Las ofrendas parte 5

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Habéis leído que Meda Arijaya no tenía compañeros de juego de su misma edad durante la carrera de la muerte. Los peligros eran demasiado grandes. Pero la Gopi tuvo maravillosos monjes estilistas. Estos eran como gaviotas distendiendo las alas, volando y llenando su cielo con sus gritos, chillidos y superficialidades, y cuyas cualidades como estilstas fueron durante mucho tiempo pasadas por alto.

De «Manual de la Diosa Meda», por Fidencio Ulanara.

¡Ras!

Meda aprieta los dientes mientras Joyce, una mujer con un traje largo de color turquesa y el cabello corto con extensiones doradas, le arranca una tira de tela de la pierna, llevándose con ella el pelo que había debajo.

--¡Lo siento! --canturrea con su estúpido acento de Babilonia--. ¡Es que tienes mucho pelo!

¿Por qué habla esta gente con un tono tan pausado y ceremonioso? ¿Por qué parece como si se dirigiesen a sus feligreses? ¿Por qué acaban todas las frases con la misma entonación que se usa para preguntar?

Vocales extrañas, palabras altivas y un tono devocional cada vez que pronuncian la palabra Dios... Por eso a todo el mundo se le pega su acento, claro.

La pastora evangelista Joyce intenta demostrar su comprensión.

--Agradécele al señor: éste es el último. ¿Lista?

Meda se agarra a los bordes de la mesa en la que está sentada y asiente con la cabeza. Ella arranca de un doloroso tirón la última zona de pelo de la pierna derecha.

Van ya más de cuatro horas en la Iglesia de Renovación y Meda todavía no conoce a su monje estilista. Al parecer, no está interesado en ver a la chica hasta que Joyce y los demás miembros del equipo de preparación no se hayan ocupado de algunos problemas obvios, lo que incluye restregarle el cuerpo con una manguera arenosa que no sólo le ha quitado la suciedad, sino también unas seis capas de piel, darle uniformidad a sus uñas y, sobre todo, librarla de todo el vello corporal. Piernas, brazos, torso, axilas y parte de sus cejas se han quedado sin un solo pelo, así que parece una gallina desplumada, lista para asar.

A Meda no le gusta, tiene la piel irritada, le pica y la siente muy vulnerable. Sin embargo, ella y Amin han cumplido su parte del trato que hicieron con Diomedes y no han puesto ni una objeción.

--Lo estás haciendo muy bien --dice un pastor que se llama Randy Morrison. Agita sus tirabuzones dorados y le aplica una capa de pintalabios morado a la joven--. Si hay algo que el creador no aguanta es a los lloricas.

¡Embadurnadla!

Joyce y Yesenia Then, una mujer regordeta con todo el rostro teñido de verde guisante claro, le dan un masaje con una loción que primero pica y después le calma la piel. Acto seguido levantan a Meda de la mesa y le quitan la fina bata que le han permitido vestir de vez en cuando. Meda queda aquí, completamente desnuda, mientras los tres la rodean y utilizan las pinzas para eliminar hasta el último rastro de pelo. Meda debería de sentir vergüenza, pero ellos le parecen tan poco humanos que es como si tuviese a un trío de extraños buitres de colores picoteando el suelo alrededor de su presa. Los tres dan un paso atrás y admiran su trabajo.

--¡Excelente, bendito sea el señor! ¡Ya casi pareces un ser humano! --exclama Randy, y todos se ríen. --Gracias –responde Meda con dulzura, obligándose a sonreír para demostrarles lo agradecida que esta--. En la tribu de Judá no tenemos muchas razones para arreglarnos.

--Claro que no, ¡pobre criaturita de dios! --dice Yesenia, juntando las manos, consternada.

Parece que se los ha ganado con su respuesta.

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora