[ XXVII ]

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Habría sido peor que alguien más pronunciara esas palabras, me dije, convenciéndome que no me afectaba que Elliot supiera de nuestros encuentros. Disfracé mi angustia con un traje de alivio, pues nada de lo que Jones hiciera podría afectarme. Pero al mismo tiempo me entró un pánico terrible que me dejó al borde de las lágrimas, ya que sabía que si bien nada de eso saldría a la luz, sí que cambiaba todo.

—Por favor, no lo mantengas oculto, debe tener suficiente con que yo haga lo mismo con él.

Tragué duro. Ni siquiera pude enfadarme por sus palabras, no cuando encontré una pizca de dolor en su tono.

—Elliot... —Fue lo único que le permitió decir a Michael.

—Ahórrame el drama, ¿quieres?

Michael dejó escapar un suspiro como si ello implicara haber perdido la batalla.

—Charlie —me llamó.

Debí imaginar que salir de esa cama me robaría un poco de dignidad, aunque por suerte mi negativa de ver a los ojos a Jones me privó de verlo satisfecho ante mi ridiculez.

—Mira nada más, mi novio y mi... —Elliot lo pensó—. ¿Qué eres de mí, Charlotte?

—Nada —balbucí.

Él rio sin ganas y yo tuve que buscar valor en Michael, quien no dejaba de mirar, serio, a su novio.

—Cierto, no eres nada para mí.

Me removí incómodo en mi lugar. Había llegado a un punto en que los sentimientos de culpa sobrepasaban el ego herido de no poder defenderme como era oportuno. A mi boca, por primera vez, se le dio bastante bien quedarse cerrada.

—Pero tú sí que eres algo mío, Michael. No me digas que te dio por vengarte de mí por acostarme con otras personas; te recuerdo que actúe bajo tu consentimiento, así que no quieras echármelo en cara.

—Bájate de tu nube, Elliot, no lo hago por despecho.

Debió de afectarle más que lo nuestro no tuviera nada que ver con él.

—¿Entonces? ¿Vas a decirme que te nació el amor por Charlie?

Se miraron fijo. Elliot lo supo. Tal vez desde antes de tocar esa puerta supiera, que, a diferencia de él, Michael no se acostaba conmigo por mero placer, sino que tenía sentimientos por mí. Y que Michael decidiera retirar la vista de él y clavarla en un punto lejano de la habitación fue solo la confirmación.

—¿Vas a dejarme por él?

Me sentía un estorbo en medio de su enfrentamiento, si es que a eso se le podía dar tal denominación. Resultaba ser el motivo de su discusión y a pesar de ello no pintaba nada ahí. No tenía un discurso que hiciera frente a los reproches de Elliot, ni palabras de consuelo para Michael; y a nadie parecía importarle que me quedara callado o me fuera. El curso natural de las cosas explicaba que esa pelea se daría inevitablemente y yo no cambiaría su resultado.

O eso creía.

—Jamás cruzó por mi cabeza el dejarte —se sinceró Mickey, abstraído. Rozaba las yemas de sus dedos sobre el pantalón, pero ni siquiera parecía ser consciente de lo que hacía.

—Ya veo. —Asintió con la cabeza y una sonrisa burlona apareció—. Sospecho que tampoco está en tus planes dejarlo a él. ¿Entonces qué? ¿Recolectaremos personas cada que se te antoje y las llevaremos a vivir a una gran casa para que así no tengas que desprenderte de las personas de las que te encaprichas?

El límite de Michael siempre sería que quisieran mancillar sus principios. Así como yo fui víctima de su desprecio por unos instantes al mencionar que era un egoísta por pretender amar a dos personas, Elliot recibió el mismo trato, pero uno que se adecuaba a su entendimiento.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora