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Poco recordaba de su vida antes de la catástrofe planetaria, apenas tenía siete años cuando todo ocurrió. Lo único que recordaba fue un momento feliz cuando se encontró con él un día cuando fue a nadar al río después de acompañar a su padre a pescar.

Su madre murió cuando él nació, así que solo tenía a su padre en lo que a la familia cercana respecta. Tenía tíos, primos y abuelos, sí, pero desde que ocurrió todo, el resto de su familia dejó de hablarles, culpando a su padre por haber motivado a que eso ocurriera.

Era de público conocimiento que el planeta cada vez estaba peor, la contaminación de plásticos y petróleo en el mar y los ríos llevó a que la fauna marina comenzará a disminuir, y los laboratorios que estudiaban el hábitat no hacían más que extraer animales para sus investigaciones, sin ser conscientes de que podría ser lo último que vieran de esa especie—además, de que ninguna empresa consumista parecía querer cambiar su forma de operar para reducir la contaminación. La alerta empezó a circular cuando, una mañana, las noticias anunciaron la sequía en uno de los ríos más importantes de Santa Fe y del país en general. Un río que ayudaba a generar energía eléctrica para toda la ciudad y ciudades de los países vecinos.

La culpa recayó en ellos, o bueno, en el laboratorio donde trabajaba su padre, y por ende, a Alejo también le afectaba.

Le afectaba en el sentido de todos los días tener a al menos un periodista lintentando que hablara sobre la situación o recibiendo comentarios en la escuela del estilo de "¿Qué se siente tener un padre asesino?" o cosas similares. Era molesto y no dejaba que se concentrara en su vida, en estudiar para poder tener un título de secundaria y poder seguir su sueño de ser nadador profesional.

Desde chico siempre amó el agua, por eso siempre que su padre lo invitaba a ir al río, él aceptaba con gusto. A veces iban a pescar, otras a nadar o incluso lo acompañaba cuando tenía que hacer muestras para analizar. Era casi una rutina para ellos, hasta que un día eso cambió drásticamente.

Había estado nadando un rato por el río calmo, decidiendo flotar boca arriba luego de unos minutos para poder descansar y disfrutar del clima cálido, cuando sintió un ligero roce en su piel. Un roce que más bien fue el mismo movimiento del agua ocasionado por algo debajo suyo, o alguien.

Alarmado había dejado de flotar, dispuesto a nadar hacia la orilla en caso de encontrarse con una amenaza. No era muy común que en la superficie hubieran animales, una gran mayoría había dejado de existir por lo contaminadas que estaban las superficies, ahora solo existían seres vivos en las profundidades. Seres vivos que no podían estudiar por las imposibilidades que existían de no poder bajar tantos metros por la presión.

Cuando intentó mirar debajo suyo, no percibió nada, solo unos pequeños brillos a lo lejos, como cuando reflejabas un vidrio con el sol y veías un rayo de luz directamente en tus ojos. Su yo de quince años no tuvo la suficiente curiosidad como para meterse abajo del agua y mirar qué era lo que le había molestado, menos después de las advertencias que le había dado su padre sobre la fauna marina. Así que, ese día solo nadó hasta la orilla y se secó, ignorando el tema hasta que llegó a su casa y su almohada fue testigo de las vueltas que le dio al asunto, pensando en qué podría haber sido eso.

Pensó en avisarle a su padre, porque era importante que existiera nuevamente fauna en la superficie, pero decidió mantenerlo en secreto hasta que descubriera qué había sido. Tal vez solo era un pedazo de basura y él solo se estaba volviendo neurótico por nada—algo que definitivamente le pasaría a él con la mala suerte que tenía.

Al otro día, tuvo miedo de volver a nadar en ese lugar porque no sabía con qué se iba a encontrar, pero ya había ideado todo un plan por lo que se obligó a hacerlo para no tirar por la borda su intento de descubrimiento.

Escamas Curativas [Souliz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora