Umbrigde.

93 4 0
                                    


—Harry, no tardes —comentó Ron saliendo del dormitorio. Harry se quedó pensando en todo, tratando de asimilar las experiencias del verano. Sin duda, había sido un carrusel de emociones al que no le cabía ninguna más. En eso estaba cuando una dulce voz lo despertó de su letargo.

—Harry —dijo Ginny, tomándolo por sorpresa—, ¿no vienes?

Harry estaba a punto de rechazar la invitación, pues no quería encontrarse en el pasillo del ala sur del castillo, donde se hallaba la hermosa sala común de los Leones, con Michael Corner, por si se le ocurría esperar a Ginny por allí. Pero su estómago lo traicionó; de verdad tenía hambre. En el tren, ni siquiera había prestado atención al carrito de dulces y golosinas. Así que, finalmente, fue junto a Ginny al Gran Comedor.

Recorrieron juntos el castillo, bajaron por la gran escalera, pasaron por el vestíbulo de recepción, donde, para su suerte, no estaba el Ravenclaw, y llegaron por fin al Gran Comedor. La última vez que Harry estuvo allí fue al final del curso del año pasado, durante el homenaje a Cedric. Luego había tenido una larga charla con Dumbledore:

"Pronto tendremos que elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil."

Harry deseaba que no fuera él quien tomara esas decisiones, pero, por cómo se desarrollaban los acontecimientos, sabía muy dentro de sí que sería él.

—Ahí están —anunció Hermione a Ron, que se llevaba a la boca una gran cucharada de gelatina de uva.

—Siempre comiendo, eh, Ron —dijo un chico alto, de piel canela y un afro corto, que se sentó junto a Ron. Otro chico, de aspecto escocés, con piel clara, cabello corto y pecas, se sentó también, pero sin mirar a nadie ni decir nada.

—¿Mal verano, Seamus? —preguntó Neville, con un semblante preocupado, quizá intuyendo la razón del mal genio de Seamus.

—Harry aquí —llamó Hermione a su amigo.

Harry se sentó y Ginny hizo lo mismo. El ambiente era de júbilo; había comenzado otro año en la mejor escuela del mundo. Después de un rato, Harry sintió un peso en la nuca y se giró. Su mirada se posó al fondo de la última mesa, destinada a los Ravenclaw, donde Cho lo miraba con una sonrisa que él le correspondió. Pero al voltear un poco la mirada a la derecha, pudo ver a Michael Corner, con su cabello impoluto y sedoso, que formaba un flequillo natural.

Quería mirarlo con odio, pero al darse cuenta de que Harry lo estaba observando, Michael simplemente levantó la mano como saludándolo, así que Harry hizo lo mismo.

La profesora McGonagall entró, después de un rato, con el sombrero seleccionador, mientras varios niños de once años, timoratos y nerviosos, esperaban reunidos para conocer la casa que representarían toda su vida.

Harry desvió la mirada hacia donde estaban los profesores. "Está Sprout, Trelawney, Snape, Flitwick..." Harry frenó al ver que en la silla destinada para su GRAN amigo Hagrid había una bruja algo anciana y de rostro gentil que seguía con cuidado la elección del sombrero seleccionador.

—Hermione, ¿ya viste? No está Hagrid —murmuró Harry a su amiga. Ella buscó a Hagrid con la mirada y, al no encontrarlo, se volvió hacia Harry con cara de sorpresa.

—Hay una nueva —comentó Ron al percatarse de la figura bajita y rechoncha, con un conjunto rosa escandaloso y una expresión de amabilidad falsa, que Harry reconoció enseguida.

—Estuvo en mi juicio —dijo el pelinegro—. Trabaja en el Ministerio.

Después de que los de primer año quedaron ubicados en sus respectivas casas, Dumbledore se paró frente al atril con el búho desplegando sus alas, esculpido en oro, y comenzó su discurso de siempre.

—Buenas tardes, niños. No quiero hablar mucho, pues sé que están ansiosos por volver a sus salas comunes y descansar para iniciar un curso tremendamente demandante, sobre todo para los de 5° año, que como saben, tendrán que presentar sus TIMOS, y esto implica una carga extra para su excelente preparación académica. —Todos los chicos de 5° dieron un suspiro y palidecieron ante aquel anuncio. —Por otro lado, les informo que, debido a circunstancias de extrema confidencialidad, la profesora Wilhelmina Grubbly-Plank quedará a cargo de la materia Cuidado de Criaturas Mágicas, mientras el profesor Hagrid está ausente.

Harry se sintió triste, pues habría que esperar mucho más que un verano para volver a ver a Hagrid. Sin embargo, escuchó un susurro que decía "qué bien". Era Parvati, que, junto a Lavender, una chica rubia de rizos, hablaban en voz baja, criticando todo lo que se movía. Lo cierto es que Hagrid como maestro era valorado por muy pocos, por eso no le extrañó escuchar un sonido de euforia proveniente de la mesa de Slytherin.

—También quiero que le den la bienvenida a la nueva maestra de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Dolores Umbridge. —La profesora Umbridge se paró, saludando como si estuviese en un mitin político, y se acercó al director.
—Creo que Trevor se puso un vestido rosa, Neville —susurró Ginny, provocando un concierto de risas contenidas en la mesa de Gryffindor, que fueron silenciadas por un leve—

—Me gustaría decir algo, profesor —interrumpió Umbridge, con una sonrisa falsa y unos ojos que aparentaban compasión. Su tono se suavizó, alcanzando un rango vocal más agudo, como el de una niña pidiendo hacer "upa".

—Gracias, director, por sus amables palabras de bienvenida. ¡Qué hermoso es ver sus lindos rostros sonriéndome! Estoy segura de que todos seremos muy buenos amigos.

—Sobre todo... —repitieron al unísono los gemelos.

Umbridge tragó saliva y ahora expresó, con un tono más maduro y serio, pero que no dejaba de tener esa bondad falsa que flaqueaba por todas partes.

—Quiero que sepan que el Ministerio siempre ha considerado que la educación de jóvenes brujos y brujas es de vital importancia, aunque cada director ha traído algo nuevo a esta histórica escuela. —Hizo una pausa mientras giraba la mirada hacia el director, dándole mérito. Dumbledore hizo un gesto condescendiente y, al percatarse de que Umbridge volvía a tener la mirada al frente, formó en su rostro una expresión de hartazgo que parecía contagiar a toda la sala por aquella interrupción desafortunada e innecesaria.

A Umbridge no le importó aquello, pues continuó con su disertación:

—El progreso, solo por progresar, no puede continuar.

Harry miró a Hermione, que se escandalizaba ante tales palabras, y si la bruja más brillante que conocía mostraba esa expresión en su rostro, era porque algo olía muy mal.

—Hay que preservar lo preservable, perfeccionar lo que debe ser perfeccionado y prohibir lo que debe ser prohibido —terminó y soltó una risita que le puso los pelos de punta a Harry.

Toda la sala se quedó en silencio, intentando entender lo que significaba aquello. Solo Filch aplaudió al fondo, con la señora Norris sobre sus hombros.

—Qué sarta de idioteces —expresó Ron en voz baja.

La profesora Umbridge se dirigió hacia su asiento, de donde nunca debió salir, y dejó que Dumbledore continuara.

—Gracias por esas... —Dumbledore pareció decidir si la palabra que Ron había dicho hacía unos instantes era la adecuada; por su tono, seguramente concordaría en que "idioteces" era lo correcto, pero guardó compostura y siguió—. Reveladoras palabras, profesora. Bien, como iba diciendo, el señor Filch me pide que les informe que la magia está prohibida en los pasillos entre clases y...

Dumbledore siguió hablando, pero después de aquel discurso, Harry decidió no escucharlo. Se giró hacia Hermione, que tenía un rostro inexpresivo, y le preguntó:
—¿Qué rayos significa?
Su amiga pareció acomodarse en su asiento y, perspicaz, respondió con una simpleza que no pudo ocultar su preocupación:
—Significa que el Ministerio está interfiriendo en Hogwarts.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora