradecí en silencio a José por su sacrificio, por ofrecerse como el faro en medio de la tormenta. Sabía que la senda que ahora transitábamos no sería fácil, pero al menos no me sentía sola en la oscuridad.

En mi corazón, la amistad que compartíamos había ganado un matiz más profundo. Éramos cómplices de un destino inesperado, aliados en la búsqueda de respuestas y en la construcción de un nuevo capítulo en nuestras vidas entrelazadas.

Con esos pensamientos reconfortantes, cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño. La noche, testigo de nuestras confesiones y revelaciones, envolvía mis pensamientos en un manto de quietud y promesas inciertas.

Con el sol filtrándose tímidamente por la ventana, abrí los ojos, marcando el inicio de un nuevo día. Aunque las revelaciones de la noche anterior pesaban en mi corazón, la luz matutina traía consigo la esperanza de un nuevo comienzo.

Mientras realizaba las labores diarias, el fresco aroma del pan recién horneado llenaba la casa, pero la rutina no lograba ahogar completamente las turbias aguas de mi mente. Prepararme para ir a la fuente a recoger agua se volvió un ritual necesario, una distracción para las preocupaciones que aún persistían.

Al llegar a la fuente, encontré a Sofía, quien alzó la vista y notó la sombra en mi mirada. Sin necesidad de palabras, su expresión reflejaba preocupación y solidaridad.

—¿Qué ocurrió anoche, María? —preguntó Sofía con cautela mientras llenábamos nuestras jarras.

—El... él me salvó —dije incrédula.
—Bueno, a ti y a toda tu familia, pero ¿por qué no te dijo? —dijo Sofía.

—No, Sofía, es distinto —dije sonriente—. Él no solo salvó a mi familia, pidió mi mano para no tener que casarme con Naín...

—¿Por qué te casarías con...? —preguntó antes de darse cuenta—. No.

—Estoy tan apenada por cómo traté a José, Sofía —confesé con sinceridad.

Sofía asintió comprensiva, reconociendo la validez de mis sentimientos.

—María, a veces el temor nos hace actuar impulsivamente. Pero lo importante ahora es que sabes la verdad y pueden volver a empezar —aconsejó Sofía, ofreciéndome su amistad y apoyo.

Nos despedimos en la fuente, y mientras volvía a casa, divisé a lo lejos a Naín saliendo de mi hogar. Mi corazón dio un vuelco al verlo, sus modales altivos evidentes incluso a esta distancia. Mientras avanzaba hacia mi hogar, la pregunta persistía: ¿cómo sería la interacción con él sabiendo lo que ahora sé?

Naín se quedó frente a mi puerta, como esperando por mí. No podía verlo ahí sin imaginarlo en el altar, una idea a la cual jamás me podría hacer.

—¡María! —dijo alegremente con un tono de superioridad—. Un gusto verte otra vez.

—Nain, hola —respondí cortésmente.

—Déjame ayudarte —dijo mientras intentaba tomar el cántaro con agua. Su gesto, aunque aparentemente amable, llevaba consigo un matiz de posesividad.

Aunque mi intención era ser cordial, no podía ignorar la incomodidad que su presencia me generaba. Sus ojos, llenos de una confianza arrogante, escudriñaban mi rostro en busca de algún indicio de sumisión.

—Nain, gracias, pero puedo manejarlo —contesté con determinación mientras recuperaba el cántaro. Sin embargo, su persistencia para demostrar su "cortesía" dejaba entrever sus verdaderas intenciones.

—¡Enhorabuena! Felicidades por el compromiso con... José, ¿verdad? —dijo, como si olvidara su nombre—. Ojalá te haga tan feliz como te lo mereces. Si fueras mi prometida, ya te estaría tratando como una reina.

Mientras escuchaba sus palabras, lo observé detenidamente. Este joven, de estatura ligeramente superior a la media, presentaba un cabello castaño oscuro que caía en suaves ondas, dándole un aire de despreocupada elegancia. Sus ojos, de un verde claro penetrante, parecían reflejar un universo de emociones, desde la curiosidad hasta la melancolía, creando una conexión instantánea con aquellos que se cruzan con su mirada. Sus manos, cuidadas pero con las marcas discretas del tiempo, transmitían destreza y seguridad, sugiriendo historias aún no contadas.

—Gracias, Nain, aprecio tus palabras —dije con una sonrisa fingida.

La sonrisa en sus labios parecía estar cargada de segundas intenciones, y mientras se mantenía frente a mi casa, la incomodidad crecía con cada palabra pronunciada. Mi mente luchaba por discernir entre la amabilidad superficial y la astucia encubierta de Nain.

—María, me parece que tu prometido es un hombre afortunado. Espero que encuentres la felicidad que mereces. Si en algún momento necesitas a alguien que realmente aprecie lo que tiene, estaré aquí —dijo, y aunque sus palabras sonaban elogiosas, su tono sutilmente desafiante revelaba la complejidad de sus intenciones.

Intenté mantener mi compostura y agradecerle, pero la tensión flotaba en el aire. Mientras se despedía con una inclinación exagerada, la sensación de que estaba tratando de ganar terreno en un juego sutil se apoderó de mis pensamientos. Con su figura alejándose, me quedé frente a la puerta, preguntándome cómo lidiar con la presencia de Nain en mi vida, mientras las sombras de la incertidumbre se alargaban en mi camino.

Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora