PROLOGO

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ANA

La cinta golpea su espalda, algunas personas gritan para que le den más fuerte y otras solo se mantienen en silencio mirando a otro lado cada que la cinta se levanta y golpea la espalda.

Su sangre va bajando con más intensidad, la profundidad de los golpes ocasiona que ella se sienta mareada por el incesante dolor y la pérdida del líquido rojo, sus pies se resbalan en el charco de sangre que va brotando de sus heridas.

No sabe en qué momento llegará a morir, aun con todo eso ella decide levantarse de nuevo sin darle ningún tipo de placer a quienes miran morbosamente la situación. Su cuerpo tiene que soportar más, no importa si las acciones del pasado y sus decisiones la llevaron a ese momento, tiene que vivir y demostrar que no le tiene miedo.

El hombre que alguna vez amó y con el que creció es el que ahora mismo sostiene el látigo para castigarla.

—Aún nos quedan cincuenta — dice sin siquiera pestañear, una sonrisa malvada queriendo surcar sus labios.

La mujer no dice nada y solo asiente ¿Qué más daba cincuenta latigazos más?

Cierra sus ojos.

El choque de las gotas de agua la despierta. Encontrando que ahora está en su celda con una pequeña ventana que da al bullicioso mar. La lluvia ha cesado, aunque el cielo se mantiene nublado y el clima frío, el agua a entrado por algunas grietas razón de las goteras.

Ella está acostada boca abajo, su espalda arde y aun así el mareo no se va, tanto es el dolor que alucina creyendo que a su lado esta su padre, diciéndole que debe levantarse, exigiéndole más de lo que puede dar.

— No puede ser, Ana — dice su hermana apareciendo en la celda iluminada por una simple antorcha que no cubre todo el espacio — Hermana...

La Princesa María entra a la celda junto a un doctor que rápidamente se acerca a Ana, María se arrodilla junto a su media hermana. El doctor se apresura a darle tratamiento para que aquellas heridas no se infecten y sanen rápido.

Después de un rato, la Princesa y Ana permanecen en el calabozo.

— Lo siento mucho — habla Ana medio inconsciente y toma la mano de la Princesa aun con sus pocas fuerzas — perdón por haber matado a tu madre, pero es que ella me hizo sufrir y mucho.

Lagrimas empapan sus mejillas, soltando todo su dolor, todo lo que ha guardado durante años y que por fin siente la libertad de hablar.

— Entiendo porque lo hiciste, tus razones son válidas y sé que sus acciones trajeron consecuencias, te perdono hermana, deja de cargar con esa culpa por que yo misma he visto como tu vida fue arrebatada por ellos y por mí — acaricia el rostro de Ana, su pequeña hermana, aunque sean de diferente madre. —Necesito que seas fuerte, tomes tu fuerza porque mañana en la noche, seremos libre, tú lo serás.

Deja un pequeño beso en su frente y sale del calabozo.

***

A la noche siguiente, la Princesa cumple su palabra arribando los calabozos con prisa sosteniendo a su bebé y sin ser vista por lo vigilantes que ya hacen muertos por él hombre que la acompaña.

— Ana — llama a su hermana que se encuentra medio adormilada la voltea a ver — Es hora de irnos.

Le lanza su espada y la ropa que necesita para escapar. La mujer aun apenas se sostiene, pero hace su mayor esfuerzo para tomar sus cosas y seguir a la Princesa con el tiempo zumbando en sus oídos.

Pasan por largos e interminables pasillos secretos que el hombre les guía. La Princesa trata de darle suficiente calor a su bebé.

— ¿Por qué no dejarla? — pregunta Ana, ignorante a lo que ha sucedido las últimas horas.

— El Rey ha muerto y Enrique tomó el poder, debo escapar o el me obligará a cederle mi poder, no lo haré, asesinó a toda la corte, no estamos seguras — explica María y abraza más a su bebé, mira su dulce y pequeño rostro, sabiendo que haría cualquier cosa por su pequeño mundo.

— Entiendo — es todo lo que dice Ana y juntas logran llegar a la salida donde dos caballos las esperan.

— Deben subir a ellos e irse un muelle escondido que está marcado en el mapa — dice el hombre entregando el papel a Ana. — Ahí los esperan dos hombres amigos del Rey.

— ¿Mi padre sabía que esto pasaría? — pregunta María.

—No lo tuvo claro hasta que fue demasiado tarde — declara el hombre.

— Gracias, eres un gran caballero — le dice María colocando una mano en su pecho.

— Agradécelo hasta que salgan vivas de aquí, rápido — la incita a moverse y ayuda a que suba a su caballo. — La palabra que deben decirle a los hombres que las esperan es, Camelias.

Ana le dedica una pequeña inclinación de cabeza, muy cansada para hablar, pero gradecida.

Sube al caballo y junto a su hermana emprenden camino a su libertad dejando al hombre atrás.

Cabalgan durante horas, hasta ver a lo lejos su escape, ambas sonríen y se apresuran a llegar, pero soldados las interceptan disparando flechas a las piernas de los caballos que las dejan caer, la Princesa se asegura de que su bebé se encuentra bien y Ana la ayuda a moverse y evitar las flechas.

No se detienen, se van por los árboles para que sea difícil que les den y al estar cerca de los hombres en sus botes, Ana va sintiendo el olor del mar, el olor a la libertad.

— Camelias — dicen ambas hermanas y miran como los soldados están cada vez más cerca.

Los hombres que las custodian las ayudan a subir al bote, uno recibe una flecha y el otro hombre se apresura a empujar el bote para que puedan alejarse de la lluvia de flechas, María cubre a su pequeña y Ana hace lo posible para seguir moviendo el bote.

A la distancia el otro hombre prefiere quitarse la vida que enfrentarse a los soldados y evitar que descubran su destino.

—Ana — María la llama y su hermana la mira. — ¿Puedes sostener a la pequeña?

La menor asiente y toma a la bebé. María se aparta la capa y descubre la flecha que ha atravesado su cuerpo y que no notó por la adrenalina. Ambas se miran asustadas y la mirada de María se va cristalizando.

No llegará con vida.

En las siguientes horas, Ana abraza a la pequeña bebé, ignorante a lo que sucede a su alrededor. La mujer levanta la mirada cuando a lo lejos vislumbra un pequeño barco pesquero con una camelia roja en su bandera.

— Ya estamos a salvo pequeña — dice Ana depositando un beso en la cabecita de la bebé.

Una nueva vida que proteger.

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