PRÓLOGO

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No fui consciente de lo mucho que habían cambiado mi vida esos últimos diez meses. Mis expectativas eran demasiado altas para lo que tenía que ocurrir. Esos meses habían pasado en un suspiro dejándome un vacío tan grande que era imposible respirar con normalidad. Mi vida había terminado con todo el amor y todas las lágrimas que podía haber en mi cuerpo. Mis pesadillas habían desaparecido; ya no soñaba con él, ni con mi madre, ni siquiera con mi abuela. Había un vacío tan grande que vagaba en la nada como el viento que sopla sin una dirección fija. No fui consciente del tiempo que pasé en la cama ni yendo a terapia para acallar una conciencia que nada tenía que ver con la realidad de los hechos. Estaba destrozada y mi cuerpo no soportó todo el dolor que le vino encima. Hay veces que prefieres morir a estar viva, deseas dormir todo el día para que nada, ni nadie te moleste. Te atiborras de pastillas para no estar atenta a las señales que te ha puesto el destino. No, no quieres saber nada de la vida, ni de la gente. Mientras tus ojos están cerrados nadie puede hacerte daño, nadie puede darte consejos de mierda que no quieres escuchar, nadie puede meterse en lo que no le importa y como dicen por ahí: a palabras necias, oídos sordos. Estaba destrozada, y mi alma divagaba en un estado entre la preocupación, la angustia y la obsesión, que me hacía caer en un estado de agotamiento absoluto. Me rendí como solo saben rendirse las cobardes, las personas a las que les da igual todo, las que prefieren estar muertas a seguir adelante. Estaba harta de que todo el mundo me dijera que me olvidara, que lo dejara pasar, que la vida tenía sentido, pero ¿Qué sabían ellos de mi realidad? Mi realidad no se acercaba para nada a la de ellos, así que no tenían derecho a hablar.

Me sentía cansada todo el día, ya fuera por el medicamento, la depresión o la falta de voluntad de querer enfrentarme a la vida. Mi familia deseaba ayudarme, lo sé, pero yo no quería que lo hicieran. No quería ver a nadie, ni siquiera a mis amigas. Me obligaban a comer cuando ni siquiera me entraba una miga de pan y eso me ponía todavía peor, ya que la angustia no terminaba de desaparecer. Mi mundo se había vuelto de un color gris oscuro y todo se lo debía a él, a ese hombre tan maravilloso que me había robado el corazón y luego me había abandonado destrozándolo en mil pedazos, haciéndolo añicos y repartiéndolo por el océano para que no pudiera recomponerlo. Cualquiera había sufrido un desamor, pero era el mío, me tocaba a mi recomponer todo lo que él había roto en un minuto. Lo teníamos todo, éramos felices y toda la mierda por la que habíamos pasado había quedado en un segundo plano, pero se olvidó pronto de todo lo que habíamos construido y me dejó en la miseria, hundida y sin ganas de vivir.

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora