CAPITULO ÚNICO

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El convento de Vees es muy grande y acogedor. Normalmente llegan monjas y frailes queriendo vivir ahí, a hospedarse, y después de un tiempo se van.

El encargado de ese convento es el sacerdote Vox quien muestra exteriormente el gusto de ayudar para la salvación de las almas, no obstante, una vez que las personas están dentro, el sacerdote pierde la sonrisa y se vuelve frío, tan estricto que pocos aguantan estar ahí.

Tiene reglas muy específicas como no salir después de las nueve de sus habitaciones. A los que encuentra en los pasillos no duda en echarlos fuera del convento.

Un día de tantos, un demonio rojo aparece en la puerta.

── ¿Quién eres? ──Pregunta Vox con asco.

── Soy Alastor. He venido aquí para ser una monja.

── ¿Tú qué? ──Su mirada recorre el cuerpo ajeno.── No pareces una mujer.

── Yo NO soy una mujer. Soy un hombre, pero adoro lo cómodas que son las ropas de las monjas.

── Bueno, allá tú. Yo no juzgo.

El sacerdote lo deja pasar. Ambos caminan por los pasillos hasta que llegan a una habitación vacía.── Éste será tu cuarto. En la mesa tienes un libro con las reglas. No rompas ninguna.

── Hmm. ──Responde positivamente.

Alastor se queda solo y se viste con las túnicas de monja que hay en su armario. Huele a viejo pero no le molesta. Toma el libro de las reglas y comienza a leerlo. En él están los horarios de las comidas, de las oraciones y de los quehaceres.

La parte que más le llama la atención es lo que está prohibido. Entre las cosas que se le quedan gravadas son «Nada de actos impíos, lujuriosos o mal intencionados› junto con «Nadie sale después de las nueve».

Alastor cierra el libro y mira el reloj. Ya son a las nueve.

Decide esperarse a que sean a las once para salir y buscar a aquel sacerdote. Quería entretenerse haciéndolo pecar.

Lo encuentra en otra habitación vacía, al parecer llenándola con prendas que una nueva monja podría necesitar.

No toca la puerta, solo pasa. Asusta a Vox cuando voltea y lo ve delante suyo.

Alastor se arrodilla delante del sacerdote. Comparten miradas. Los delgados dedos de la monja juegan con los pliegues finales de la túnica ajena. Alastor sonríe cuando la mirada impenetrable de Vox comienza a temblar. Empieza a levantar la tela, la eleva hasta los muslos del sacerdote y se mete dentro de aquel espacio.

Las caderas del padre se descompensan en fuerza cuando siente una cálida lengua acogiendo con dulzura su falo. Se sostiene de su toga, busca con sus dedos la cabeza de aquel demonio. Al hallarla la empuja para adentrarse en esa boca. Alastor, conociendo su labor, no duda en comenzar con aquella felación.

Sube y baja por toda la longitud de Vox, adorándola con el interior de la garganta como se adora a un postre.

Pasa el tiempo y entre gemidos, el sacerdote logra terminar en aquel interior. La llena de su espesa escencia que la monja no duda en tragar.

Llega la culpa para Vox. No deberían de hacer eso. Pero al mismo tiempo, desea con ganas el cuerpo de Alastor.

Cuando el demonio de la radio sale, Vox lo sostiene del brazo y lo apresa de contra la pared más cercana para poderle sostener los brazos detrás de la espalda. Alastor no lucha, sabe qué es lo que sigue y está deseoso de ello.

Ahora es la túnica de la monja la que sube y deja a la vista sus esponjosos glúteos. Vox los aprieta con descaro, disfruta de su textura apetitosa de paso.

Prepara a Alastor con dos de sus dedos. Los sumerge en la hendidura de aquel demonio y lo estimula con masajes suaves a la próstata. El demonio de la radio se siente complacido, tanto que comienza a mover sus propias caderas.

Una vez que el sacerdote lo creé conveniente, se despoja de sus propias prendas y se alinea contra él. De una embestida se mete por completo sacándole un gemido a Alastor.

Vox sostiene del cuello a la monja y comienza a embestir haciendo revotar el cuerpo ajeno. Alastor suspira sin perder la elegancia de su cuerpo.

Con el paso de los minutos, ambos terminan al mismo tiempo y se acomodan las ropas para dejar aquel cuarto.

Al día siguiente ambos se ven con mejor actitud, más descansados y menos estresados. Todos los demás del convento lo agradecen, aunque lo ven extraño. No preguntan, están felices porque ahora son tratados bien.

Por las noches aún se reunen ambos cuerpos en la comodidad  de esa habitación, y disfrutan de las virtudes que cada uno le puede enseñar al otro.

Vox y Alastor se sienten en el lugar indicado.

Coηvεητo (Radiostatic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora