9. Violetta

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Por meses evité entrar en la habitación de mi Nonna, con suerte iba una que otra vez en la semana a abrir las ventanas para ventilar el cuarto, y siempre era...un suplicio. Cada vez que entraba me dolía el pecho y sentía que era difícil respirar. Semana tras semana evité mover las cosas de Nonna solo porque era muy doloroso, era lo último que quedaba de ella, sus recuerdos, sus perfumes de olores florales, su ropa, y esencia. Sabía que tenía que limpiar, pero no podía hacerlo, y cómo esa tarea pendiente siempre rondaba por mi cerebro, prefería no entrar. Evitarlo, bloquearlo, eliminar esa tarea de mi mente por completo. Hasta ese día.

Entré y cerré la puerta detrás de mí, sintiendo mi rostro arder, avergonzado de ser demasiado consciente del cuerpo de aquel extraño exorcista. Me apoyé en una de las paredes. Pasé una mano por mi cara incrédulo de lo que había pasado.

No debería haberlo mirado de más, no debería haberme fijado en cómo las gotas iban bajando por su pelo hasta pegarse a su rostro, ni de haberme asombrado que bajo todas las capas de ropa negra, sus músculos se vieran definidos, ni sentirme intrigado por cada uno de los significados de sus tatuajes que recorren gran parte de su piel. Ni mucho menos estar preguntándome cómo sería su expresión relajada cuando estuviera durmiendo.

Dios, qué está mal conmigo.

Necesitaba calmarme. Tranquilizar mi errático pulso, y castigar a mis ojos que veían cosas que no debían. Ya no era un adolescente, hace mucho tiempo atrás habían quedado mis días, donde una simple sonrisa me hacía sentir emocionado, agitado y nervioso.

Por primera vez en mucho tiempo, caminé por la habitación de mi abuela sin dolor en mi corazón, no, este se encontraba latiendo, bombeando sangre a cada una de mis extremidades, no permitiendo que olvidará la escena de hace pocos minutos. Llegué a la ventana que daba al patio, la abrí y sentí la brisa fresca, acompañada del ligero aroma de hierbas medicinales, menta, lavanda, hasta ruda llegaba a mi nariz. Olores que me ayudaban a calmarme.

—¿Qué estoy haciendo, Nonna? —pregunté al aire—. ¿Cómo compliqué mi vida tanto?

No esperaba respuesta, pero debía admitir que sí quizás una pequeña señal, aceptaba lo mínimo, un tintineo de luz, una brisa, cualquier movimiento que pudiera interpretar como forma de comunicación fantasmal, lamentablemente, nada ocurrió. Lo que me hizo sentir como un idiota. Solté un suspiro cansado y triste.

—Bien, entiendo, conmigo no quieres comunicarte, ¿pero con él si? ¿Por lo menos sabes si hago bien en confiar en él? Porque mi instinto me grita que es de confianza, pero parece que no ha estado funcionando del todo bien.

¿Emocionarme con un demonio coqueteandome?

En mi defensa, parecía un empresario más, uno exitoso, algo sombrío y peligroso, pero pensé que era parte de su atractivo, no lo problematice. Pensé que me merecía alguien así que me pagara una costosa y lujosa cita. No imaginé que esa cita me costaría mi alma.

—Creo que es una buena persona —murmuré al aire casi suspirando.

Cuando mencioné eso, sonó un ruido sordo de que algo se había caído a mi espalda. Me giré y noté que era el cuadro de mi titulación universitaria que estaba colgado en una de las paredes del fondo. Lo fui a recoger, viendo mi gran sonrisa sosteniendo mi título abrazando a mi abuela llorando a mi lado. Sonreí al recordar lo mucho que había llorado en toda la ceremonia, al punto que otros padres comenzaron a prestarle pañuelos desechables. Cuando lo tomé y lo giré para buscar donde estaba el enganche de este para sostenerlo en el clavo del muro, me doy cuenta que tenía un texto escrito detrás.

Para mi bellissimo bambino,

Que orgullo verte crecer, verte triunfar, verte vencer la adversidad. No era de extrañarse tampoco, porque te tuve bajo mi ala y una buona mamma vale cento maestre.

Los espíritus en las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora