8. Lavanda

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Sabía con absoluta claridad que me había involucrado demasiado esa noche en la vida del florista. 

No estaba seguro en qué parte o cuándo ocurrió, pero al momento de acostarme en el colchón de su cama, supe que había llegado muy lejos, extremadamente lejos, al punto que estaba seguro que crucé el punto del no retorno, y sería muy imposible seguir con mi vida ignorando la existencia del florista, al momento de irme para siempre.

Lo peor, es que no sabía cómo sentirme al respecto.

¿Me arrepentía de haber probado la mejor sopa de cebolla de mi vida? No, fue una tarea titánica fingir que esa base de baguette con queso grillado y ciboulette por encima remojado en la sopa de cebolla caramelizada, no estaba probando una de las mejores experiencias culinarias de mi vida.

«Es una comida humilde de confort.»

Humilde, ja.

Él florista sabía que me había preparado su plato estrella, estaba seguro, que él tenía pleno conocimiento que el estómago de una persona es la forma más sencilla de ganarse su simpatía. Me esforcé como nunca en mantener una expresión calma, y no apresurarme en devorar su plato, pero la sonrisa de superioridad de mi acompañante denotaba que veía a través de mí.

Molesto, era increíblemente molesto.

¿Me repetí el plato? Con el dolor de mi orgullo lo hice, porque con unas cuantas cucharadas mi estómago estaba encantado, y amenazaba con gruñir toda la noche si no le daba más de aquello que anhelaba volver a probar hasta saciarse.

¿Qué mierda tiene en sus manos? ¿Cómo se puede cocinar así sin ser chef? ¿Qué hace cuidando flores y no viviendo de esto?

Tenía tantas preguntas atoradas en mi garganta, pero no me permití soltar ninguna. No debía, no necesitaba respuestas a aquello.

¿Me arrepentía de conocer la habitación del dueño de casa? Un poco, fue incómodo. Era espaciosa, y luminosa, con un gran colchón y un edredón que parecía de hotel. Tenía un escritorio lleno de flores secas y llaveros de —lo que él explicó que era— resina, encapsulaba flores en cristal, bueno.. no cristal, resina, parecía cristal. Fotos de él y su abuela y algunos cuadros de paisajes. Sencilla. Se notaba limpia y aireada, pero el olor a flores seguía colándose por todos lados. Me sentía como un intruso rompiendo la paz de un lugar que no conocía.

«Cambié las sábanas, y ordené un poco. Por favor ponte cómodo, subí tu maleta a mi habitación.»

¿Ponerme cómodo? ¡Estábamos bajo amenaza por su puesto que no debía ponerme cómodo!

Quería gritarle que no estaba ahí para jugar a la pijamada, solo estaba quedándome en su casa para salvarle la vida en caso de emergencia, luchar contra los demonios, y evitar que su alma se corrompiera por culpa de ellos. Cosas graves. Horribles y graves.

Al momento de sentarme en su cama sentir lo mullido del colchón, y que las colchas y almohadas tuvieran un leve olor a lavanda, sentí que mi ira se evaporaba un poco. Mierda.

«Sabía que estabas cansado, puedes usar la ducha, hay toallas limpias adentro.»

¿Me arrepentía que me hubiera visto echado en su cama? Bastante, fue vergonzoso, no debía mostrar debilidad frente a él. Preguntarle por qué en la tierra su cama olía a lavanda, y su respuesta fuera un sonrojo y una sonrisa mientras decía: «Es solo el suavizante y el detergente», me forzó a usar toda mi fuerza de voluntad para no golpear mi cara con mi mano, por lo trillado de la situación. Estaba seguro que la había hechizado, para que no fuera capaz de insistir en dormir en el suelo de la florería.

Los espíritus en las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora