Era como un ronroneo, un sonido bajo y gutural. Un ronroneo grave y constante que paraba de a momentos, dando paso a quejidos y jadeos. Pero más allá de un ronroneo, sonaba como un gruñido. Un gruñido indescifrable que no paraba y se elevaba sobre el resto de los ruidos que se hacían presente en la habitación cerrada de manera casi hermética, las paredes impidiendo que lo que estuviera dentro fuera visto, escuchado, o siquiera tocado por los rayos del sol. O que saliera.
El traqueteo de las cadenas y las respiraciones ofuscadas escondían otros sonidos, como el golpe de piel entre sí, el grotesco sonido húmedo rítmico. Un chirriar de garras contra metal, creando un chillido que penetraba los tímpanos. Gruñidos que parecían ronroneos. Quejidos que se desvanecían en suspiros y jadeos. Una sinfonía de sonidos carnales y nauseabundos, que acompañaban a la imagen principal.
Su cuerpo dolía, el ángulo en el que se encontraba no permitía que se moviera y dejaba parte de su cuerpo entumido por la falta de sangre circulando. El metal helado había sido templado desde hace rato, pero ante cada mínimo movimiento su piel febril podía tocar un fragmento de la tapa de metal y el helado material le causaba escalofríos, cuerpo temblando y sus entrañas contrayéndose, causando que los movimientos fueran más rápidos y crueles en respuesta. Y ante cada movimiento más cruel, más ronroneos.
Y con cada ronroneo, la mano en su nuca acariciaba su piel con uñas rasguñando y dejando un camino de fuego que desaparecía entre el resto de las sensaciones, pero que buscaba con casi desespero. Tocaron algo dentro suyo y cerró los ojos, descansado su cabeza contra la superficie donde estaba y el frío metal tocó su piel. Apretó las manos y sus garras hicieron el metal chirriar, chirriar con tanta fuerza que lo silenció unos segundos.
Se sentía bien, oh, le gustaba tanto como se sentía dentro suyo. La mano en su nuca dándole seguridad y calma, las uñas rasguñando, causando que el fuego dentro suyo ardiera cada vez más. Agitó la cola, levantándola del suelo donde arrastraba y moviéndola para tocar al otro, buscando más contacto entre ellos porque sabía no tenía permitido tocar, es por eso por lo que sus manos se aferraban al metal. Porque no le habían permitido hacer algo más.
Su cola no era flexible, no como la de otros animales; era robusta, tosca, fuerte. Así que no la podía usar para mucho, conformándose cuando logró tocar algo; la tela del pantalón siendo suave contra sus escamas y piel áspera, pero seguía siendo un confort. La mano en su nuca apretó unos segundos, incrustando las uñas, para después arañar, un jadeo más saliendo de su garganta y su espalda arqueándose de la incómoda superficie de metal.
Abrió los ojos y miró alrededor, todo moviéndose debido a las embestidas y su mente perdida en las sensaciones. Ojos mirando el entorno en donde estaba, viendo objetos de metal brillar apenas con la poca luz presente, pero todo se veía más bien cubierto por penumbras dejando figuras amorfas que tomaría esfuerzo adivinar. Sintió el frío del metal de nuevo y tembló, pronto su recompensa llegando y causando una oleada de fuego que nació desde su abdomen y recorriendo su cuerpo.
Sintió la mano en su nuca apretar y como movían su cabeza, haciéndole mirar al frente y al encontrarse con los ojos ajenos, un jadeo salió de su pecho y pasando a ser un gruñido pesado y potente. Recibió una sonrisa ante eso y sin pensarlo se apoyó en sus antebrazos y levantó, buscando crear un beso, un simple contacto. Pero le fue negado y su dueño se alejó de él. Lo cual causó que soltara un quejido lloroso y herido. Había cumplido las ordenes hasta ese momento, manteniendo las manos firmes y lejos, además de portarse excepcionalmente bien, ¿por qué, entonces, no podía tener una recompensa? Un gemido siendo forzado fuera de él cuando la mano de antes se colocó en su cuello, apretando la garganta.
Dedos se movieron por su barbilla hasta llegar a sus labios y meterlos a su boca, obligándolo a abrirla y sacó la lengua sin dudarlo, abriendo grande y mostrando sus dientes. Saliva cayendo por la comisura de sus labios y sintiendo como caía por su cuello hasta llegar a su pecho. Los dedos, que sabían a metal, tomaron su lengua. Uñas apretando el músculo e incrustándose en él, Fungas soltando un quejido ahogado ante el inesperado dolor. Las uñas soltándolo y pasando a acariciar sus dientes, apoyando la yema de los dedos fugazmente en la punta de los dientes.