La Vida. La Muerte.

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He rodado muy cerca del infierno
Recibiendo unos billetes a cambio
He bajado hasta el final de la tierra
Y no creas que me siento mejor
¡Oh no, no, no, no, no, nah!
En el límite estoy
Al límite voy
El límite está muy cerca de aquí
No permitas que me lleven donde no deseo
Clávame en tu asiento, pisa el acelerador
Entra rompiendo la calma que para la ciudad.

Ramoncin.

A veces la vida te pone ante una encrucijada. A veces, son demasiadas veces. Muchas, insoportables. A veces llega ese momento. Uno en que te haces viejo, muy, muy viejo. Ocurre que a veces tocas fondo, te miras en el espejo y sientes que el reflejo es macabro, que la imagen que devuelve es letal. La vida nos pone trampas, clavos, palos en las ruedas y zancadillas. Otras veces nosotros buscamos esos tropiezos quizá, yo no sé. ¿Quien sabe?. Yo ya he pasado por eso, nunca más. Pocas veces he prometido algo tan en serio. Solo a mis padres, también quizá. A ellos les prometí sin decirlo, no olvidarles jamás, seguir sus enseñanzas, aprender de su ejemplo, ser libre. Cada día les añoro, cada día más. A mí me prometí solo una cosa. Lo hice al borde del abismo. El reflejo me miró a los ojos y vi la muerte. No era la primera vez, jure que sí, la última. La senda de la vida me llevó por tercera vez hasta allí, muy, muy cerca de un precipicio abisal. Más allá, la nada. Conocía la señal, la imagen me traspasaba a con su mirada. Los ojos eran muerte, fuego y hielo. La piel, cuero ajado. Dije no. Por tercera vez. Añadí, jamás. Por última vez. Asumí mi existencia y la di por buena.

Una vida buena, o una mala vida. ¿ En qué se diferencian?, ¿Cómo se mide?. Con dieciocho años quede sola. Sin familia. Cuantifique el dolor de cada pérdida y lo valoré en proporción al amor anterior a esa sustracción. Establecí un margen, un precio máximo a pagar. Mis tres pérdidas, en pocos meses superaban con creces el tope fijado. Por el amor que me tenían, por la necesidad que sentía yo de expresarles mi amor. Mis padres, Iru también. Superaba la capacidad de sufrimiento de una persona. Esa imagen me miró desde el espejo como un imán. Era yo. Un yo que traía una guadaña implícita.

El amor. Todo el amor. Mi amor.

Mucho más tarde algo se rompió en mí, Jon lo rompió. Volví a amar, a amarme y a compartir ese amor. Conocí a Unai Aldaia, a mi amor Unai Aldaia. Un amor que fue tan intenso que metabolizó cada célula de mi cuerpo, que se coló en mi ADN. Algo que me transformó haciéndome inmensa, en muchos sentidos. Sí, en el sexual, pero también en el personal, en el profesional, en el humano… Algo que diecinueve días más tarde colisionó frontalmente con mis fundamentos más enraizados, con mi moral y con mi idiosincrasia. Un amor que me tuve que arrancar del corazón, que lo tuve que extirpar sin anestesia. Una nueva cicatriz en la cara norte del corazón. Otra vez mi imagen en el espejo cuestionaba mi propia existencia. Otra vez infinito dolor en la raíz de mi ser. No venía solo, la decisión de interrumpir para siempre mi vida al lado de Unai llevaba la muerte otra vez como negra guarnición. La de Ana, en este caso. Mi mentora, mi amiga, mi ejemplo vital. Mi segunda madre. Sufrir otra vez la agonía de cerca. Otra despedida y cenizas que vuelan. Esta vez cuarteando mis entrañas ante la propia existencia de las personas amadas.

La plenitud. El todo. El yo.

El miedo, el terror llegó más tarde para clavar sus uñas en mí, para arrinconarme por tercera vez contra el precipicio. Iker, su locura, su obsesión. Me llevó al sitio donde no quería volver. Pero una vez allí miré la imagen del espejo a los ojos. Sentí el hielo. Las llamas me deslumbraron. Pero tuve la fortaleza necesaria para sostener la mirada y pronunciar por dentro un conjuro. La última vez. No te permitiré volver a mirarme desde ese espejo. No así. No a ti. Jamás.

El resto, lo de fuera. La vida, la muerte.

La mujer que vendió el mundo. Tercera entrega de Virginia Zugasti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora