Fragmentos

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Omen caminó, caminó sin rumbo por un mar de pasillos, sin hablar, sin oír ni escuchar. Todos los caminos le parecían iguales, grises, sin apenas color o iluminación por muy bien iluminados que estuviesen. Notaba sus propios pasos, sabía que andaba, se alejaba y eso era suficiente para él. De esa manera no podría dañar a nadie más.

La angustia, ese sentimiento de sofoco acompañado de incertidumbre era peor que el dolor físico. El espectro sabía que estaba perdiendo el control de sí mismo, se estaba fragmentando lentamente a raíz de la ira y solo podía alejarse de todo el mundo. Sus pies pararon y supo que había llegado a su habitación. Con desespero tomó las tijeras de podar y buscó su bonsai con prisas. Podar era relajante para él y tuvo la esperanza, el sueño de que tal vez funcionaria y la calma regresaría a su mente.

Cortar la primera rama fue un error, lo hizo mal. Intentó solucionarlo con un segundo corte pero aquel tajo ahora había convertido su bonito y cuidado bonsái en uno roto, sin posibilidad de arreglarlo de nuevo. Lanzó las tijeras a un lado de la habitación, buscando ahora por sus estanterías la bufanda que estaba tejiendo. Tejer, como otros de sus pasatiempos, también lo relajaba.

Omen pasó sus garras por los hilos, buscando el extremo por el que empezar, colocando las agujas en posición. Comenzó a pasar los hilos, uno detrás de otro a un ritmo moderado hasta que comenzó a perderlo. Aquellos hilos que seguían un orden se anudaban, señalando que había ocurrido un error en sus movimientos pasados. Volver a intentarlo jamás le había sido un problema, al fin y al cabo, normalmente era paciente cuando se trataba de sus pasatiempos, esta vez en cambio, aquel mero error parecía ofuscarlo mas de lo que debería. Seguía enfadado, molesto, tanto por las mentiras de Viper como de sus propios actos.

Cuando tejer ya no fue una opción, el espectro se paró en el centro de su habitación, pensando en alguna forma de tranquilizarse, miró estanterías, escritorio, armarios. No había nada, salvo un juego de té. Uno que le había comprado Cypher algún tiempo atrás después de haberlo tomado juntos por primera vez. Recordó ese momento, fue tranquilizador, cálido y estuvo seguro, con toda certeza, de que fue realmente feliz.

El agente tomó una de las tazas de té entre sus manos, vacía, pero hermosa. Cypher le contó que las había comprado en Marruecos, en la misma tienda donde él había comprado las suyas mucho, mucho tiempo atrás. Cerámica pálida con decoraciones cerúleas. Algo en ella lo calmó, tal vez fueron los buenos momentos vinculados o tal vez porque le recordaba a cierto vigía que tanto amaba.

Omen se dejó caer en el suelo, atesorando aquella taza entre sus manos y haciéndose un ovillo entre sus sombras. Se acurrucó sobre sí mismo, esperando que todo mal pasara rápido, que la luz volviera a su vista y que su pesadilla terminara.

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La enfermería de noche siempre fue un paraíso para más de uno. Mientras que otros la aborrecían e intentaban evitarla todo lo posible, otros, dada su tranquilidad y calmado ambiente, decidían dormir en las camillas para evitar la familiaridad de sus propias habitaciones. Cypher era del primer grupo. Evitar la sala blanca siempre había sido un reto, sobre todo cuando no tenía opción de evitar a Sage y su vocación por ayudar y sanar. Esta vez, a diferencia de muchas otras, el centinela decidió pisar esas instalaciones por voluntad propia.

"¿Cypher?" Sage miró por encima de sus gafas hacia el otro centinela. La sanadora se había sumergido en una lectura tranquila y romántica, tanto, que apenas había escuchado los pasos del hombre. Verlo allí, de pie, en medio de su lugar de trabajo era realmente sorprendente e intrigante. Normalmente tenía que arrastrarlo o traerlo una vez ya estaba inconsciente. Verlo allí, por lo tanto, significaba que algo realmente grave le había pasado. "¿Te encuentras bien?" preguntó con tono calmado, abandonando su libro a un lado de su escritorio.

Una taza de té muy cara | Parte II |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora